El diplom¨¢tico y escritor Jos¨¦ Cuenca publica 'La sierra caliente', un viaje sentimental por su infancia
La publicaci¨®n rescata del olvido viejas leyendas, personajes y oficios de la sierra de Segura
![Gin¨¦s Donaire](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F45927f5a-76bf-4d88-b9b5-89aa721d4adb.png?auth=339c3297f4a00c8a0c3e1e9bc1cbe388192fd0235045d73758ba6652e101beff&width=100&height=100&smart=true)
El diplom¨¢tico y escritor jiennense Jos¨¦ Cuenca Anaya realiza un vieja sentimental por su infancia en su ¨²ltimo libro, La sierra caliente (Ober¨®n). En la publicaci¨®n se va trufando la narraci¨®n con leyendas que el autor rescata del olvido. Historias de recoveros, pineros, andarines y, en definitiva, de gentes entra?ables de las sierras de Segura y Cazorla en los a?os tremendos de la posguerra. Jos¨¦ Cuenca (Iznatoraf, Ja¨¦n, 1935), que ha sido embajador de Espa?a en Bulgaria, Rusia, Grecia y Canad¨¢, fue galardonado con el Premio Jaime de Fox¨¢ con un anterior relato, Pancho.
La sierra caliente es, en palabras de su autor, "una historia de amor hacia los campos, r¨ªos y pinares que forman el parque natural de Cazorla, Segura y Las Villas", el mayor espacio protegido andaluz, con 214.000 hect¨¢reas. Aunque nacido en la peque?a villa medieval y renacentista de Iznatoraf, la infancia de Jos¨¦ Cuenca discurri¨® en primera instancia en Villarrodrigo, municipio enclavado en la parte m¨¢s oriental de la Sierra de Segura.
Por la comarca segure?a discurren la mayor parte de historias que narra el escritor jiennense, afincado actualmente en Madrid tras haber puesto fin a una brillante carrera diplom¨¢tica. Su primer cap¨ªtulo lo destina a rememorar el viaje tercermundista que se ve¨ªa obligado a hacer en los a?os 40 entre Villarrodrigo y Sevilla, adonde su familia lo envi¨® a estudiar el bachiller.
El viaje duraba m¨¢s de 40 horas y ten¨ªa varias escalas, lo que le da pie al autor a recuperar algunas leyendas asociadas a la historia de los pueblos que recorr¨ªa. Como la del Ojanco, que da nombre al pueblo de Arroyo del Ojanco, que logr¨® su independencia hace dos a?os tras segregarse de su municipio matriz, Beas de Segura. Seg¨²n la leyenda, por esas cumbres habitaba un ser descomunal con un ojo en medio de la frente que ten¨ªa la costumbre de tragarse una doncella de las aldeas somontanas. As¨ª hasta que un buen d¨ªa un fornido mozanc¨®n decidi¨® terminar con ¨¦l meti¨¦ndole un hierro candente por el ojo.
Aldeas serranas
Otro de los pasajes del libro se detiene en la historia tr¨¢gica de amores desgarrados del Salto de la Novia, un riscal llamado as¨ª desde que una novia cay¨® por all¨ª cuando iba a casarse a Santiago de la Espada. Cuenta la leyenda que la novia quer¨ªa a un pastor y no al hombre que le hab¨ªan impuesto sus padres, "y por eso pas¨® lo que pas¨®". No menos curiosa resulta la historia de la hermana Ceferina, que iba montada en una borrica, encima de un ser¨®n lleno de higos blancos y brevales cuando se cruz¨® con el obispo de Ja¨¦n que estaba de visita pastoral por las aldeas serranas. Sofocado por el largo y fatigoso camino, el obispo quiso probar los higos de la se?ora, y ¨¦sta no tuvo ning¨²n reparo al dirigirse a ¨¦l: "No le d¨¦ cochura comer m¨¢s, se?or obispo, sin son pa los gorrinos".
Jos¨¦ Cuenca se aproxima tambi¨¦n a los oficios serranos que han ido languideciendo con el paso del tiempo. Como los arrieros "que transportaban c¨¢ntaras de aceite, orcillas con miel, fardeles de nueces y costales de alubias, blancas y pintas, con frutos de capricho"; o los pineros, "aquellos segure?os bien templados, de los que ya no se acuerda casi nadie"; o los recoveros que hac¨ªan de mercaderes en las aldeas m¨¢s rec¨®nditas. De alguna manera, despu¨¦s de haber estado gran parte de su vida dando vueltas por el mundo, Jos¨¦ Cuenca se muestra dispuesto en el libro a amarrarse bien las botas y emprender, con la misma ilusi¨®n que cuando era joven, "un viaje sentimental por las trochas y senderos de las sierras de Cazorla y Segura".
Es un viaje literario lleno de nostalgia, pero que no pierde de vista los problemas actuales de estos pueblos serranos. Las incertidumbres del aceite -"no pintan bastos para el olivar", sostiene el diplom¨¢tico-, los bajos precios de la madera o los malos tiempos para la ganader¨ªa son otras cuestiones que Cuenca aborda en La sierra caliente.
A su juicio, el alejamiento de los grandes centros de consumo, las malas comunicaciones, los abusos del caciquismo y la p¨¦sima explotaci¨®n de los recursos naturales son las causas del retraso end¨¦mico de esta comarca. Sin embargo, tambi¨¦n reprocha a los "bur¨®cratas de espacioso despacho enmoquetado" su empe?o por gobernar la sierra desde la distancia y sin ning¨²n apego a su realidad social. Lamenta igualmente la resignaci¨®n de muchos serranos cuando dice que "muy pocos pelean contra los embates de eso que llamamos modernidad".
Parafraseando al poeta Mara?¨®n, Jos¨¦ Cuenca cree que quienes aseguran que cualquier tiempo pasado fue mejor no se pueden imaginar lo que era un dolor de muelas en el siglo XV. Por eso, aunque Cuenca ha combatido su soledad rescatando de la memoria pasajes de su infancia, ahora no quiere que la sierra vuelva sus ojos al pasado, aunque rechaza ciertas lacras que, seg¨²n destaca, "le han tra¨ªdo la modernidad y unos ciertos valores importados".
Se muestra optimista de cara al futuro y esperanzado con los resultados del parque natural. Sin embargo, cree que es preciso "encontrar un espacio de concordia entre la vieja y vapuleada tribu cazadora y la animosa y juvenil familia ecologista, porque ambas tienen su verdad".
El fiasco del petr¨®leo
Ahora que el Gobierno central ha vuelto a autorizar la b¨²squeda de petr¨®leo en la Sierra de Segura, Jos¨¦ Cuenca recuerda el fiasco que supuso, a mediados de siglo pasado, una experiencia similar en La Puerta de Segura. "Las autoridades prometieron un espl¨¦ndido futuro, colmado de dones incontables, para toda la regi¨®n", escribe el autor jiennense. Pero acto seguido explicaba as¨ª la decepci¨®n posterior: "todo aquel barullo no era sino un puro desatino: criaturas aventadas y de poco seso, que estaban poniendo la Sierra patas arriba".
En otros cap¨ªtulos, Jos¨¦ Cuenca aborda con una prosa pura y ¨¢gil leyendas sobre las truchas, la caza, las fiestas y el folclore popular, los castillos y guerreros y un pasaje muy singular sobre los curas de la sierra. De ¨¦ste ¨²ltimo destaca el referido al cura de Burunchel. Don Fulgencio, que as¨ª se llamaba, hizo correr su reputaci¨®n de docto por la comarca, sin que nadie osara poner en entredicho los m¨¦ritos de que tanto alardeaba. Sin embargo, cuando el rey vino a los cotos de Cazorla y Segura a cazar comprob¨® que el cura "no era si no un g¨¢rrulo pedante, excesivo de verbo y duro de mollera, que hab¨ªa propagado la imagen de sapiente para mejor medrar a costa de sus sencillos feligreses". El monarca decidi¨® darle un escarmiento y lo llam¨® a sus aposentos para someterlo a un interrogatorio con el que probar su inteligencia. Al final, el cura se salv¨® gracias a un pastor llamado Marcos, de incre¨ªble parecido a ¨¦l, que fue el que compareci¨® ante el rey por estar mucho m¨¢s ilustrado.
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