Morir en Bagdad
En su intervenci¨®n ante el Congreso del pasado 2 de diciembre, el presidente Aznar ha exhibido por en¨¦sima vez en este a?o la peor faceta de su personalidad pol¨ªtica. No se trata ya de que sus planteamientos sobre la crisis de Irak sean reaccionarios o reflejen una actitud de vasallaje respecto del Gobierno de Bush, sino de que ese seguidismo va acompa?ado de una dosis inadmisible de ignorancia voluntaria y de una arrogancia que en el fondo expresa un menosprecio de los usos parlamentarios. Da lo mismo que el l¨ªder de la oposici¨®n censure, argumente u ofrezca una perspectiva de di¨¢logo, o que los planteamientos de los restantes oradores den cuenta del amplio abanico de sensibilidades desde las cuales una abrumadora mayor¨ªa de los espa?oles se opone a esta guerra. Con la ayuda de un reglamento aplicado f¨¦rreamente, su segunda intervenci¨®n, ahora apoyada por Rajoy en el triste papel de telonero, no responde a nadie y se limita a descalificar a todos, con un texto redactado de antemano. Son malos patriotas y peores pol¨ªticos aquellos que no caen en la trampa de confundir la condolencia por los agentes muertos con la exigencia de uni¨®n sagrada que plantea el Ejecutivo. Hasta aflora alguna vez la invocaci¨®n del "honor", de ese vacuo honor de Espa?a, que huele a canovismo apolillado.
En la base de esa rigidez se encuentra la aludida ignorancia voluntaria, convertida en argumento de indiscutible autoridad. "No hay peor ciego que el que no quiere ver", advert¨ªa el viejo profesor. A tal m¨¢xima habr¨ªa que a?adir, teniendo en cuenta el presente caso, la de que hay en pol¨ªtica un caso todav¨ªa m¨¢s grave de ceguera, la del invidente que se obstina en llevar por su errado camino a quienes no lo son. Conviene advertir, no obstante, que Aznar tiene sus motivos para actuar de este modo. Cualquier intento de adentrarse en el complejo problema de la ocupaci¨®n de Irak echa por tierra sus planteamientos marciales. Si lo que trae por la calle de la amargura a los ocupantes es simplemente la acci¨®n de unas bandas terroristas compuestas por fan¨¢ticos seguidores del "dictador oculto", con el refuerzo de integristas a la afgana, el asunto cae de lleno en ese caj¨®n del "antiterrorismo" que para Bush, Blair y Aznar legitima todas las violencias y todos los disparates. Para Aznar, Espa?a lucha contra los terroristas en Irak, del mismo modo que aqu¨ª lucha contra ETA. Establecer redes de espionaje espa?olas en Irak equivale a detectar comandos etarras. Al reaccionar con una guerra de emboscadas a la ocupaci¨®n del Imperio y de sus aliados, los guerrilleros iraqu¨ªes no ejercen una resistencia armada; son criminales terroristas.
Aznar y sus asesores debieran leer por lo menos aquellos an¨¢lisis de la crisis procedentes de los c¨ªrculos norteamericanos que justificaron primero, celebraron luego y tratan de sostener ahora la conquista de Irak. En sus textos no se habla de "antiterrorismo", sino de "contrainsurgencia", lo cual sugiere un escenario bien diferente, donde los protagonistas de un ataque con misiles, de una emboscada o de un acto estrictamente terrorista de voladura mediante coches bomba, son grupos armados que operan en un amplio marco territorial, en este caso el tri¨¢ngulo sun¨ª en torno a Bagdad, con un notable apoyo de la poblaci¨®n local, expresado de forma macabra en las celebraciones de los lugare?os a costa de los muertos cada vez que tiene ¨¦xito uno de esos atentados. Estamos ante un escenario cl¨¢sico que nos remite a los or¨ªgenes de la guerra de guerrillas, una de cuyas expresiones paradigm¨¢ticas fue la nuestra de Independencia. La formaci¨®n de las guerrillas no es el producto espont¨¢neo del rechazo de la poblaci¨®n aut¨®ctona hacia los invasores, ya que son necesarias las armas y un m¨ªnimo de experiencia militar, que en la Espa?a de 1808 como en el Irak de hoy proceden de un ej¨¦rcito derrotado. Tal y como explicara ya hace a?os un historiador apasionado por el tema, Miguel Artola, la desagregaci¨®n del ej¨¦rcito regular se constituye en premisa para la formaci¨®n de los n¨²cleos de resistencia armada, cuya supervivencia requiere, ahora s¨ª, el apoyo activo de la poblaci¨®n y la eliminaci¨®n de todo contacto de la misma con el invasor. De ah¨ª que las acciones humanitarias de ¨¦ste, lo mismo que la labor de infiltraci¨®n del mismo en la sociedad iraqu¨ª, sean blancos privilegiados, lo mismo que los instrumentos locales de cooperaci¨®n con los ocupantes, con la polic¨ªa reconstituida en primer plano. Se trata de cerrar el espacio resistente contra todo intento de penetraci¨®n desde el exterior, y el hecho de que las tropas norteamericanas tengan que recurrir a sangrientas operaciones de castigo y a registros y detenciones nocturnas, espectaculares y violentas, refleja el ¨¦xito de esa t¨¢ctica y genera una espiral de oposici¨®n creciente al invasor por parte de la poblaci¨®n civil, v¨ªctima de las represalias.
Paralelamente, en un c¨ªrculo exterior, el ataque a todo tipo de aliados y colaboradores del Gran Ocupante se constituye en exigencia t¨¦cnica para reforzar su aislamiento y conferir el car¨¢cter de resistencia conducente a una guerra de liberaci¨®n nacional a lo que en un principio fue recurso desesperado para los seguidores de Sadam, dirigido a compensar la superioridad militar absoluta de los aliados. Fue desechada probablemente una resistencia a ultranza in¨²til, a favor de la conservaci¨®n de minor¨ªas baazistas armadas, a modo de llama oculta desde la cual habr¨ªa de encenderse el incendio de una resistencia orientada a generar costes humanos y econ¨®micos intolerables para las fuerzas de ocupaci¨®n. No en vano Henry Kissinger hab¨ªa advertido, en relaci¨®n con la primera guerra contra Sadam, de la necesidad de aplastar al n¨²cleo duro de sus fuerzas armadas como paso previo a la ocupaci¨®n definitiva del territorio.
El mismo Kissinger, nada sospechoso de pacifismo, recuerda en sus notas para una diplomacia del siglo XXI, escritas en 2001, un defecto capital de que tradicionalmente da muestra la pol¨ªtica norteamericana de intervenciones exteriores: "Los Estados Unidos han considerado siempre el empleo de la fuerza y el ejercicio del poder como fases separadas y sucesivas. Cuando hacen la guerra, buscan la capitulaci¨®n incondicional, lo cual evita la exigencia de combinar fuerza y diplomacia, y act¨²an despu¨¦s de la victoria como si el elemento militar ya no fuera necesario, obligando a los diplom¨¢ticos a tomar el relevo de una especie de vac¨ªo estrat¨¦gico". Si sustituimos el t¨¦rmino "diplomacia" por el de "pol¨ªtica", tenemos definido el cuadro cl¨ªnico de la crisis de Irak. Primero, armas sin pol¨ªtica; luego, a esperar que el reconocimiento inmediato de la bondad de su acci¨®n har¨¢ posible la adopci¨®n por el vencido de una pol¨ªtica de subordinaci¨®n voluntaria, con lo cual el esfuerzo b¨¦lico cede paso al mantenimiento del orden y a la labor humanitaria, doblada en este caso por los contratos millonarios a costa de la reconstrucci¨®n y del petr¨®leo. Un sue?o que r¨¢pidamente se ha convertido en pesadilla, como justa recompensa a una guerra emprendida sobre la base de una intoxicaci¨®n a escala mundial sobre el peligro de las armas de destrucci¨®n masiva en Irak y desde el falso supuesto de que la poblaci¨®n iraqu¨ª, incluido el centro del pa¨ªs sun¨ª, deseaba por encima de todo verse libre de Sadam y poner en marcha algo tan desconocido para ellos como una democracia. Malos salvadores son adem¨¢s los que llegan destruyendo e incrementando la miseria ya provocada por el embargo de la¨²ltima d¨¦cada. La m¨¢scara humanitaria se desvanece entonces y queda al descubierto el rostro poco atractivo de una ocupaci¨®n militar. De ella participan las fuerzas espa?olas, por fortuna en un ¨¢rea donde el descontento todav¨ªa no ha alcanzado el nivel de la resistencia baazista y sun¨ª.
En suma, una cosa es el terrorismo de unas bandas armadas y otra las acciones terroristas en el marco de una incipiente guerra de resistencia. El terrorismo es algo demasiado serio como para aceptar sin m¨¢s que se le convierta en caj¨®n de sastre para justificar pol¨ªticas infundadas. En el mundo actual, el terrorismo supone la adopci¨®n sistem¨¢tica de una forma de violencia consistente en una sucesi¨®n de acciones puntuales, pero de significado pol¨ªtico inteligible, a cargo de una organizaci¨®n clandestina, con un alto grado de destrucci¨®n que favorece una difusi¨®n medi¨¢tica, gracias a la cual se produce una erosi¨®n del consenso en que apoya su dominio el adversario contra el que van dirigidas. En este sentido, es claro que los atentados con coches bomba en Irak, desde el realizado contra el edificio de la ONU, son merecedores de la etiqueta de terrorismo, y que la figura del shahih, del terrorista suicida, enlaza con el terrorismo isl¨¢mico y recoge la aproximaci¨®n en los ¨²ltimos tiempos de la dictadura laica de Sadam a la invocaci¨®n de una guerra santa que atrae sin duda a los creyentes sun¨ªes hacia esa resistencia nacional-religiosa impulsada desde los reductos baazistas en la clandestinidad. Ahora bien, en Irak el antecedente es el terrorismo en la guerra de independencia de Argelia; no Hezbol¨¢, ni Ham¨¢s. Los halcones al servicio de Rumsfeld lo han visto perfectamente: los terroristas son ante todo insurgentes.
Eso no significa que el terrorismo tenga un papel secundario en esta crisis. Todo lo contrario. Pero frente a lo que propone Aznar, el riesgo terrorista no reside en los grupos de iraqu¨ªes que disparan contra helic¨®pteros, convoyes o colaboradores de la ocupaci¨®n, sino en el enorme impacto que la guerra, sumada a la pol¨ªtica de Sharon en Palestina, est¨¢ teniendo sobre la opini¨®n musulmana a escala mundial. Bush, y con ¨¦l Blair y Aznar, se han convertido en los principales proveedores de simpatizantes de Bin Laden. Basta recorrer las librer¨ªas de las mezquitas, y de los alrededores de las mezquitas, en Londres, escuchar los sermones de los imames y atender a los principales indicadores de la opini¨®n p¨²blica musulmana, para percibir que en lo sucesivo la oposici¨®n a Israel, antisemitismo visceral incluido, y la satanizaci¨®n de los nuevos cruzados de Occidente, van a estar una y otra vez en el orden del d¨ªa, acrecentando en vivero de los islamistas dispuestos de justificar, y en el l¨ªmite a colaborar con la violencia desde nuestros pa¨ªses. Los folletos que en los citados puntos de venta llaman ostensiblemente a la yihad, con el brazo del guerrero alzando el Kal¨¢shnikov, o con la espada del Profeta en la portada, son tan expl¨ªcitos como su contrapunto, los libros que desde centros de propaganda imperialista en Norteam¨¦rica identifican islam y terror, con portadas donde la imagen del terrorista Atta se superpone a la de una joven con el velo. Esto es irrelevante para Aznar.
Como lo es la perspectiva abierta por los citados halcones de Rumsfeld, en las publicaciones del proyecto para el Nuevo Siglo Americano y del American Enterprise Institute, donde se contempla para el Irak sun¨ª el escenario m¨¢s veros¨ªmil de una guerra larvada de larga duraci¨®n, en que la victoria de la contrainsurgencia tomar¨ªa como modelo la victoria sobre los patriotas filipinos entre 1898 y 1902. El camino para alcanzar un autogobierno iraqu¨ª, inevitablemente tutelado desde Washington, pasa por una contienda sorda orientada a eliminar implacablemente los n¨²cleos de resistencia, al mismo tiempo que se intenta cortarles localidad tras localidad del resto de una sociedad sometida a permanentes t¨¢cticas de vigilancia y control por parte de las patrullas militares norteamericanas y sus eventuales colaboradores en la nueva polic¨ªa iraqu¨ª. Ello significa a corto plazo mayor presi¨®n y m¨¢s recursos militares en ese 5% de Irak donde tienen lugar el 90% de los ataques, seg¨²n Paul Bremer.
La cuesti¨®n es si resulta razonable que Espa?a siga implicada a fondo en un empe?o de tan dudosas expectativas y tan subordinado al complejo de intereses de los Estados Unidos como gran potencia. Ciertamente, una vez cometido el disparate de la colaboraci¨®n militar, crear de inmediato un vac¨ªo ser¨ªa poco sensato, pero no lo es menos renunciar a la exigencia de un replanteamiento que s¨®lo puede tener a la ONU como protagonista. Incluso desde el ¨¢ngulo estricto del inter¨¦s nacional, para nada necesitamos mantenernos en la condici¨®n de servidores de la cruzada de Bush y de protagonistas secundarios de algo que es vivido como una agresi¨®n contra todo el mundo musulm¨¢n. Luchar contra el terrorismo es una cosa, pagar con la vida de nuestros compatriotas la empresa imperial de Bush y contraer nuevos riesgos como blancos de la violencia integrista, otra bien diferente. De no haber m¨¢s razones, esta actuaci¨®n disparatada y empecinada de Aznar y del PP en pol¨ªtica exterior bastar¨ªa para justificar la necesidad de un relevo en las elecciones de marzo.
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
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