No son bolas de billar
Vuelve lo que Javier Varela llam¨® "la novela de Espa?a". Al hilo de la conmemoraci¨®n del cuarto de siglo constitucional, y una vez levantada acta de que su texto no ha conseguido integrar a unos nacionalismos perif¨¦ricos hirsutos y en estado de cuasi rebeld¨ªa, las ¨¦lites pol¨ªticas espa?olas recaen en la duda metaf¨ªsica. Se opina, probablemente con escaso fundamento, que para acertar con la Constituci¨®n adecuada hay que saber previamente qu¨¦ es eso que intentamos constituir. Y as¨ª, de nuevo reingresamos en la angustia que embarg¨® el ¨¢nimo de nuestros intelectuales durante toda la primera mitad del siglo XX: ?Qu¨¦ es Espa?a? ?Una forma de ser, una memoria colectiva, una superestructura formal, una tarea por hacer, un Estado c¨¢rcel de pueblos, una turbera de detritus hist¨®ricos?
Contra el riesgo de recaer en estos planteamientos nos hab¨ªan advertido algunos avisados pensadores hace a?os. Ricardo Garc¨ªa C¨¢rcel escrib¨ªa, desde la perspectiva del historiador, que hab¨ªa que desdramatizar la supuesta invertebraci¨®n hisp¨¢nica y no obsesionarse por el problema de su soluci¨®n. Y Eliseo Aja, desde la del polit¨®logo experto en la organizaci¨®n territorial, criticaba el recurso al nivel ideol¨®gico y esencialista en el planteamiento de los problemas del Estado auton¨®mico, subrayando que el entendimiento entre los partidos resulta m¨¢s f¨¢cil y positivo si versa sobre el nivel institucional que sobre el ideol¨®gico. De nada parecen haber servido tan prudentes advertencias: nuestras ¨¦lites partidistas parecen decididas a hacer del ser de Espa?a el eje de la confrontaci¨®n electoral, sacando a la plaza p¨²blica para calentar el debate unos supuestos modelos alternativos de Espa?a: la plural, la constitucional, la unitaria, la confederal, la eterna, la rota, la roja, y as¨ª cuantos espantajos puedan encontrar en el armario de nuestros cad¨¢veres hist¨®ricos. Mala noticia esta reca¨ªda, sin duda.
Es curiosidad a subrayar, al hilo de esta reflexi¨®n, que esos mismos intelectuales hamletianos que dudan sobre el ser de Espa?a no parecen abrigar duda ninguna sobre el ser de las comunidades hist¨®ricas: para ellos, no est¨¢ claro si aqu¨¦lla es o no una naci¨®n, pero ¨¦stas (Pa¨ªs Vasco, Catalu?a, Galicia), ¨¦stas s¨ª que son naciones fet¨¦n. ?stas s¨ª que poseen (se piensa con una cierta envidia desde Madrid) un ser denso, cincelado, homog¨¦neo, que les hace merecedoras de la condici¨®n de naci¨®n. De ah¨ª la predilecci¨®n por la expresi¨®n metaf¨®rica de "naci¨®n de naciones" para definir al Estado. La visi¨®n subyacente a esta f¨®rmula es la de una especie de bolsa llena de bolas de billar: la naturaleza de la bolsa no est¨¢ demasiado clara, pero la de las bolas que contiene es n¨ªtida: son naciones, perfectamente lisas, perfiladas, densas y compactas. Son algo as¨ª como el elemento estructural ¨²ltimo en que puede descomponerse la totalidad estatal.
Esta disociaci¨®n comprensiva de la naturaleza de ambos artefactos, la de Espa?a y la de sus Comunidades, no s¨®lo es falsa, sino que provoca distorsiones notables en las terapias reformadoras de la Constituci¨®n que se recomiendan. Es falsa porque en ninguno de los pa¨ªses que integran territorialmente Espa?a existe hoy por hoy un sentimiento nacional homog¨¦neo. Lo que realmente existe no son naciones territoriales m¨¢s peque?as reunidas en un Estado com¨²n, como sugiere la f¨®rmula anterior, sino un Estado en el que coexisten sentimientos nacionales diversos, que est¨¢n entreverados y solapados sobre algunos soportes territoriales concretos. Si en Catalu?a o Euskal Herria existiera un sentimiento nacional homog¨¦neamente unitario, hace tiempo que se hubieran solucionado por s¨ª mismos los problemas, por secesi¨®n natural. El verdadero problema es que no lo hay, que esos pa¨ªses son tan multinacionales como lo es Espa?a. En esos pa¨ªses el sentimiento nacional espa?ol est¨¢ solapado (y estrechamente asociado, aunque sea en forma frecuentemente inamistosa) con los sentimientos nacionales catal¨¢n o vasco. De ah¨ª las tensiones internas de estas sociedades cuando se pretende homogeneizarlas a favor de uno u otro sentimiento.
Pero lo trascendente no es que la formulaci¨®n "naci¨®n de naciones" sea incorrecta; lo grave es la distorsi¨®n que provoca en las terapias constitucionales que se sugieren. En efecto, la relaci¨®n Estado / Comunidades se percibe s¨®lo como un problema de acomodo respectivo en t¨¦rminos de reparto de poder. Si las Comunidades no est¨¢n satisfechas con el nivel actual, d¨¦mosles m¨¢s poder. As¨ª hasta llegar al "y si quieren remar solas, dej¨¦mosles que lo hagan", que proclam¨® alegremente Manuel Aza?a. No se tiene en cuenta desde esta ¨®ptica que el poder que se reparte no es un dep¨®sito de una fuerza abstracta, sino que entra?a una relaci¨®n humana: el poder es poder sobre alguien, y ese alguien son los ciudadanos.
Si los pa¨ªses espa?oles fueran bolas de billar, la terapia del reparto creciente de poder y eventual secesi¨®n ser¨ªa probablemente acertada. Pero al no serlo, al ser constitucionalmente plurinacionales, sucede que el poder retenido por el Estado funge como garant¨ªa de los derechos del sector social no nacionalista de esos pa¨ªses, al igual que el poder transferido sirve de garant¨ªa del respeto de los derechos de los ciudadanos que poseen otra nacionalidad. No se puede alterar el reparto sin tener muy en cuenta esta funci¨®n de garant¨ªa rec¨ªproca del poder retenido y el transferido.
Traspasada una cierta l¨ªnea en el grado de transferencia de poder del centro a la periferia, el ciudadano no nacionalista de esa periferia comenzar¨ªa a necesitar mecanismos internos de autoprotecci¨®n de su identidad nacional. Esto suceder¨ªa, desde luego, en el caso de secesi¨®n neta, aunque nuestros nacionalistas no quieran ni o¨ªr hablar de esta evidente realidad: en unos pa¨ªses vasco o catal¨¢n independientes, las minor¨ªas nacionales espa?olas tendr¨ªan obviamente necesidad de los habituales mecanismos de protecci¨®n de las minor¨ªas nacionales.
Si esta necesidad no existe en el sistema cuasi federal actual, es precisamente porque el poder retenido por el centro sirve como garant¨ªa de respeto a esos derechos. Pero si el centro del sistema deja de ostentar suficiente poder, deja de cumplir esta funci¨®n, y surge imperiosa la necesidad de otros mecanismos de protecci¨®n del ciudadano. ?Estamos todos dispuestos a hablar de este tema cuando practicamos ese bricolaje constitucional que hemos descubierto como ¨²ltimo juego apasionante? Me temo que no, porque al calor de la disputa metaf¨ªsica sobre los pueblos y su ser propio estamos olvidando la verdad que hace poco nos recordaba Joseba Arregi: el r¨¦gimen constitucional no naci¨® s¨®lo para acomodar pueblos o naciones, sino, ante todo y sobre todo, para garantizar los derechos y deberes de los ciudadanos, los ¨²nicos sujetos con relevancia moral del sistema pol¨ªtico.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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