Copito
Primero el deterioro pontificio y despu¨¦s la muerte de Copito de Nieve, un vetusto gorila blanco, endeble y cariacontecido, han causado una tristeza que Barcelona no sabe c¨®mo solventar. Se habla de dedicarle una calle o una plaza y de hacerle un monumento, cosas, si bien se piensa, fuera de lugar. Plaza del Gorila Copito no es una direcci¨®n que uno desee poner en sus tarjetas. Yo creo que el mejor modo de honrar su memoria, si de eso se trata y no de una operaci¨®n publicitaria m¨¢s, ser¨ªa replantearse la funci¨®n del zoo. Si algo ha cambiado radicalmente en las ¨²ltimas d¨¦cadas es la relaci¨®n de los humanos y los animales. Antiguamente un animal salvaje enjaulado o domesticado era un espect¨¢culo sugestivo: el triunfo del hombre sobre la naturaleza. Hoy nadie lo ve as¨ª, pero muchos zoos siguen obedeciendo a este planteamiento anacr¨®nico. El de Barcelona, ya que de ¨¦l hablamos, aunque dudo que haya otro mejor, es un simple parque de atracciones para que los padres lleven a los ni?os, en el mejor de los casos, y en el peor, para que algunos adultos se diviertan a costa de los animales confinados. Por esta causa las especies m¨¢s curiosas, interesantes o espectaculares no tienen p¨²blico si son de naturaleza reposada y displicente, con lo que se libran de la agresi¨®n y la burla, mientras la gente se amontona ante las jaulas de los que reaccionan a la presencia humana con desasosiego o con servilismo, los azuza y les arroja comida o cualquier objeto para ver si se lo comen por inocencia o por glotoner¨ªa. Muchos animales est¨¢n trastornados o han ca¨ªdo en la indolencia. La presunta pedagog¨ªa, ni siquiera se aparenta: cada vez hay menos ejemplares y m¨¢s diversiones de pago: bares, atracciones infantiles, tiendas. En cuanto a la labor cient¨ªfica que realmente se lleva a cabo en el zoo, y que en parte justifica su existencia, nada impedir¨ªa que se siguiera haciendo a puerta cerrada, salvo la merma de fondos procedentes de las entradas y las franquicias. En resumen: o cambiamos el zoo o lo eliminamos. Y no lo digo porque me gusten o enternezcan los animales, que en el fondo me dan lo mismo, sino porque me gustan las personas con las que convivo diariamente en esta ciudad, capaz de apenarse por la muerte de sus micos.
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