Llanto en El Barraco
Todo su pueblo sufre como "una aut¨¦ntica tragedia" la p¨¦rdida del Chava, "con carisma" y "muy especial" desde ni?o y del que se sab¨ªa que "llegar¨ªa muy lejos"
La ¨²ltima curva de la carretera antes de llegar a El Barraco (?vila) est¨¢ ribeteada por el muro de piedra de un prado. Sobre la roca se lee una leyenda azul escrita con un spray: "Jim¨¦nez, campe¨®n". Pasada la iglesia, el mes¨®n de su familia, El Pescador, tiene las persianas echadas. Por la cristalera se ven los trofeos, las fotos, los maillots y los recuerdos del ciclista. Tambi¨¦n, el ¨²ltimo men¨²: "Jud¨ªas y cuchifrito". Ya en el ayuntamiento, bajo las banderas, el alcalde, Jos¨¦ Mar¨ªa Manso, habla en voz baja de homenajes y d¨ªas de luto oficiales. Un mercedes verde oscuro, con un ata¨²d, aparca en la parte baja, cerca de la plaza de toros. Viene de Madrid con los restos mortales del Chava Jim¨¦nez.
"Yo fui su profesor en la EGB. Era un chico especial, con las ideas muy claras. El ingl¨¦s no le entraba, y protestaba: ?Para qu¨¦ me sirve si vivo en Espa?a?", recuerda con los ojos acuosos por la edad y la pena Mariano Pato, que se cubre con una boina negra como la mayor¨ªa de los hombres mayores que se re¨²nen en el bar El Segoviano. Todos miran el Telediario. La figura de su paisano cruza la pantalla levantando los brazos en se?al de victoria. "Una aut¨¦ntica tragedia", musitan a coro apurando los chatos de vino. Una mujer cruza la calle con bolsas llenas de fruta. "Era amigo de mi sobrino Luis", dice sorbiendo sus l¨¢grimas; "todos sab¨ªamos que llegar¨ªa lejos. Ten¨ªa carisma".
El tanatorio del pueblo est¨¢ en las afueras. Es una casita de piedra con una cruz de metal. El coche f¨²nebre, acompa?ado de tres m¨¢s, aparcado en la cuneta embarrada por las lluvias. Hace fr¨ªo y a lo lejos se ven las cumbres de Gredos nevadas. Antonia, la madre de Jim¨¦nez se apoya en los hombros de su padre, Antonio, y grita: "?Mi hijo!". No ve nada. Camina como una aut¨®mata repitiendo, incr¨¦dula, su nombre. De otro autom¨®vil sale la viuda, Azucena, que llora y se lamenta: "Justo ahora que estaba mejor, justo ahora..." Ambas, con otros familiares, han pasado la noche velando el cad¨¢ver.
Un ni?o de unos seis a?os, con una bicicleta de monta?a, espeta a sus padres que ¨¦l tambi¨¦n va a ser un gran corredor cuando crezca. Poco despu¨¦s, Jes¨²s Rodr¨ªguez, m¨¢s conocido como El P¨¢jaro, el director de la pe?a ?ngel Arroyo, escuela de los ciclistas de El Barraco, se acerca con las manos en los bolsillos al f¨¦retro. "Estuve el pasado domingo con ¨¦l y estaba muy bien", explica para conjurar la realidad de que ya no es as¨ª: "Parece que est¨¢n de moda los funerales". En la plaza, otra mujer llora y se toca el pecho: "Estoy muy mal". Su acompa?ante recuerda que hace una semana muri¨® de un ataque al coraz¨®n un vecino de 51 a?os y coincide con Rodr¨ªguez: "Vaya racha". Todos se enteraron de la noticia a las nueve de la ma?ana. Se la cont¨® la radio local, Entrepinares. Despu¨¦s vol¨® con la misma rapidez que volaban los triunfos del Chava o como viajan ahora los del nuevo ¨ªdolo local, Carlos Sastre, con cuya figura casi todos los bares han sustituido en sus paredes la de Jim¨¦nez.
Sastre, junto a su padre, V¨ªctor, y su esposa, la hermana del fallecido, tambi¨¦n deambula alrededor del tanatorio. Junto a ellos, el ciclista de Navaluenga, Paco Mancebo. Y tambi¨¦n, Santi Blanco. Lloran. Se alejan unos metros y charlan en privado. "Estoy muy sorprendido", comenta Mancebo. Tambi¨¦n tiene un recuerdo para la familia: "Apoyarles es ahora lo m¨¢s importante". "Es un d¨ªa triste, muy triste", resume Sastre mientras en El Barraco oscurece. Las estufas el¨¦ctricas se encienden. En el tanatorio permanecen los familiares de Jim¨¦nez. Aguardar¨¢n toda la noche al entierro, previsto para hoy a las once de la ma?ana.
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