El futuro de la cr¨ªtica
A nadie se le oculta que la conciencia cr¨ªtica pasa actualmente por un mal momento. Por no hablar de la cr¨ªtica social, que suena a algo m¨¢s anticuado que la canci¨®n protesta. Jos¨¦ Mar¨ªa Guelbenzu lo acaba de advertir en estas mismas p¨¢ginas (El compromiso no es lo que era, EL PA?S, 31 de octubre) a prop¨®sito de la funci¨®n incierta de los intelectuales y el declinar del compromiso. Es verdad que son malos tiempos para la cr¨ªtica, porque se proh¨ªbe y reprime, pero tambi¨¦n porque muchas veces no se ha hecho bien, con escasa observaci¨®n y demasiada seguridad. El peor enemigo de la cr¨ªtica es la cr¨ªtica misma mal realizada. El descr¨¦dito de la tradicional figura de los intelectuales ha contribuido decisivamente a que disminuya el ejercicio de la cr¨ªtica razonada. Pero tambi¨¦n corren malos tiempos para la cr¨ªtica, como para toda forma de negatividad te¨®rica o pr¨¢ctica -transgresi¨®n, revoluci¨®n, desenmascaramiento, revelaci¨®n, protesta, alternativa, utop¨ªa-, por un motivo "contextual": lo negativo ha sido culturalmente despotenciado. Puede que la crisis de la cr¨ªtica no se deba a su escasez, sino a su presencia irrelevante y que su generalizaci¨®n cultural termine por neutralizarla.
Todo esto nos obliga a pensar el modo de concebir y ejercer la cr¨ªtica para que sea culturalmente efectiva, para que no se reduzca a una agitaci¨®n sin consecuencias ni termine devorada por los debates establecidos. ?Resulta posible todav¨ªa decir que no? ?Existe alguna t¨¦cnica subversiva que pueda ocupar hoy el lugar de la cl¨¢sica cr¨ªtica cultural? En el fondo se trata siempre de la vieja cuesti¨®n, planteada en el horizonte de las actuales circunstancias, acerca de c¨®mo salir de la cueva, escapar de los prejuicios de la tribu, resistir el encanto de las apariencias o combatir la falsa conciencia.
Otras ¨¦pocas han tenido la gran suerte de contar con la posibilidad de participar en la lucha por sacar a la luz lo escondido (como se entendi¨® a s¨ª misma la Ilustraci¨®n) o por combatir la doble moral o la hipocres¨ªa (desde la l¨®gica revolucionaria a la transmutaci¨®n de los valores). Era posible criticar o/y desenmascarar; desde esta atalaya se escribieron, con mayor o menor fortuna, cr¨ªticas y genealog¨ªas, construcciones de la raz¨®n y posiciones de la autonom¨ªa moral. Hoy, en cambio, las opiniones cr¨ªticas y las conductas asociadas con la transgresi¨®n resultan algo normal, que ni revelan algo oculto ni provocan o alteran. Donde todo el mundo quiere ser cr¨ªtico y diferente la cr¨ªtica se convierte en la evidencia y la diferencia se convierte en normalidad. Es tremendamente dif¨ªcil ser cr¨ªtico y heterodoxo cuando lo que todo el mundo quiere es, precisamente, ser cr¨ªtico y heterodoxo, o sea, creativo, distinto y original.
El comportamiento disidente ha sido tradicionalmente un valor de negatividad; la disconformidad es ahora un valor positivo. La anomal¨ªa es la conformidad. La distinci¨®n entre ortodoxia y heterodoxia hace tiempo que se ha quebrado, y cualquiera quiere hoy ser anticonvencional, heterodoxo. El discurso acerca del valor de la innovaci¨®n es ya desde hace tiempo cosa de bur¨®cratas. Los sistemas se hacen inmunes frente a la cr¨ªtica asumi¨¦ndola. No hay nada mejor para neutralizar una rebeli¨®n desde el poder que ponerse de su parte. Quien se manifieste contra alguien ha de contar hoy con que los destinatarios de la protesta van a declararse solidarios con ella. El poder de un sistema es completo cuando consigue introducir la negaci¨®n del sistema en el sistema mismo. Nuestra sociedad le debe su flexibilidad a los cr¨ªticos, que ya no ponen nada en peligro. De este modo, cuando la subversi¨®n es la corriente dominante, el mainstream, puede uno encontrarse con revolucionarios nadando a favor de la corriente, personas que hablan en los medios de comunicaci¨®n contra los medios de comunicaci¨®n, rutinas que se presentan como rupturas de la tradici¨®n, protestas que ¨²nicamente satisfacen el gozo de la indignaci¨®n.
Lo underground est¨¢ introducido en el mainstream. La econom¨ªa se escenifica ¨¦ticamente; el marketing se al¨ªa con la subcultura; la cr¨ªtica social est¨¢ subvencionada por instituciones que deber¨ªan temblar ante la cr¨ªtica. Todos estos fen¨®menos tienen la misma estructura: la negaci¨®n del sistema es introducida en el mismo sistema, que de este modo se hace inatacable.
Por todas estas circunstancias, la cr¨ªtica intelectual resulta hoy tan exigente como dif¨ªcil de realizar. Su eficacia cr¨ªtica tiene poco que ver con la radicalidad de sus formulaciones y mucho menos con el convencimiento por parte de quien la formula de estar poniendo en apuros al sistema criticado.
En primer lugar, no es una buena cr¨ªtica la que no resulta de una atenci¨®n hacia la realidad, lo que generalmente se ha venido llevando a cabo desde una actitud intelectual que se desentiende de la complejidad de lo real. Hay un tipo de cr¨ªtica que surge de la simplicidad y que explica por qu¨¦ al intelectual se le asocia frecuentemente con el diletantismo y la incompetencia t¨¦cnica. La radicalidad cr¨ªtica suele venir acompa?ada de radicalidad moral, tanto mayor cuanto menos se ha enterado el cr¨ªtico de los verdaderos t¨¦rminos del problema. La cr¨ªtica intelectual deber¨ªa tambi¨¦n distinguirse cuidadosamente de la agitaci¨®n pol¨¦mica diaria, tan caracter¨ªstica de un mundo que articula sus discusiones fundamentales en torno a los medios de comunicaci¨®n y que las encauza y desarrolla de acuerdo con la l¨®gica que ¨¦stos imponen. La discusi¨®n p¨²blica o medi¨¢tica, aunque en ocasiones resulte tan virulenta, suele discurrir dentro de un marco que apenas discute. Los ejes est¨¢n trazados de antemano y se aceptan de una manera tan poco cr¨ªtica como los conceptos de uso corriente. La opini¨®n p¨²blica centra su atenci¨®n en asuntos pol¨ªticos que tienen poco que ver con una "contradicci¨®n": temas banales, agitaci¨®n superficial, oposici¨®n ritualizada. Es escasa aquella forma de cr¨ªtica que examina las premisas p¨²blicamente aceptadas a partir de las cuales se describen los problemas.
Decir lo que no se puede decir. Esta f¨®rmula de Adorno alude al combate contra las dificultades que la realidad nos plantea a causa de su esquiva objetividad: lo que no se deja decir, lo dif¨ªcil, lo inexpresable, lo oculto, lo misterioso, lo invisible, lo confuso. Pero existe tambi¨¦n algo as¨ª como una dificultad social de las cosas que las hace inaccesibles al conocimiento y a la cr¨ªtica no por su misma realidad, sino por el conjunto de disposiciones que las condicionan. En este caso, lo que no se puede decir es lo incorrecto, lo prohibido, lo inconveniente, lo que incomoda, lo reprimido. La peculiar aportaci¨®n de la cr¨ªtica intelectual consiste en mantener abierta la duda acerca de las definiciones y las pr¨¢cticas comunes, las instituciones y pr¨¢cticas hegem¨®nicas. Est¨¢ impulsada por la impresi¨®n de que son los mecanismos institucionales y la interpretaci¨®n de las necesidades sociales lo que resulta cuestionable, aun cuando se presenten como condiciones casi naturales del orden social. Por eso el intelectual tiene que esforzarse para reformular esas evidencias de modo que aparezcan en su problematicidad. Y esto no se hace tanto con modelos de mayor abstracci¨®n cuanto mediante dispositivos para destrivializar. Entre las funciones de la cr¨ªtica me parece que esta de la problematizaci¨®n tiene una especial actualidad en unos momentos en que la soluci¨®n de los problemas pasa por el convencimiento de que no hay problemas, cuando abundan las soluciones f¨¢ciles a problemas apenas formulados. No se trata de apelar a razones ¨²ltimas indiscutibles, sino de generar teor¨ªas que tomen una distancia respecto de las evidencias comunes, de formular los problemas de otra manera y con la intenci¨®n de posibilitar soluciones novedosas.
La buena cr¨ªtica explica un estado cuestionable de nuestra forma de vida social de un modo hasta entonces inadvertido o sin formular. Por eso tiene un cierto parecido con la invenci¨®n ¨¦tica, con los vocabularios que inventan y descubren, en los que se contiene una interpretaci¨®n que hace visibles nuevos aspectos de la realidad. A esas advertencias les debemos cambios de orientaci¨®n o est¨ªmulos subcut¨¢neos de mayor persistencia y duraci¨®n que las confrontaciones que agitan nuestro paisaje social.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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