La espiral del terror
El asesinato de siete agentes secretos espa?oles en Irak se inscribe en la incre¨ªble secuencia de atentados que ha golpeado a Oriente Pr¨®ximo en las dos ¨²ltimas semanas en Arabia Saud¨ª, Irak y Turqu¨ªa, tomando como objetivo tanto a los estadounidenses y a sus aliados occidentales como a los jud¨ªos y a las poblaciones de la regi¨®n -incluidos los musulmanes- con el pretexto de atacar a sus l¨ªderes. Este ¨²ltimo atentado, perfectamente planificado, puesto que descabeza el servicio secreto espa?ol en Irak y priva a Espa?a, aliada de EE UU y del Reino Unido, de una de sus principales fuentes de informaci¨®n, plantea una serie de interrogantes cruciales sobre la pol¨ªtica estadounidense y la naturaleza de los objetivos del terrorismo. La estrategia de EE UU de "guerra al terrorismo" tras los atentados del 11 de septiembre se prefijaba dos finalidades: castigar a los terroristas, a sus protectores y a los que los financiaban, y adaptar el orden mundial a la nueva realidad unipolar, propagando el modelo democr¨¢tico estadounidense y garantiz¨¢ndose fidelidad en todo el planeta.
Pasados 10 a?os de la desaparici¨®n de la URSS, los ide¨®logos neoconservadores lograron "vender" al presidente Bush su Weltanschaaung, aprovechando la emoci¨®n suscitada por los atentados contra las Torres Gemelas.
Experimentada en primer lugar en Oriente Pr¨®ximo, concebido como una regi¨®n enferma de donde provendr¨ªan la mayor parte de los problemas, se plante¨® como primer objetivo el derrocamiento, con el apoyo de tropas especializadas, del r¨¦gimen de los talibanes, anfitriones de Bin Laden, con la esperanza de que actuando de esta forma se destruyera la infraestructura de Al Qaeda. A continuaci¨®n, se prosigui¨® con la invasi¨®n de Irak y la eliminaci¨®n del r¨¦gimen de Sadam (al que no se ha logrado capturar, como ha pasado con Bin Laden); pero numerosos pa¨ªses y, a¨²n m¨¢s, numerosas opiniones p¨²blicas han rechazado seguir a EE UU, al considerar que la relaci¨®n entre el profeta del terror internacional y el jefe del "Estado canalla" iraqu¨ª no ten¨ªa ninguna base. Haciendo caso omiso de esta oposici¨®n e interviniendo militarmente sin el mandato de la ONU, Washington tuvo que recurrir al pretexto de la moral universal, que legitimaba el inicio de las operaciones por la presencia en Irak de armas de destrucci¨®n masiva (que todav¨ªa no se han encontrado). Y, finalmente, se dio por descontado que la poblaci¨®n iraqu¨ª acoger¨ªa a sus liberadores con j¨²bilo y lanzamiento de flores legitimando a posteriori, gracias al entusiasmo popular, el unilateralismo iluminado de la Casa Blanca.
M¨¢s all¨¢ de los grandes principios y de la estrategia planetaria, la operaci¨®n iraqu¨ª ten¨ªa, adem¨¢s, un objetivo preciso: al destruir el r¨¦gimen de Sadam y sustituirlo con un fiel aliado de EE UU, se llevaba a cabo el doble y tradicional objetivo pol¨ªtico de Washington en la regi¨®n, es decir, garantizarse la estabilidad de los recursos petrol¨ªferos y, a la vez, garantizar la seguridad de Israel.
Los ¨²ltimos acontecimientos contradicen esta estrategia tanto por lo que concierne a los objetivos en el mundo como a los perseguidos en Oriente Pr¨®ximo. Ante el rodillo compresor estadounidense, el terrorismo planetario parece casi como la tormenta de arena que bloquea el motor bien lubricado del Pent¨¢gono, meti¨¦ndole en una trampa en Oriente Pr¨®ximo. En efecto, el intervencionismo unilateral sit¨²a a Washington en primera fila: si tiene ¨¦xito, conseguir¨¢ beneficios directos; si fracasa, pagar¨¢ un elevado precio.
En este contexto, ?qu¨¦ significa la oleada de atentados de estas dos ¨²ltimas semanas? Tomando como punto de mira al propio Bush y a sus aliados m¨¢s fieles, sus autores dan a entender que ¨¦stos tendr¨¢n que pagar un precio muy elevado por su pol¨ªtica. La intimidaci¨®n a los espa?oles, los italianos, los turcos y los brit¨¢nicos -cuyos ej¨¦rcitos, poblaciones civiles, cuerpo diplom¨¢tico e instituciones bancarias se han convertido en objetivos- trata de desalentar a sus respectivos Gobiernos e impedir que secunden a Washington. El asesinato de jud¨ªos -esta vez en Turqu¨ªa- expresa el odio contra Israel, que ha alcanzado su apogeo en el mundo ¨¢rabe a partir de la segunda Intifada, alentado asimismo por las televisiones mediante un bombardeo de im¨¢genes sobre la represi¨®n a los palestinos, la valorizaci¨®n de los "m¨¢rtires" y la glorificaci¨®n de los terroristas suicidas. Los atentados, adem¨¢s, se producen en un momento muy preciso del calendario pol¨ªtico en EE UU. La campa?a electoral comenzar¨¢ en los pr¨®ximos meses y es crucial para Bush, candidato presidencial a su propia sucesi¨®n. Los muertos estadounidenses, una decena cada semana, y el derribo de helic¨®pteros son, asimismo, provocaciones que ilustran los l¨ªmites de la omnipotencia militar de la que se vanagloriaban los estrategas del Pent¨¢gono. El aumento del presupuesto reclamado por el Ejecutivo para pagar los costes de mantenimiento de las tropas en Irak es impopular, mucho m¨¢s indigesto si se tiene en cuenta la seguridad de los neoconservadores al afirmar que la posguerra ser¨ªa una fase de r¨¢pida transici¨®n hacia la democracia. Bagdad los ha sorprendido completamente sin preparaci¨®n para afrontar las actuales dificultades. El presidente de EE UU se encuentra ahora ante un dilema en Irak. O pasa a una ofensiva m¨¢s dura, con el riesgo de aumentar el gasto militar y el n¨²mero de muertos, recreando el fantasma de Vietnam en el recuerdo de algunos de sus compatriotas, jugando a una sola carta y esperando poder presentarse el pr¨®ximo oto?o ante un electorado despu¨¦s de haber conseguido una victoria aplastante sobre sus enemigos y una aniquilaci¨®n total del terrorismo. O, por el contrario, delega cuanto antes el mantenimiento del orden en Irak a una Administraci¨®n local, hace volver a sus soldados content¨¢ndose con un ¨¦xito militar demediado que habr¨¢ que perfeccionar recurriendo a la negociaci¨®n pol¨ªtica y al multilateralismo en una posici¨®n de debilidad relativa, pero minimizando de esta forma los costes financieros y en vidas humanas de la operaci¨®n iraqu¨ª ante sus electores. Este juego de azar est¨¢ sujeto a la enorme presi¨®n de los atentados que tienden a introducir una crisis en la Casa Blanca y a inducirla al error; as¨ª como a hacer que resalten los que, tras el icono de Bin Laden o de Sadam, y de la extensa y compleja red de personas quelos financian, de protectores y partidarios, juegan la pol¨ªtica del m¨¢s fuerte para galvanizar y atraer a su bando a las masas de ¨¢rabes y musulmanes. En esas masas, la imagen del Gobierno estadounidense ha alcanzado su cota m¨¢s baja en la historia (de acuerdo con el sondeo del Instituto Pew Foundation). La presidencia estadounidense se encuentra hoy en una encrucijada. En Washington, los realistas conducen una ofensiva en toda regla contra los ide¨®logos neoconservadores. Consideran que ¨¦stos s¨®lo han jugado al aprendiz de brujo, confundiendo la estrategia militar con la pol¨ªtica internacional, la Europa ex comunista con Oriente Pr¨®ximo, las elucubraciones de intelectuales afectos al "fin de la historia" con los desaf¨ªos reales del mundo actual, y que han puesto en riesgo los grandes equilibrios internacionales en vez de sustentarlos y obtener ventaja para EE UU. Y considerando que esa actitud corre, adem¨¢s, el peligro de encender la mecha, en el golfo P¨¦rsico y Arabia Saud¨ª, en el petr¨®leo, que es la principal fuente de energ¨ªa que mueve el mundo.
?ste es el contexto en el que se sit¨²an los atentados que se producen con un ritmo nunca visto.
Gilles Kepel es catedr¨¢tico sobre Oriente Pr¨®ximo en el Instituto de Estudios Pol¨ªticos de Par¨ªs y autor, entre otros libros, de La Yihad: expansi¨®n y declive del islamismo. Traducci¨®n de Valentina Valverde
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