El no-nacionalismo
Beckett, el escritor irland¨¦s, dijo en cierta ocasi¨®n -en 1939, cuando estall¨® la II Guerra Mundial y ¨¦l resid¨ªa en Par¨ªs- que prefer¨ªa vivir en una Europa en guerra que en una Irlanda en paz. Joyce, igualmente irland¨¦s y adem¨¢s, a diferencia de Beckett, cat¨®lico, march¨® de Irlanda en 1902 y, salvo por una breve visita en 1912, nunca m¨¢s regres¨® a su pa¨ªs (muri¨® en 1941). De los otros grandes escritores irlandeses contempor¨¢neos, Oscar Wilde, Bernard Shaw y W. B. Yeats, s¨®lo ¨¦ste, Yeats, fue nacionalista y, significativamente, perdi¨® con el tiempo su fe en el nacionalismo, en el Estado libre irland¨¦s y aun en Irlanda como entidad separada de Inglaterra. Kafka y Rilke, ambos nacidos en Praga dentro del Imperio Austro-h¨²ngaro, optaron en su momento por la nacionalidad checa: ninguno (Kafka, jud¨ªo; Rilke, de familia alemana) sinti¨® el nacionalismo checo.
La formulaci¨®n del sionismo por Theodor Herzl a partir de 1894 dividi¨® profundamente a los jud¨ªos europeos. Gershom Scholem, nacido en Berl¨ªn en 1897 de familia jud¨ªa acomodada y asimilada, estudi¨® filolog¨ªa sem¨ªtica, se interes¨® en el sionismo, se especializ¨® en el estudio de la tradici¨®n m¨ªstica jud¨ªa y en 1923 emigr¨® a Israel. Con origen y antecedentes familiares muy parecidos, Walter Benjamin, no obstante su inter¨¦s por la cultura y la tradici¨®n jud¨ªas de las que proced¨ªa, deriv¨® hacia preocupaciones muy distintas: el romanticismo alem¨¢n, el barroco, la cultura francesa, el lenguaje, el marxismo, la cr¨ªtica de la modernidad, y pese a las reiteradas invitaciones de su amigo Scholem, no quiso establecerse en Palestina (lo que le cost¨® la vida: se suicid¨® en 1940, en Port Bou, despu¨¦s de que las autoridades espa?olas le denegaran el permiso para cruzar a Espa?a en su huida de una Francia ocupada ya por los alemanes). Es un ejemplo revelador: siempre hubo en medios jud¨ªos alternativas identitarias al sionismo, que afirmaban la identidad jud¨ªa, pero que no la cifraban en la creaci¨®n de un "Estado de los jud¨ªos" en Palestina.
El ¨²nico gran escritor que en el siglo XX saldr¨ªa de Quebec, Mordecai Richler (1931-2001), anglo-canadiense y jud¨ªo, fue un cr¨ªtico feroz del nacionalismo quebequ¨¦s, para ¨¦l, expresi¨®n tard¨ªa del catolicismo ultramontano y antisemita definidor de la comunidad franco-canadiense de aquel Estado. Bram Fischer, el principal abogado defensor de Mandela en el proceso que conden¨® a ¨¦ste en 1964 a cadena perpetua, era blanco, afrik¨¢ner (de hecho, pertenec¨ªa a una de las grandes familias del pa¨ªs) y dirigente del Partido Comunista Surafricano y, como tal, enemigo del nacionalismo blanco y del r¨¦gimen de apartheid impuesto por ¨¦ste en 1948 (encarcelado en 1966 y condenado tambi¨¦n a cadena perpetua, Fischer fue liberado en diciembre de 1974, enfermo ya del c¨¢ncer del que morir¨ªa pocos meses despu¨¦s).
Los ejemplos son suficientes. A?adamos, por si acaso, los anglo-escoceses, los vasco-espa?oles y, por tomar de prestado el t¨ªtulo de un conocido libro, los otros catalanes, los catalanes no nacionalistas. El hecho es palmario. El no-nacionalismo es una realidad social y pol¨ªtica de extraordinaria significaci¨®n. La atenci¨®n preferente que, por muchas y comprensibles razones, se ha prestado al an¨¢lisis del nacionalismo, ha descuidado su estudio. Es un error capital. En sociedades fuertemente nacionalistas como las mencionadas (Irlanda, Israel, Quebec, Sur¨¢frica, Pa¨ªs Vasco, Catalu?a, Escocia), el no-nacionalismo constituye un hecho paralelo al propio nacionalismo y, en muchos casos, de no menor enjundia y complejidad que ¨¦ste.
El no-nacionalismo no es antinacionalismo. Ni siquiera se define por la negatividad. Es, a su manera, un sentimiento de pertenencia a una comunidad, un modo de instalarse en ¨¦sta, una manifestaci¨®n incluso de identidad comunitaria. M¨¢s a¨²n, el no-nacionalismo no rechaza necesariamente los hechos nacionalistas. Las m¨¢s de las veces asume incluso los sentimientos de pertenencia e identidad que alientan en aqu¨¦llos. Pero, en contraste con el nacionalismo, el no-nacionalismo pone el ¨¦nfasis en la dimensi¨®n no esencialista de la nacionalidad, concibe la identidad nacional como una identidad cuando menos compleja y definida no por unos determinados elementos distintivos (lengua, religi¨®n, etnicidad...), sino forjada en todo caso por la interacci¨®n de muchos factores en la historia, y en interdependencia con otras culturas, otras lenguas y otras comunidades. Entiende as¨ª que naciones, nacionalidades y sociedades nacionalistas podr¨¢n o no poseer caracter¨ªsticas culturales, e historia, distintas y espec¨ªficas; pero subraya que cultura e historia nacionales, nacionalidad e identidad son conceptos y realidades complejas, evolutivas y m¨²ltiples.
El no-nacionalismo es, ante todo, un hecho sociol¨®gico (que puede o no tener dimensi¨®n pol¨ªtica y plasmarse adem¨¢s, si as¨ª sucede, en ideolog¨ªas diferentes: liberales, comunistas, autoritarias...). Existe por una simple raz¨®n: porque los hombres no necesitan politizar su identidad (o su etnicidad) ni para explicarse su dimensi¨®n social ni para instalarse en su propia circunstancia. El hombre, en otras palabras, no es necesariamente nacionalista: no vive su identidad, como hace el nacionalismo, como una emoci¨®n irracional, exclusivista y mitificada. Vive, desde luego, instalado en una determinada sociedad y, por lo general, identificado con ella y con buena parte de sus tradiciones y de su pasado: su naci¨®n es la circunstancia que mejor conoce.
Vasco-espa?oles, anglo-quebequeses, anglo-irlandeses, liberales surafricanos, anglo-escoceses, los otros catalanes, los jud¨ªos no sionistas, por volver a los ejemplos anteriores, se reconocen de esa forma en la historia y en la realidad comunitaria de sus respectivas regiones y nacionalidades. Comparten con el nacionalismo el sentimiento de pertenencia a las mismas. No comparten, en cambio, los mitos -hist¨®ricos, ling¨¹¨ªsticos, etnosimb¨®licos- del nacionalismo, la patrimonializaci¨®n por ¨¦ste de la identidad com¨²n, la pasi¨®n nacionalista: discrepan o en torno a la idea de nacionalidad o en la forma como el nacionalismo interpreta y define ¨¦sta. En suma, el nacionalismo enfatiza, como valores pol¨ªticos, los derechos colectivos, la construcci¨®n nacional, la etnicidad (o el particularismo cultural), la afirmaci¨®n y defensa de la naci¨®n y la nacionalidad como entidades homog¨¦neas, propias y distintas; el no-nacionalismo afirma, por el contrario, los derechos individuales y ciudadanos, las libertades civiles, los valores c¨ªvicos (no ¨¦tnicos), la ausencia de coerci¨®n nacional o nacionalista, la afirmaci¨®n y defensa de la sociedad como una sociedad abierta, plural y libre.
Nacionalismo y no-nacionalismo son, en efecto, manifestaciones distintas de la identidad, la vida colectiva y la pol¨ªtica de esas regiones y nacionalidades: de Euskadi, Quebec, Escocia, Catalu?a, C¨®rcega... Por eso, Joyce y Beckett, Unamuno y Baroja, Mordecai Richler, Rilke, Bram Fischer, Benjamin o Kafka fueron no-nacionalistas. Es bien cierto que el nacionalismo ha sido en la historia causa de violencias y masacres, y que negar su realidad ha sido igualmente el detonante de numerosos y a veces insolubles problemas y conflictos. Hobsbawn dijo, as¨ª, en 1989 de los nacionalismos occidentales (como los citados) que eran nacionalismos divisivos, por tratarse de nacionalismos que aparec¨ªan en Estados ya plenamente desarrollados y largamente consolidados como Gran Breta?a, Canad¨¢, Francia o Espa?a. Desde mi perspectiva, resulta a¨²n m¨¢s importante que las mismas nacionalidades y regiones nacionalistas sean sociedades plurales. Eso explica que el nacionalismo haya sido en ellas, y sea, factor de divisi¨®n pol¨ªtica y de polarizaci¨®n interna.
Precisamente, el error del nacionalismo es justamente ¨¦se: no reconocer que, en sociedades y regiones nacionalistas, el no-nacionalismo es tambi¨¦n una realidad social y pol¨ªtica ampliamente representativa. Por razones evidentes y de f¨¢cil comprensi¨®n: porque las regiones y nacionalidades occidentales no son ya pueblos o comunidades ¨¦tnicas homog¨¦neas, sino sociedades complejas; la etnicidad es en ellas, en el mejor de los casos, un valioso sustrato hist¨®rico y cultural. M¨¢s a¨²n, la vertebraci¨®n definitiva de ese tipo de comunidades requiere necesariamente alg¨²n tipo de equilibrio -pol¨ªtico e identitario- entre nacionalismo y no-nacionalismo.
Juan Pablo Fusi es catedr¨¢tico de Historia de la Universidad Complutense.
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