'Top manta'
Est¨¢n acorralando al top manta. El otro d¨ªa, una redada policial levant¨® una red de topmanteros en las cercan¨ªas de la estaci¨®n central de Valencia deteniendo a varias personas e incaut¨¢ndose de mucho material: bien. Poco despu¨¦s, el alcalde de Madrid, pese a que ahora es mudo, anunci¨® que se va a acabar con la venta masiva de los topmanteros de Atocha, Callao y dem¨¢s referencias de culto del vicio musical: bien. Ayer, como quien dice, el decomiso de compactos piratas se produjo en Barcelona, en la Plaza de Catalunya y en Gr¨¤cia: bien. Bien, de verdad, no lo digo con iron¨ªa. Con independencia de que en estas redadas suelan caer los vendedores de a pie y rara vez los mayoristas o los fabricantes, la competencia desleal representada por las grabaciones piratas no se puede consentir en un pa¨ªs serio como el nuestro. Aqu¨ª no se trata de ser simp¨¢ticos y de vender encima de una manta que se enrolla apresuradamente en cuanto aparece alg¨²n madero, se trata de ser serios.
Sin embargo, el estado de derecho exige que sus disposiciones se apliquen a todos los delincuentes sin distinci¨®n de clase social o de filiaci¨®n ideol¨®gica. Ya saben, todos somos iguales ante la ley. Pero, ?acaso se persigue a todos los topmanteros? He aqu¨ª la cuesti¨®n. ?Qu¨¦ es un top manta? El fen¨®meno consiste en que alguien -normalmente un m¨²sico o un cantante, aunque los escritores tambi¨¦n tendr¨ªan mucho que decir- crea un producto original y ¨¦ste es reproducido una y otra vez sin pagar ning¨²n derecho y se vende de forma irregular en las aceras. Pues si esto es un top manta, me temo que estamos infiltrados y que la invasi¨®n de los marcianos se est¨¢ consumando casi sin que nos demos cuenta. En la vida moderna hay ejemplos a centenares. Cuando Bill Gates copi¨® descaradamente la genial invenci¨®n de los dise?adores de la manzana y se dedic¨® a exponer sus copias en mantas desplegadas en todos los rincones del planeta, la tan cacareada libertad del cibermundo sufri¨® un rudo golpe: todos sabemos que sus programas son peores que los originales, aunque tambi¨¦n m¨¢s baratos, por lo que el monopolio no tardar¨ªa en instalarse. Cuando los grandes escritores fueron convertidos en refritos cercanos al c¨®mic o a la pornograf¨ªa, la literatura espa?ola se trivializ¨® y un inmenso top manta se instal¨® en los expositores de los grandes almacenes, a veces con el reclamo de la Academia para m¨¢s inri. Cuando una genuina tradici¨®n culinaria mediterr¨¢nea fue calcada por los especialistas en comida basura, una ola de figones top manta de medio pelo empez¨® a extenderse por nuestras esquinas al tiempo que el porcentaje de obesos (y de anor¨¦xicos, la otra cara de la moneda) crec¨ªa de a?o en a?o. La irresistible ascensi¨®n del top manta, casi una epidemia, es un signo de los tiempos postmodernos, el distintivo de un periodo hist¨®rico en el que las sociedades de Occidente no saben lo que les conviene y, por ello, son m¨¢s vulnerables que nunca. Anta?o los poderosos oprim¨ªan o enga?aban al pueblo: ahora, curiosamente, nos autoenga?amos.
Todo este top manta es perjudicial, respectivamente para el bolsillo, para el gusto y para la salud, aunque resulta un poco exagerado pretender que su nocividad lo convierte en un riesgo social. Sin duda. Pero aqu¨ª quiero comentar un ejemplo mucho m¨¢s peligroso, de triste actualidad, que viene a ser top manta qu¨ªmicamente puro. Supongamos que una determinada sociedad pol¨ªticamente constituida invierte siglos de tensiones y de guerras en sentar las bases de su convivencia civilizada. El resultado de esta labor creativa es un conjunto de ideas -a veces contradictorias-, de s¨ªmbolos, de complicidades transversales, incluso de costumbres m¨¢s o menos fr¨ªvolas. De repente, alguien se apodera de todo ello y lo reproduce no s¨®lo sin permiso, sino a su conveniencia. Donde hab¨ªa ideas, ahora tenemos muecas, donde se respiraba solidaridad, ahora prima la indiferencia. Para apuntalar la cosa se crea una fundaci¨®n que engloba a otras asociaciones anteriores en las que s¨ª se discut¨ªan ideas (que no fueran las nuestras es lo de menos). Al poco tiempo, la otrora espl¨¦ndida construcci¨®n mental se habr¨¢ convertido en copias piratas y algunos desgraciados ser¨¢n encargados de difundirlas en sucesivas aceras electorales. La gente, claro, las comprar¨¢ porque son mucho m¨¢s baratas y no obligan a pensar. Pues bien (o, mejor dicho, mal): sorprendentemente nadie detiene a estos topmanteros. Todo lo contrario, envalentonados por su impunidad, a¨²n tienen el descaro de llamar a la polic¨ªa cuando un topmantero reci¨¦n llegado pretende instalar su muestrario en la acera de enfrente y hacerles la competencia.
El problema est¨¢ en los adelantos tecnol¨®gicos. Antiguamente tambi¨¦n hab¨ªa top manta, pero los creadores tan apenas se ve¨ªan perjudicados por el fusile de sus motivos musicales. En la ¨¦poca de los discos de vinilo, los mercadillos estaban llenos de cintas magnetof¨®nicas baratas que reproduc¨ªan los ¨¦xitos del momento. El fen¨®meno no dejaba de ser, sin embargo, marginal. No era lo mismo o¨ªr a los Beatles en un tocadiscos que en la cinta que pod¨ªa uno comprarse en el Rastro. Tampoco era lo mismo el pensamiento tradicionalista del ensayo pol¨ªtico que el fascismo voceado en los m¨ªtines. S¨®lo los compradores estregados por un consumo abusivo de simplezas ca¨ªan en la trampa. Pero ahora ya no es as¨ª. Entre un CD de la tienda y un CD de la manta no siempre es f¨¢cil advertir las diferencias. Como tampoco lo es distinguir entre el genuino pensamiento patri¨®tico del art¨ªculo de fondo del peri¨®dico y la degeneraci¨®n topmantera de los esl¨®ganes repetitivos y vac¨ªos con los que nos machacan los o¨ªdos en las tertulias radiof¨®nicas. El resultado salta a la vista: los topmanteros de esta esquina y sus competidores de la otra est¨¢n arruinando el mercado y llegar¨¢ un momento en el que s¨®lo tendremos m¨²sica basura porque a ning¨²n creador le interesar¨¢ componer. ?Es que nadie va a hacer algo para detener esta oleada de delincuentes del top manta que nos asedia? Es verdad que los ajustes de cuentas entre ellos son cada vez m¨¢s frecuentes y que cierta justicia distributiva impl¨ªcita termina por dar a cada uno lo que se merece. Lo malo es que a este paso no habr¨¢ p¨²blico para la m¨²sica, s¨®lo un desierto de hormigas que obedecen ciegamente la pachanga que emiten los altavoces y los receptores de televisi¨®n. Luego que no se quejen si la marabunta se lleva por delante todo lo que pilla a su paso: discos, mantas, clientes, aceras y hasta topmanteros.
?ngel L¨®pez Garc¨ªa-Molins es catedr¨¢tico de Teor¨ªa de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)
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