El s¨¦ptimo c¨ªrculo
Cada uno llevaba una bolsa colgada del cuello. Todas eran de distinto color. La amarilla con la figura de un le¨®n azul correspond¨ªa a los Gianfigliazzi, la roja con una oca lechosa representaba a los Ubbriachi, la blanca con el emblema azulado de una puerca pre?ada era de los Serovigni. Tambi¨¦n se vislumbraba al paduano Vitaliano del Dente y a Juan Bajamonte, en cuya bolsa sobresal¨ªan tres cabezas de ¨¢guila. Todos iban penosamente de un lado para otro mientras trataban de defenderse de las pavesas o de la arena que ard¨ªa.
Virgilio y Dante se hab¨ªan topado con los usureros y el poeta, como era habitual, no camuflaba las identidades de los condenados, sino que, al contrario, aprovechaba la ocasi¨®n para flagelar literariamente a aquellos que entre sus contempor¨¢neos hab¨ªan sido c¨¦lebres por su usura. Dada esta inclinaci¨®n no tengo demasiadas dudas de que, escrita en nuestra ¨¦poca, La Divina Comedia habr¨ªa sido objeto de innumerables querellas. Dante detall¨® de una manera que ahora se considerar¨ªa insoportable. Claro que tampoco su tiempo le premi¨®, y conoci¨® demasiado bien lo que era el exilio.
El informe de Interm¨®n-Oxfam es seco, concluyente y estructurado para comprender por d¨®nde transcurren los caminos del infierno
El caso es que el poeta toscano, jer¨¢rquico siempre en sus amores y condenas, coloc¨® a los usureros en un c¨ªrculo suficientemente profundo de su infierno como para que podamos tener una idea n¨ªtida de su desprecio por los practicantes de la usura. En el enorme embudo por el que descendi¨® guiado por Virgilio, cada c¨ªrculo era un escal¨®n hacia pecados cada vez m¨¢s odiosos. Bajo el paraje donde penan los usureros s¨®lo quedan dos c¨ªrculos antes de llegar al v¨¦rtice del infierno y, en consecuencia, a Lucifer.
No obstante, la palabra usura es una de esas viejas palabras de las que casi hemos anulado la memoria de su antiguo significado. Para Dante ten¨ªa un hondo sentido, al igual que para el Shakespeare de El mercader de Venecia, el Moli¨¨re de El avaro o el Dostoievski de Los hermanos Karam¨¢zov; pero para nosotros, acostumbrados a vivir y aceptar un escenario de usura generalizada, el t¨¦rmino ha perdido su s¨®rdida dureza de antes. A casi ning¨²n ciudadano se le pasa por la cabeza que su existencia transcurre alrededor de la usura por m¨¢s que buena parte de sus horas naufragan entre cr¨¦ditos e hipotecas y su verg¨¹enza vacile ante los incre¨ªbles beneficios bancarios.
La imposici¨®n cotidiana y total de la usura ha logrado hacer olvidar la realidad misma de la usura, cumpli¨¦ndose as¨ª la regla fatal que dictamina que una idea se impone, triunfadora, cuando logra camuflarse incluso como palabra. Estoy convencido de que nuestros contempor¨¢neos ni siquiera ser¨ªan capaces de identificar de qu¨¦ se est¨¢ hablando cuando se habla de usura.
Afortunadamente, las palabras, aunque a menudo secuestradas y encarceladas como sospechosos peligrosos, son tenaces en su supervivencia y resurgen abruptamente del silencio. En ocasiones no hay m¨¢s remedio que acudir a aquellas viejas palabras aparentemente trasnochadas porque el esc¨¢ndalo las revive y les da fuerza present¨¢ndolas, afiladas otra vez, como la encarnaci¨®n imprescindible de una conducta.
Un nuevo Dante en una nueva Comedia tendr¨ªa, sin duda, una materia prima abundante para poblar el s¨¦ptimo c¨ªrculo de nuestra ¨¦poca. Pero entre tantas oportunidades no le pasar¨ªa por alto, a buen seguro, un caso de usura que por su desfachatez y su hipocres¨ªa, por la truculencia misma del trueque que implica, puede ser calificado de obra maestra de la usura.
Lo m¨¢s inquietante de esta obra maestra es que gracias a su autor, el Estado, todos aparecemos como c¨®mplices de la operaci¨®n. En su libro La realidad de la ayuda, editado recientemente, la organizaci¨®n no gubernamental Interm¨®n-Oxfam ha hecho p¨²blica nuestra candidatura al s¨¦ptimo c¨ªrculo con una informaci¨®n de la que se han hecho eco los principales peri¨®dicos sin, que yo sepa, haber sido desautorizada por el Gobierno espa?ol.
Esta obra maestra de la usura, en s¨ªntesis, ha hecho que Espa?a -?qu¨¦ significa aqu¨ª eso, Espa?a?- multiplicara por cinco sus beneficios en relaci¨®n con pr¨¦stamos concedidos a Etiop¨ªa, Uganda, Lesoto, Malaui y Camer¨²n, pa¨ªses, como se sabe, que figuran entre los m¨¢s pobres del mundo. El informe es seco, concluyente, magn¨ªficamente estructurado para comprender por d¨®nde transcurren los caminos del infierno.
Hemos exprimido un poco m¨¢s las gastadas ubres de ?frica, ?no es una alucinaci¨®n de una negrura inigualable? ?No resulta magn¨ªfico ofrecer ayudas al desarrollo que reviertan despu¨¦s en beneficios suculentos? Al fin y al cabo, la filantrop¨ªa puede muy bien ir acompa?ada de la rentabilidad. Otra cosa ser¨ªa que, de repente, la frialdad de los n¨²meros se deshiciera bajo el fuego de las im¨¢genes y en medio de las estad¨ªsticas aparecieran los paisajes de esos a?os de usura. De Etiop¨ªa, por ejemplo, con sus guerras y hambrunas, con sus epidemias y sequ¨ªas, a la que Espa?a -?qu¨¦ significa aqu¨ª eso, Espa?a?- logr¨® sacar 1,2 millones de euros de beneficio s¨®lo en el a?o 2001. Una obra maestra.
Pudiera ser, no obstante, que los autores de esta obra no se detengan permanentemente en el s¨¦ptimo c¨ªrculo, sino que, m¨¢s abajo todav¨ªa, visiten el octavo, all¨ª donde les esperan los hip¨®critas, a los que Dante present¨® aplastados por capas que eran doradas por fuera y llenas de plomo por dentro. No cuesta comprender que se trata asimismo de una obra maestra de hipocres¨ªa.
Busquemos a sus autores en alg¨²n rinc¨®n de la Comedia que cada uno puede escribir en su imaginaci¨®n. ?Qui¨¦nes son los Gianfigliazzi, los Ubbriachi, los Serovigni de nuestros d¨ªas? No es un juego dif¨ªcil. Basta con mirar alrededor y comprobar que, parapetados en gruesos muros de siglas y anonimatos, disfrutan de su impunidad nuestros usureros, con nombres y apellidos. Y la todav¨ªa invisible bolsa de su delito colgando del cuello.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.