Mendigos
Aunque la existencia de los mendigos se remonta a la noche de los tiempos, su presencia constante a¨²n nos produce desasosiego. No sabemos qu¨¦ hacer y nos sentimos mal tanto si los ahuyentamos como si cedemos a sus pla?idos. Su indigencia nos acusa y por tal motivo consideramos cualquier reacci¨®n crueldad o hipocres¨ªa. Pero de esto los mendigos no tienen la culpa, ni tampoco nosotros, sino nuestra deficiente educaci¨®n.
En una obra teatral de Tom Stoppard cuya acci¨®n transcurre en la India colonial, un ind¨ªgena explica a un ingl¨¦s, agobiado por la masa de mendigos, que ¨¦stos se limitan a ofrecer un servicio y que hay que tratarlos como vendedores. ?Le apetece un pobre? Invertimos tiempo, esfuerzo y dinero en contemplar a los ricos, y no s¨®lo por curiosidad malsana. El contacto, siquiera virtual, con la riqueza nos ayuda a situarnos en el confuso mundo de la econom¨ªa fiduciaria. Tanto tienes, tanto vales, pero nadie sabe lo que significa "tener" ni muchos menos "valer". Los ricos son un punto de referencia lejano y vago, como las estrellas para el explorador o el marinero. Los mendigos est¨¢n en el otro extremo del arco. Entre un jeque marbell¨ª y el tullido de la esquina, voy por el mundo con un cierto sentido de mi identidad financiera. Pero mirarlos no basta. Hay que establecer contacto real, incidir en sus vidas. Conocer los secretos que un ricacho finge ocultar o contribuir a que un pobre se compre un pan, o incluso una ciapatta, hace que nuestra relaci¨®n no sea s¨®lo abstracta: cuando se produce el intercambio todos somos parte de la comunidad. Admito que este procedimiento es un poco complicado, pero no tenemos otro para aprender a convivir con el misterio del dinero. Nos dicen que hay que ganar mucho, pero no ser codiciosos; que hay que ahorrar y gastar; que hay que trabajar, pero que se puede ganar mucho m¨¢s jugando a la loter¨ªa, o cometiendo latrocinios. En definitiva, una sarta de lugares comunes que no nos sirven para nada. A la hora de la verdad, para saber qu¨¦ es el dinero, donde haya un buen mendigo gimoteando ante un Rolls-Royce, que se quite todo lo dem¨¢s. Salvo que se incluya esta materia en los programas de estudio, idea que ofrezco a quien proceda, sin esperar a cambio ninguna retribuci¨®n.
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