M¨²sica y fuego
Al ver alzarse la l¨¢mpara central del Gran Teatro de La Fenice he experimentado una sensaci¨®n muy extra?a. Mientras las cuatro figuras doradas que la coronan volaban lentamente hacia el techo, se ha dibujado en el aire un momento irrepetible: el teatro vac¨ªo, ajeno al p¨²blico y a los m¨²sicos todav¨ªa, parec¨ªa tambi¨¦n volar como un gran globo de paredes azules.
Los obreros daban los ¨²ltimos toques y varias restauradoras limpiaban minuciosamente algunos frescos. Tras colgar la l¨¢mpara en el techo, ten¨ªan que empezar, de inmediato, complejas pruebas de ac¨²stica. Toda Venecia estaba llena de carteles anunciando la reapertura, el pr¨®ximo s¨¢bado, de La Fenice con su programaci¨®n inmediata. Sin embargo, curiosamente no lograba pensar en las ¨®peras del futuro, sino en la singular relaci¨®n entre la m¨²sica y el fuego que se hab¨ªa manifestado en la devastaci¨®n de los escenarios. Ahora, La Fenice resplandec¨ªa de nuevo, despu¨¦s de interminables debates y retrasos, pero en medio de aquel espacio dorado y del olor a obra reci¨¦n hecha a¨²n crepitaba la fantasmagor¨ªa de las llamas. Cada reconstrucci¨®n es singular y, no obstante, la destrucci¨®n es com¨²n a todos los paisajes, y en la memoria su recuerdo comunica los puntos m¨¢s alejados. Parad¨®jicamente, al pasearme por el interior de una Fenice a punto de inaugurarse pens¨¦ intensamente en aquella ma?ana, pronto har¨¢ 10 a?os, en que ardi¨® el Liceo de Barcelona provocando, como en Venecia, un alud de inquietudes y expectativas.
Cuando el d¨ªa 31 de enero de 1994 se quem¨® el Gran Teatro del Liceo, la noticia circul¨® por la ciudad con el sello de las grandes cat¨¢strofes. Antes de que informaran del hecho las emisoras de radio y de televisi¨®n, y por supuesto antes de que lo hicieran los peri¨®dicos, muchos barceloneses ya se hab¨ªan convertido en expertos sobre el incendio. Una columna de humo se elevaba hacia un cielo perfectamente azul. Pero el mar de rumores era m¨¢s impetuoso que cualquier columna de humo y pronto se propag¨® por todas partes. El Liceo ard¨ªa.
Hay, al parecer, tres ritmos distintos en el rumor que acompa?a, y a menudo acoge, a la cat¨¢strofe. Primero, el choque seco producido por las voces de alarma desencadena una curiosa corriente de inquietud; luego, cuando los indicios se convierten en sensaciones, el mar se agiganta hasta adquirir los contornos de una imagen desoladora; finalmente, constatado ya lo peor, la consternaci¨®n deja lentamente paso a la necesidad de una esperanza y, en algunos casos, de una resurrecci¨®n.
Recuerdo que en el d¨ªa que se incendi¨® el Liceo esos tres ritmos fueron muy perceptibles y, adem¨¢s, concentrados en un corto espacio de tiempo. Mientras la columna de humo se ensanchaba e invad¨ªa el azul celeste, las reacciones y los estados de ¨¢nimo se suced¨ªan con gran rapidez. Al desconcierto y la tristeza le siguieron, bastante pronto, las reacciones privadas y p¨²blicas que alentaban contra la devastaci¨®n por las llamas de uno de los grandes s¨ªmbolos de la ciudad. Era la llamada a la resurrecci¨®n que, traducida en t¨¦rminos materiales, apelaba a la reconstrucci¨®n.
Desde el mismo d¨ªa de la destrucci¨®n del Liceo no pareci¨® haber, entre los ciudadanos, ninguna duda sobre la reconstrucci¨®n del teatro. Ni siquiera el significado hist¨®ricamente burgu¨¦s del edificio calcinado ni el hecho -espinoso en s¨ª mismo- de la titularidad privada de parte de su patrimonio sirvieron para introducir vacilaciones en el ¨¢nimo general. Es evidente que s¨®lo 20 a?os antes los dos factores hubieron podido ser determinantes. Sin embargo, a finales del siglo XX, olvidados los agravios sociales de anta?o, que hab¨ªan quedado dram¨¢ticamente encarnados en la famosa Bomba del Liceo, una masacre causada por los anarquistas a principios de la centuria, la ciudad estaba dispuesta a aceptar sin recriminaciones el valor del s¨ªmbolo.
Claro est¨¢ que, tras el aturdimiento de los primeros d¨ªas, se escucharon, siempre sotto voce, algunos murmullos discrepantes. Algunos eran maliciosos e ir¨®nicos, como los que propon¨ªan aprovechar el gran hueco liberado por el fuego para hacer una piscina al aire libre que ser¨ªa de gran provecho en un barrio con tanta densidad demogr¨¢fica. Otros, y no precisamente proletarios, recordaron sin demasiada convicci¨®n que aquel era, o hab¨ªa sido, un "templo del dinero". Por fin no faltaron los estetas que, a la vista del nuevo territorio vac¨ªo que se abr¨ªa sobre la Rambla, se?alaron la belleza maldita de aquel lugar desolado, un abrupto agujero urbano que daba un aire enigm¨¢tico al entorno.
Esta ¨²ltima opini¨®n no fue tan minoritaria como pueda pensarse si advertimos que el tema del Liceo quemado se convirti¨® en favorito para bastantes pintores realistas hasta el punto de que, mientras el hueco no fue nuevamente cubierto, creci¨® una suerte de subg¨¦nero alrededor de aquel extra?o paisaje que ciertamente recordaba las lejanas ruinas rom¨¢nticas: el Liceo era visto, as¨ª, a trav¨¦s de su espectro, como la ruina misteriosa de algo que existi¨® en tiempos tan remotos que emparentaba con los vestigios g¨®ticos e incluso cl¨¢sicos.
Pero para el sentir mayoritario, los tiempos del Liceo no eran nada remotos y, en el sitio del rom¨¢ntico espectro, se prefer¨ªa el retorno del habitante original del lugar. En este ¨²ltimo punto, no obstante, estribaba el problema decisivo: ?qui¨¦n era el habitante original y c¨®mo pod¨ªa conseguirse su retorno?
Las respuestas no siempre converg¨ªan en el mismo pensamiento, ya que las perspectivas eran bien distintas si quien hablaba era el pol¨ªtico o el arquitecto o el mel¨®mano o, de manera m¨¢s difusa, el ciudadano que paseaba por la Rambla y asist¨ªa, at¨®nito, al espect¨¢culo de aquella destrucci¨®n. Los que dec¨ªan hablar desde el punto de vista de la m¨²sica reivindicaban, por encima de todo, la calidad ac¨²stica y escenogr¨¢fica del nuevo coliseo a construir. Los arquitectos se divid¨ªan entre un grupo mayoritario, partidario de la reconstrucci¨®n in situ, y otro, bastante reducido, que abogaba por la edificaci¨®n del teatro en otro lugar m¨¢s c¨®modo y menos determinado urban¨ªsticamente. Los pol¨ªticos promet¨ªan a mayor velocidad de lo que iban las investigaciones para esclarecer el desastre. Era dif¨ªcil, en cambio, saber la opini¨®n real de los ciudadanos, pero se supon¨ªa -as¨ª lo afirmaban los peri¨®dicos- que, al igual que casi todos los pol¨ªticos, arquitectos y mel¨®manos, eran partidarios de la reconstrucci¨®n estricta: el habitante original deb¨ªa retornar con su exacta forma anterior.
Confieso que al principio yo no compart¨ªa esta convicci¨®n generalizada. Me parec¨ªa un poco rid¨ªcula la idea de la clonaci¨®n arquitect¨®nica. ?No era mejor, desde muchos puntos de vista, construir un Liceo enteramente nuevo? Arquitect¨®nicamente, el viejo teatro quemado era un buen edificio, pero no un edificio exquisito; musicalmente era un auditorio mejorable; escenogr¨¢ficamente era limitado, de modo que se ajustaba mal a las grandes producciones; urban¨ªsticamente, se sumerg¨ªa en un enclave que el tiempo hab¨ªa transformado en sinuoso y dif¨ªcil. Sumados esos factores, la conclusi¨®n era contundente. Era mejor construir un nuevo edificio en un nuevo lugar.
Pronto, no obstante, dud¨¦ de la justicia de esta idea. Era evidentemente una idea justificada desde el ¨¢ngulo estricto de la modernidad, pero tambi¨¦n era obvia desde el mirador actual de la historia europea que la aplicaci¨®n dogm¨¢tica de la estricta modernidad hab¨ªa causado enormes desajustes en la cultura material de la segunda mitad del siglo XX. Soy un ferviente admirador de la modernidad est¨¦tica, aunque, al mismo tiempo, cada vez detesto m¨¢s el dinamitaje de toda tradici¨®n bajo la excusa moderna disfrazada con la m¨¢scara vanguardista. Creo que fue este ¨²ltimo argumento el que me hizo variar bastante pronto mi posici¨®n rupturista inicial y decantarme por la reconstrucci¨®n de un icono tradicional como era el Liceo. Es cierto que me ayud¨® la noticia de que dirigir¨ªa los trabajos un hombre tan competente como Ignasi Sol¨¤-Morales que, en su condici¨®n de arquitecto y de historiador de la arquitectura, reun¨ªa los atributos indispensables para hacer dialogar el presente con el pasado. Era una decisi¨®n acertada que contribu¨ªa a reunir esfuerzos y aseguraba -como luego se verific¨®- la pulcritud y celeridad de la obra.
Junto con esta elecci¨®n me result¨® decisivo reconsiderar con mayor fuerza el valor pol¨ªtico -en el sentido de la polis- del icono Liceo. El incendio hab¨ªa reafirmado una funci¨®n de s¨ªmbolo universal para la ciudad que no pod¨ªa ser vulnerado desde un falso aristocratismo vanguardista. Se hab¨ªa hecho evidente que la comunidad quer¨ªa recrear su tradici¨®n, y ese v¨ªnculo era la aut¨¦ntica obra de arte que lat¨ªa tras todo proyecto.
La reconstrucci¨®n estricta del Liceo constitu¨ªa, por as¨ª decirlo, una de las escasas obras de arte democr¨¢tico que la ¨¦poca estaba dispuesta a permitirse. No pod¨ªa desaprovecharse la oportunidad de que, por propia exigencia de identidad, la ciudad se copiara a s¨ª misma. Adem¨¢s, Barcelona ya hab¨ªa vivido esta copia como un viejo relato que se expand¨ªa, cap¨ªtulo tras cap¨ªtulo, puesto que el fuego ya hab¨ªa previamente intervenido dos veces en el Liceo y, a la tercera, el reto parec¨ªa incrementarse. Dos a?os despu¨¦s, al recibir la informaci¨®n del incendio "gemelo" de La Fenice de Venecia, no pude dejar de pensar en la ¨ªntima y extra?a relaci¨®n que a lo largo de los siglos han tenido la ¨®pera y el fuego.
La vanguardia, pues, pasaba por la recuperaci¨®n revolucionaria de la tradici¨®n. Esto quiz¨¢ fuera dif¨ªcil de entender hace cien o ciento cincuenta a?os, cuando la modernidad tend¨ªa a identificarse con lo nuevo, y lo nuevo con un proyecto ¨¦tico-est¨¦tico que incorporaba ambiciosa y ut¨®picamente la construcci¨®n de una nueva humanidad. Pero en una ¨¦poca como la nuestra en la que, desde hace decenios, la novedad se ha confundido con la originalidad, parece necesario, parad¨®jicamente, recuperar la capacidad de retornar a lo originario: el aliento del origen en contraposici¨®n con la obsesi¨®n de una originalidad que, como se ha visto hasta la saciedad, se convierte f¨¢cilmente en un producto manufacturado de dimensi¨®n planetaria. Precisamente, este avasallamiento uniforme del lenguaje creativo refuerza la exigencia de un di¨¢logo distinto entre lo moderno y lo tradicional. El estilo internacional, revolucionario al principio como es bien sabido, ha devenido asimismo en el gran producto manufacturado en el que se ha basado la especulaci¨®n inmobiliaria mundial y el "pensamiento ¨²nico" arquitect¨®nico. Al igual que defendemos la biodiversidad ecol¨®gica, es imprescindible defender una "biodiversidad cultural" que integre, en un primer plano, la capacidad arquitect¨®nica para releer los propios or¨ªgenes.
Este ¨²ltimo argumento me parec¨ªa decisivo a la hora de apoyar la reinstauraci¨®n de iconos comunitarios como el Liceo de Barcelona o La Fenice de Venecia. La apelaci¨®n a la identidad antigua pod¨ªa abrirse paso como voluntad moderna en la medida que contribu¨ªa a luchar contra el brutal conservadurismo de un estilo internacional que hab¨ªa perdido toda semilla ut¨®pica. Las se?as de identidad son, en nuestros d¨ªas, especies en extinci¨®n.
Naturalmente, esta reconsideraci¨®n del significado contempor¨¢neo de lo moderno no puede, en ning¨²n caso, aceptarse con inercia acr¨ªtica. En mi caso y en mi recuerdo, una vez aceptada la validez est¨¦tica y pol¨ªtica del rescate formal de un icono ciudadano como el Liceo, se abr¨ªan otros interrogantes. ?Hasta qu¨¦ punto este rescate deb¨ªa ser no s¨®lo externo, sino tambi¨¦n interno? ?Junto a la forma urbana que la ciudad a?oraba deb¨ªan rehacerse asimismo los ornamentos que poco significaban para gran parte de los ciudadanos?
La respuesta es dif¨ªcil, pero, personalmente, no puedo dejar de sentir una inevitable aversi¨®n ante el manierismo decorativo que implica la recuperaci¨®n historicista del interior del teatro quemado. Ese manierismo s¨ª me parece est¨¦ticamente inaceptable y pol¨ªticamente innecesario. Reinstaurado el icono y aceptada su plena validez, el interior del icono deb¨ªa responder ¨²nicamente a criterios musicales y escenogr¨¢ficos. E imagino que no hay duda sobre las mayores posibilidades t¨¦cnicas de una concepci¨®n espacial actual respecto a aquel espacio burgu¨¦s decimon¨®nico que, en definitiva, hab¨ªa sido pensado para albergar los intereses sociales de una clase y de una ¨¦poca.
Pese estas reservas, que no son menores, Barcelona vivi¨® como un ¨¦xito colectivo la sustituci¨®n de la huella espectral del Liceo por el teatro mismo. Es la ¨²nica reencarnaci¨®n arquitect¨®nica que conservo en la memoria, al menos en mi ciudad; si exceptuamos quiz¨¢ la recuperaci¨®n del pabell¨®n Mies van der Rohe. Es de esperar que con la reapertura de La Fenice la reencarnaci¨®n veneciana tenga un impacto parecido.
Rafael Argullol es escritor y fil¨®sofo.
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