La ciudad de la justicia
Imaginemos una ciudad cuya alcaldesa es ciega y en lugar de bast¨®n de mando utiliza una balanza. Imaginemos tres campos de f¨²tbol, uno detr¨¢s del otro, en el interior de una caja de cristal. A continuaci¨®n, imaginemos laboriosas hormigas de riguroso luto y regidores, hombres o mujeres, con vistosas puntillas en sus togas largas hasta el suelo. Ya no hace falta imaginar el resto: un edificio con dise?o kafkiano rematado con el escudo de la Generalitat Valenciana y la leyenda Ciudad de la Justicia.
Uno de los veloces ascensores transparentes me catapulta desde el atrio a la planta tercera, de las cinco que tiene el edificio, donde el gerente de esta megafactor¨ªa de pleitos y sentencias, David Sevilla, disfruta de su panor¨¢mico despacho.
"La superficie construida en un solar de 21.000 metros cuadrados supera los 114.000. Se trata, pues, del m¨¢s grande complejo de Europa en su g¨¦nero, segundo despu¨¦s de Jap¨®n"
Sevilla es un hombre de 44 a?os que rezuma datos y an¨¦cdotas. Los datos te ponen los pelos de punta y las an¨¦cdotas te engominan ese mismo pelo.
El dato mas impresionante es el coste de esta nueva fantas¨ªa del PP, con cargo al contribuyente, que asciende a los 22.000 millones de las antiguas pesetas. La superficie constru¨ªda en un solar de 21.000 metros cuadrados supera los 114.000. Se trata, pues, del m¨¢s grande complejo de Europa en su g¨¦nero, segundo del mundo despu¨¦s de Jap¨®n.
As¨ª, en el atrio de esta megacatedral del legajo, a un tiro de piedra de otras megaloman¨ªas arquitect¨®nicas, se acumulan mesas y bancos de maderas nobles todav¨ªa precintados, pero los jardineros ya plantaron 36 palmeras ignorando que cada una de estas palmeras es un homenaje a otros tantos partidos judiciales. Mas de uno se pregunta a cu¨¢nto saldr¨¢ el d¨¢til si lo tuviera que pagar Zaplana. Pero casi es mejor no enterarnos.
La Ciudad de la Justicia dispone de un sal¨®n de actos con 505 butacas irresistibles a cualquier siesta procesal. ?Por qu¨¦ 505 butacas y no otra cifra aproximada? Existe de nuevo otro simbolismo: los juzgados de paz que tenemos en nuestro territorio suman exactamente 505. S¨®lo cuando se abra uno se plantear¨¢ el problema de d¨®nde colocar la butaca 506. Pero entonces se llamar¨¢ al arquitecto Batuecas, autor de esta obra, y ¨¦l encontrar¨¢ la soluci¨®n.
Alguien tuvo la originalidad de diferenciar los juzgados por colores. Este recurso crom¨¢tico identifica a los juzgados de lo penal con el rojo sangre de toro, a los de lo social con el amarillo canario, y a los de lo civil con el azul pur¨ªsima.
Un abogado se cachondea del reparto que considera sospechoso: "Aqu¨ª les ha traicionado el inconsciente en el que afloran reminiscencias hist¨®ricas que identifican el bando rojo con el delito penal y el azul con el civil, que siempre fue el c¨®digo de los ricos y los vencedores".
Sin embargo, al p¨²blico (entre 3.000 y 5.000 personas pasan a diario por aqu¨ª) le traen sin cuidado los colores de los juzgados, hecha la salvedad del negro que visten los jueces. Tampoco importan demasiado los avisos de prohibici¨®n de fumar porque all¨ª donde hay un cartel, hay un fumador o una colilla agonizando en el suelo.
Conforme a la tradici¨®n chapucera de nuestros juzgados, los agentes judiciales siguen pegando una hoja con celo en la puerta de las salas donde se celebran los juicios, a menos que esa misma hoja la lleven en la mano para que el p¨²blico vaya detr¨¢s de ellos suplicando informaci¨®n. Los agentes visten vaqueros y camisas de marca, pero son los de siempre debajo del disfraz.
Existen algunas innovaciones plausibles. Los detenidos llevados a juicio, por ejemplo, suben directamente de los calabozos (capacidad para cien) a la sala del juicio. De tal forma que el reo aparece por una puerta lateral cuando el juez ordena que se persone en la sala esposado y escoltado por los guardias. De este modo ya no se le obliga a hacer el humillante pase¨ªllo como anta?o para satisfacci¨®n de los necios y de los curiosos.
Una letrada se queja de que solo uno de los quince locutorios de los calabozos funciona, los otros permanecen cerrados, y esto hace que se forme una larga cola de letrados con el consiguiente retraso de los juicios. "Yo ten¨ªa el mio para las 10.30 y ya son las 12.45 y mi cliente sigue en el calabozo esperando que lo pasen al locutorio, y dada la hora que es, todo se aplazar¨¢ hasta ma?ana".
Otra abogada, que a diferencia de la anterior no tiene inconveniente en dar su nombre (Marta L¨®pez Quero) lamenta la dificultad de aparcar y el deficiente servicio de transporte p¨²blico desde el centro a la Ciudad de la Justicia. Se pregunta c¨®mo se gastaron esta millonada para no hacer una estaci¨®n de metro cuando los aparcamientos subterr¨¢neos son para uso exclusivo de los funcionarios (unos 1.500) y dejan fuera a los 800 profesionales (letrados, procuradores y graduados sociales), y a los clientes. Casi todos acaban dejando el coche en segunda fila o meti¨¦ndolo en el parking de Carrefour, hasta que un d¨ªa les obliguen a comprar algo en el centro comercial, al menos una aguja e hilo negro para remendar la toga.
Esta letrada me anima a entrar en la sala donde ella va a actuar como defensora de oficio. Dice que es deprimente no tener p¨²blico. Por lo visto no interesan los juicios m¨¢s que en las teleseries, o cuando tienen mucha sangre y mucho morbo. En efecto, compruebo que el juez bosteza en la sala vac¨ªa e incluso cuando le ponen delante a un tipo esposado que lleva m¨¢s aros en la oreja que toda una tribu africana. Lo acompa?an polic¨ªas con espuelas de jinete, algo que parece extra?o. As¨ª que le pregunto por qu¨¦ van de esa guisa los guardias. "Ni idea, le consultar¨¦ al magistrado", dice la agente judicial. Y mientras el acusado se acomoda en una silla atornillada al suelo, y el fiscal deja su aparatoso casco de motorista sobre la mesa del tribunal, oigo exclamar esto al magistrado: "?Y yo qu¨¦ co?o s¨¦ de por qu¨¦ llevan espuelas los guardias, a lo mejor nos lo traen atado a la cola del caballo!".
No pregunto m¨¢s. La defensora de oficio se esfuerza para que no le caigan a su cliente mas de cinco a?os. Lo hace lo mejor que sabe. Pero el tipo es reincidente y no acept¨® la pena propuesta por el fiscal, con lo que habria salido ganando. Niega haber metido la mano en la caja de un Consum ayudado por un compadre que le puso a la cajera la navaja en el cuello. S¨®lo reconoce que se hab¨ªa puesto feo de hero¨ªna y coca¨ªna. Y al decir esto se abofetea la oreja y los aros suenan como cascabeles y el juez muestra signos de nerviosismo.
Grupos de rumanos, magreb¨ªes y gitanos esperan sus respectivos juicios en la zona roja. Entro en uno de estos juicios donde dos rumanos de 1,90 de alto por 1,20 de di¨¢metro, son acusados de desvalijar cabinas telef¨®nicas. Ponen cara de querubines ante la impenetrable expresi¨®n de una jueza. Repiten que no se dieron a la fuga cuando les persigui¨® la Guardia Civil, ni tampoco saben de qui¨¦n era la bolsa con 517 euros en monedas, ni la taladradora, ni las llaves modificadas que llevaban debajo del asiento del coche. La cosa est¨¢ mas clara que el agua, y s¨®lo falta que la representante legal de Telef¨®nica, citada como testigo, entre en la sala despu¨¦s de testificar los guardias. La llaman a grito pelado pero no est¨¢. La jueza se cabrea y pide que se le imponga una sanci¨®n de 60 euros y que la aperciban de que si no comparece la legal representante de Telef¨®nica el d¨ªa 17 a las 9.30 ser¨¢ acusada de no asistir a la Justicia, algo muy serio. La vista se suspende y la magistrada se alisa los cabellos de mujer todav¨ªa joven y comenta por lo bajo que as¨ª va todo, luego nos reprochan que la Justicia es lenta... ?y c¨®mo demonios va a ser?
A las dos de la tarde la gente se larga. En la calle los repartidores de propaganda llaman al pueblo a la gran manifestaci¨®n del men¨² del d¨ªa por 7 euros en cualquiera de los bares y mesones que han proliferado en torno a la Ciudad de la Justicia. Pero yo miro esta mole a mis espaldas y las tripas me cantan, y hasta me duelen.
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