Burbujas

A m¨ª, que un calvo bien parecido -tipo Kung Fu vestido por Adolfo Dom¨ªnguez- me sople burbujas flotantes llenas de fortuna para anunciar que la Navidad y el sorteo del gordo est¨¢n ah¨ª, a la vuelta de la esquina, me da bastante igual. Que al deambular por esas calles cuajaditas de bombillas, de letreros luminosos, de abetos falsamente nevados, de renos y angelitos que destellan una falsa alegr¨ªa de colores, me da un poco lo mismo. Uno est¨¢ resignado a casi todo y sabe admitir que la vida que hemos dado por buena propicia estos excesos y estas anticipaciones que maldita la emoci¨®n y la gracia. Desde hace casi un mes se nos viene advirtiendo, por si no lo sab¨ªamos, de la inminencia de esa fiesta entra?able con la que despedimos el a?o y de lo aviesos que tenemos que andar para no llegar los ¨²ltimos a la consabida compra de turr¨®n, marisco congelado, juguetitos y cava. De no hacerlo, de esperarnos a una fecha m¨¢s razonable, a la paga de diciembre por lo menos, nos exponemos a la sangrante subida de precios con que somos fustigados los secesionistas que encaramos la Navidad cuando llega y toca.

Vivir en la sociedad del bienestar implica aceptar las reglas del juego. Si nos rebelamos, por mucho que la Carta Magna nos ampare, estamos expuestos al timo y al rid¨ªculo. Y en esto no hay derecho que valga. La vida es un mercado y la oferta y la demanda son la ¨²nica direcci¨®n a seguir. Hace unos d¨ªas me lo record¨® Guillermo. Con sus diez a?os cumplidos es un economista sagaz que me asesora sobre temas de inter¨¦s: "No te lo pienses, pap¨¢, el juego de la FIFA 2004 est¨¢ en oferta. Tonto ser¨¢s si te esperas a Reyes. Me lo compras esta misma semana y te ahorras, por lo menos, veinte euros". O mi madre, insistiendo desde el tel¨¦fono: "Debajo de tu casa han abierto un super de congelados. La caja de langostinos est¨¢ a un precio incre¨ªble. Ma?ana mismo bajas y la compras. La nochebuena est¨¢ ah¨ª y luego ya sabes lo que pasa". En esto, desde luego, no cuentan los principio, y uno se queda con cara de burbuja, flotando en medio de esa solemne idiotez que ilumina nuestras vidas entre diciembre y enero, agarrado a una zambomba para no desentonar, mirando las estrellas.