?Qu¨¦ es Kakania?
Qu¨¦ niveles de insensibilidad no habr¨¢ alcanzado el debate pol¨ªtico en Espa?a para que nadie parezca ya escandalizarse del espect¨¢culo al que se asiste desde el 16 de noviembre: el de una inconsolable jeremiada, en unos casos tr¨¢gica y en otros s¨®lo circunspecta, por el hecho de que un partido legal haya doblado su n¨²mero de votos en unas elecciones auton¨®micas. No hay por qu¨¦ compartir las ideas de Carod Rovira, ni tampoco formar en las filas de quienes piensan que trivializar los problemas es comenzar a resolverlos para ser consciente, sin embargo, del insensato mensaje que se est¨¢ trasladando a un 16% del electorado catal¨¢n, y qui¨¦n sabe si a una cifra a¨²n mayor, cada vez m¨¢s alarmado por lo que se le ha venido encima tras limitarse a hacer lo que cualquier ciudadano en un pa¨ªs democr¨¢tico, depositar su voto en las urnas. Un mensaje que en resumidas cuentas viene a decir que en la democracia que ampara la Constituci¨®n del 78 hay partidos cuya participaci¨®n en las elecciones s¨®lo deber¨ªa tolerarse mientras el n¨²mero de sus votantes sea marginal; si se incrementa, los poderes del Estado se lanzar¨¢n sobre ellos advirtiendo desde los foros y tribunas m¨¢s insospechados del peligro que constituyen.
Hace demasiado tiempo que el presidente del Gobierno, y los vicepresidentes primero y segundo, y el entero n¨²mero de los ministros se han olvidado de que lo son de todos los espa?oles, incluidos los que no les votan, y los que no piensan como ellos, y los que no comparten su fe religiosa, y los que se expresan en una lengua distinta de la que ellos parecen considerar como una de las m¨¢s perfectas creaciones humanas, y tambi¨¦n de los que ni siquiera se consideran espa?oles. Desde luego, ni el presidente, ni los dos vicepresidentes, ni los ministros han desaprovechado la ocasi¨®n que les ha ofrecido el resultado de las elecciones en Catalu?a para demostrar una vez m¨¢s que, en efecto, no se tienen por lo que son, por representantes leg¨ªtimos de uno de los poderes de un Estado que es de todos, incluidos los votantes de Esquerra, sino por una partida de hombres y mujeres irreductibles que no se deben m¨¢s que a los suyos y que pueden decir cuanto les venga en gana y en el lugar y la ocasi¨®n que mejor consideren.
Establecida as¨ª en ruedas de prensa, declaraciones posteriores al Consejo de Ministros o extempor¨¢neos encuentros con organizaciones empresariales la constataci¨®n oficial, es decir, avalada por un poder del Estado, de que Esquerra Republicana representa un peligro, la preocupaci¨®n que se ha expresado a continuaci¨®n no ha hecho m¨¢s que ahondar en el insensato mensaje que se est¨¢ dirigiendo a los catalanes desde el 16 de noviembre, a todos los catalanes y no s¨®lo a los votantes de Carod Rovira: la preocupaci¨®n de que lo urgente ahora es determinar a qui¨¦n se deben imputar los platos rotos. En verdad, es necesario haber perdido hasta el ¨²ltimo atisbo de cordura para insistir en argumentos que lo que presuponen es que el resultado de las elecciones en Catalu?a son un borr¨®n o una fechor¨ªa, una especie de boquete que los catalanes han abierto en plena retaguardia a quienes necesitan disponer de todas sus energ¨ªas para atender a otros requerimientos m¨¢s graves. Por si acaso, el Partido Popular ya se ha precipitado a desmentir que su l¨ªder sea la fragua de nacionalistas que se ha dicho desde la oposici¨®n, pese a la aspereza de su talante y la impronta ultramontana de su quehacer pol¨ªtico. A los socialistas se les ha acusado, en cambio, de seguir instalados en la idea paleoprogre de que la izquierda y los nacionalistas son algo as¨ª como aliados naturales.
Resulta dif¨ªcil, por no decir imposible, encontrar una sola raz¨®n para defender la indescifrable estrategia de la actual direcci¨®n socialista, tanto en materia territorial como en tantos otros asuntos. Pero conviene no utilizar los argumentos del rev¨¦s, como si fueran una prenda de doble uso: lo que provoca una apariencia de proximidad entre socialistas y nacionalistas no es ninguna coincidencia en sus objetivos, que son radicalmente distintos, sino el hecho de que el Gobierno, este Gobierno, se haya erigido en ¨²nico garante de los principios constitucionales y de los procedimientos para preservarlos, de modo que todo el que disiente es inmediatamente colocado bajo sospecha, o mejor, bajo el mismo g¨¦nero de sospecha sea cual sea la raz¨®n por la que disiente. El sue?o de que los espa?oles hab¨ªamos aprendido por fin que cuanto m¨¢s ahoga la cr¨ªtica un Gobierno, cuanto m¨¢s se erige en celoso guardi¨¢n de cualquier ortodoxia, m¨¢s acaba sinti¨¦ndose acosado por fantasmas a los que se empe?a en tratar como si fueran un ¨²nico fantasma se ha revelado como lo que era: un sue?o, del que ahora se nos exige despertar abruptamente. Y deber¨ªa constituir un serio motivo de reflexi¨®n sobre la forma en la que se viene ejerciendo el poder en nuestro pa¨ªs el hecho de que, all¨ª donde unos ven una tenebrosa coincidencia entre nacionalistas y socialistas, otros, m¨¢s al norte, vean una coincidencia no menos tenebrosa entre espa?olistas de derecha y de izquierda. A fin de cuentas, la estructura de sus razonamientos es la misma: basta identificar a un Gobierno, a cualquier Gobierno, con la verdad, la decencia, la democracia o la paz, para que las diferencias entre los partidos que se le oponen desparezcan como por ensalmo, convirti¨¦ndolos en una turbia coalici¨®n a favor de la mentira, la indecencia, la imposici¨®n o el terrorismo.
Ni borr¨®n, ni fechor¨ªa, ni suceso luctuoso: por m¨¢s que compliquen la continuidad del proyecto pol¨ªtico del 78, y lo cierto es que, a juzgar por algunas desaforadas reacciones, la van complicar, los resultados de las elecciones en Catalu?a son el reflejo exacto de lo que los catalanes han querido, la expresi¨®n inequ¨ªvoca de sus intereses. Y lo que deber¨ªan hacer los partidarios de la Constituci¨®n del 78 y los Estatutos es preguntarse acerca de las razones por las que los catalanes han llegado a la conclusi¨®n de que la mejor defensa de sus intereses pasa por una reforma legal que contemple m¨¢s autogobierno, hasta el punto de que muchos de ellos, al menos un 16%, lo identifiquen ya con el independentismo. Por supuesto, se puede sostener que la creciente desafecci¨®n hacia las instituciones de 1978 es resultado de un proyecto largamente gestado por los nacionalistas porque, en efecto, ¨¦se ha sido siempre su proyecto y no lo han ocultado. Pero precisamente porque se trata de un proyecto largamente gestado no sirve para explicar por qu¨¦ ha alcanzado ahora, y s¨®lo ahora, el respaldo suficiente para convertirlo en una realidad posible. Sin duda, han debido de jugar bien sus cartas, aprendiendo de la experiencia. Resulta, sin embargo, ins¨®lito que, puestos a evaluar la propia, los partidarios de la Constituci¨®n y los Estatutos se vean forzados a admitir como un dogma de fe la fantas¨ªa de que no han cometido errores, y que cada una de sus iniciativas era tan s¨®lo una respuesta obligada por los crecientes desaf¨ªos de nacionalistas e independentistas.
Conviene hacer memoria y recordar que, despu¨¦s de los intempestivos homenajes a la Constituci¨®n durante la primera legislatura -unos homenajes que s¨®lo sirvieron para poner insensatamente el foco pol¨ªtico sobre el escenario institucional y no sobre los actores-, el Gobierno de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar proclam¨®, apenas comenzada la segunda, que hab¨ªa llegado el momento de cerrar el mapa auton¨®mico. ?sa fue exactamente la consigna: cerrar el mapa auton¨®mico. Hastiados de una imagen de las autonom¨ªas como sistema de chantaje y chalaneo, enfurecidos con toda la raz¨®n por el hecho de que el terror hubiera servido en algunos casos para alterar la negociaci¨®n de competencias, muchos ciudadanos acabaron haci¨¦ndola suya, y el resultado fue el que ahora padecemos: el debate pol¨ªtico dej¨® de girar en torno al reparto de competencias que preve¨ªa el modelo y comenz¨® a hacerlo en torno al modelo mismo, puesto que se declar¨® cerrado. Si a ello se suma la ingenier¨ªa de reconstrucci¨®n hist¨®rica que, siguiendo el modelo de la Acci¨®n Paralela establecida en la Kakania de Musil, emprendieron los Gobiernos de Aznar a trav¨¦s de fundaciones privadas y comisiones estatales para celebrar efem¨¦rides y centenarios de relevancia nacional, desde el 98 al Cid, pasando por Felipe II, nada tiene de sorprendente el que, despu¨¦s del resultado de las elecciones en Catalu?a, nos estemos precipitando un poco m¨¢s al punto de partida que ojal¨¢ se tragara la tierra de una vez por todas; el punto de partida que un grupo de intelectuales nacionalistas resumi¨® hace m¨¢s de un siglo en el rancio, enojoso, insufrible interrogante acerca de qu¨¦ pudiera ser Espa?a, cuando lo importante, tanto entonces como ahora, era preguntarse sobre c¨®mo se estaba comportando su Gobierno.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es diplom¨¢tico.
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