Viviendo con vascos
Me he colado esta ma?ana en el cuarto de la fotocopiadora. He amontonado unos cuadernos de apuntes para despistar y, sin dejar de mirar hacia la puerta, he desdoblado un panfletillo contra el plan de ya se figuran qui¨¦n. He pulsado el bot¨®n verde y ha brotado por las rendijas de la caja una luz cegadora y he vuelto a experimentar la sensaci¨®n de sequedad en mi boca, mientras esta m¨¢quina del tiempo me arrastraba veinticinco a?os atr¨¢s. Veinticinco, veinticuatro, veintitr¨¦s..., el contador iba desgranando la cuenta atr¨¢s de a?os, ?o eran p¨¢ginas? Pero en esto, se ha abierto la puerta y me han cogido: "?Qu¨¦ haces?".
Era Luisa. Me he puesto a balbucear, intentando malamente recoger el cuerpo del delito, como si me hubiese ca¨ªdo encima toda la Brigada Pol¨ªtico-Social. Pero Luisa no ha esperado mi respuesta; con el rostro hura?o me ha espetado: "Necesito un caf¨¦. Pero fuera. ?Me acompa?as al bar?".
"Vamos a montar un sindicato de mujeres maltratadas por los vascos"
Nos hemos sentado en una mesa del fondo. Luisa ni se hab¨ªa fijado en mi porte clandestino; ella ten¨ªa sus propios problemas. "Esta ma?ana he tenido una buena con Fernando".
Fernando es su marido y me cae muy bien. Los dos hacen una pareja estupenda. Me dan envidia. Qu¨¦ hubiera dado yo por encontrar a alguien como Fernando. Bueno, me hubiera dado yo misma. Pero ya me estaba distrayendo de nuevo.
-"?Qu¨¦ ha pasado?".
-"La maldita pol¨ªtica. Estoy de ¨¦l y de Ibarretxe hasta el mo?o".
Luisa ha nacido en Le¨®n y Fernando en Azkoitia. Releyendo lo que he escrito hasta aqu¨ª me doy cuenta de que necesita alguna explicaci¨®n adicional. No es que Fernando sea nacionalista y Luisa no. En realidad, ninguno de los dos lo son. Cuando estoy con ellos las ideas de ambos me resultan muy pr¨®ximas. As¨ª que si usted lector no lo entiende, sepa que yo hasta ese momento tampoco lo entend¨ªa.
Luisa sigui¨® su perorata: "Es que no piensa en otra cosa. Llega a casa y sigue dando vueltas por el pasillo hablando por el m¨®vil. Tiene una fijaci¨®n".
-"Pero si siempre os hab¨¦is entendido muy bien en ese tema...".
-"S¨ª, y seguimos entendi¨¦ndonos. Pero a m¨ª me interesan tambi¨¦n otros aspectos de la vida. Fuera del monotema. Fernando es un poco como t¨², Ainhoa; y perdona que te lo diga. Pero ?es que no sabes escribir de otras cosas? ?No piensas nunca descansar?".
Y remat¨®: "Estoy harta de los vascos. No he conocido nunca gente tan pesada".
Me he quedado con la boca abierta, mir¨¢ndola de hito en hito con el recuerdo de Luciano Rinc¨®n: "Vascos... que canso y qu¨¦ seguido". Pero Luciano se refer¨ªa a los nacionalistas. ?O no? Mira que si se refer¨ªa tambi¨¦n a los constitucionalistas. No puede ser, porque entonces a¨²n no hab¨ªa constitucionalistas. Al menos no ten¨ªan nombre, puesto que no sal¨ªan en la tele.
En esas se abre la puerta del bar y entra Amparo, que es profesora de euskera.
-"?Qu¨¦ hac¨¦is? ?de conspiraci¨®n?".
-"Que Luisa ha re?ido con Fernando por culpa de la pol¨ªtica" -le digo por introducir el tema-. Y ella: -"Calla, ni me hables de eso. No quiero saber nada de los vascos".
-"Pero si t¨² eres m¨¢s vasca que el dolmen de Ibarretxe".
-"S¨ª, yo soy vasca; pero no les aguanto a ellos; siempre con la misma historia".
Entonces dice Luisa: "No sabes que tranquila me dejas. Yo cre¨ªa que era la ¨²nica. Y encima estaba disgustada, pensando que soy una fr¨ªvola y una superficial. Porque quiero que tenga tiempo para ir conmigo al cine o a pasear; o simplemente podamos charlar sin que nos interrumpa alguno de los tel¨¦fonos que no deja de sonar cuando por fin tenemos alg¨²n rato para estar juntos. Llega un momento en que no puedo m¨¢s".
Y Amparo: "Vamos a montar un sindicato de mujeres maltratadas por los vascos". En eso les pregunto bajando la voz: "?Los nacionalistas o los constitucionalistas?". Exclaman al un¨ªsono: "Unos y otros est¨¢n iguales de pesados". Nos echamos las tres a re¨ªr. Al de un rato, les dije: "Pero vosotras les quer¨¦is...".
-"Pues claro; si son un encanto".
-"Pero tienen que aprender que la existencia se compone tambi¨¦n de peque?os detalles de los que nunca hablan los pol¨ªticos porque parecen intrascendentes; pero si no nos ocup¨¢semos de ellos, el mundo no podr¨ªa seguir adelante".
Me vino a la memoria el cuadro de David que preside estas l¨ªneas. Representa el juramento de los Horacios. Mientras los tres h¨¦roes se disponen a recoger las espadas y jurar ante su padre que luchar¨¢n por Roma hasta la muerte, las mujeres, que ven m¨¢s lejos que ellos, lloran ante lo que se avecina. Ahora, estas otras mujeres en un rinc¨®n del bar ?son como aqu¨¦llas o son mujeres modernas e independientes? Estas lo comparten todo con su pareja. Luisa tiene que mirar cada d¨ªa bajo su coche antes de dejar entrar en ¨¦l a sus hijos. Pero ven m¨¢s lejos que sus maridos. M¨¢s lejos y a los costados. Esos hombres tienen verdaderamente mucha suerte con ellas.
Y yo, ?a que lado del cuadro pertenezco? Creo que esperar¨¦ a ma?ana para darles el panfleto. Hoy a¨²n nos queda mucho tema.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.