Coto de caza
El hombre que irrumpir¨¢ en esta cr¨®nica de forma inminente ha conseguido la ins¨®lita proeza de crear una obra s¨®lida y dejar su impronta personal en el ¨¢mbito de la fotograf¨ªa sin convertirse jam¨¢s en un fot¨®grafo profesional. Contable en una empresa textil hasta que se jubil¨® hace unos a?os, Joan Colom (Barcelona, 1922) es probablemente el ¨²nico fot¨®grafo dominguero, como ¨¦l mismo se define con admirable sentido del humor, que ha sido galardonado con el Premio Nacional de Fotograf¨ªa (2003). A este hombre que tambi¨¦n afirma ser un cazador de im¨¢genes le debemos la celeb¨¦rrima foto en blanco y negro de la d¨¦cada de 1950, que el lector sin duda conocer¨¢, en la que vemos una de las estrechas calles del barrio de El Raval (alias barrio Chino), pero en la que apenas miramos la calle o la gente que se avizora a lo lejos, pues nuestros ojos son irresistiblemente atra¨ªdos por la silueta de una mujer que probablemente est¨¢ a la caza de clientes y que, aunque se halla a la derecha del encuadre y mira en direcci¨®n contraria al objetivo de la c¨¢mara, es el aut¨¦ntico centro de la imagen. O, mejor dicho, el centro de la foto es el llamativo busto que, oportunamente realzado por un sost¨¦n de recias cazoletas picudas como los que populariz¨® Lana Turner y enfundado en un jersey ce?ido que en la ¨¦poca deb¨ªa de resultar de lo m¨¢s atrevido y provocador, preside la foto y es el punto donde convergen todas las miradas, libidinosas o no.
Hace unos d¨ªas, Joan Colom presentaba en p¨²blico por primera vez sus fotograf¨ªas en color, una obra casi in¨¦dita y secreta
Es precisamente en los a?os en que realiza sus famosas series Gente del Raval y Gente de la calle, as¨ª como las del libro Izas, Rabizas y Colipoterras, con textos de Camilo Jos¨¦ Cela (Lumen, 1964), cuando Colom, quien por lo visto apreciaba su integridad f¨ªsica y aspiraba a ser longevo, se inventa un modo de tomar sus instant¨¢neas sin llamar la atenci¨®n, disparando con su Leica colocada discretamente a la altura de la cadera para no alertar a las izas, tambi¨¦n llamadas prostitutas, a los proxenetas o a los clientes, por lo general tan celosos de su intimidad. El m¨¦todo de la c¨¢mara baja (que de alg¨²n modo prefiguraba las actuales c¨¢maras ocultas) no s¨®lo evitaba que las personas fotografiadas le rompieran un par de costillas al fot¨®grafo (que, sin embargo, y pese a sus precauciones ha tenido alg¨²n problema judicial), sino que le garantizaba la espontaneidad de sus modelos, condici¨®n sine qua non para poder capturar no un instante cualquiera, sino el instante, ese instante, tal vez no ¨²nico pero s¨ª infrecuente, en que un ser humano, de pronto y sin darse cuenta, se revela y se pone a ser intensamente quien es.
Hace unos d¨ªas, Colom presentaba en p¨²blico por primera vez, en el Antiguo Teatro del Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (CCCB) de la mano de Lafotobcn, sus fotograf¨ªas en color, una obra casi in¨¦dita y secreta que s¨®lo unos pocos hab¨ªan tenido el privilegio de ver hasta ahora. Realizadas en Las Ramblas y aleda?os desde mediados de la d¨¦cada de 1980 hasta ahora, estas im¨¢genes, en las que Colom ha sabido captar con humor y una sorprendente frescura los sabrosos contrastes del distrito m¨¢s caliente de Barcelona D. F., conforman un aut¨¦ntico y regocijante atlas de geograf¨ªa humana que llama poderosamente la atenci¨®n por la radical modernidad de su mirada. Junto a las prostitutas aparecen imponentes drag queens, yonquis, travestis, turistas, estatuas humanas disfrazadas de monja y que regresan a casa con una bolsa de El Corte Ingl¨¦s en cada mano, gente que hurga en las basuras o se lava con el agua de las fuentes y los charcos sin saber que el ojo de Colom los observa. Una de las m¨¢s impresionantes muestra a un vagabundo borrach¨ªn -me niego a emplear la horr¨ªsona expresi¨®n de sin techo- que luce una triunfal sonrisa de oreja a oreja mientras se orina en el sill¨ªn de una moto y con una mano blande alegremente una botella de whisky en lo que parece una invocaci¨®n a Baco no exenta de referentes iconogr¨¢ficos. En otra de las fotos vemos a una mujer vestida con una t¨²nica blanca, que reza arrodillada en el suelo. En otra, una turista muy joven, que lleva un tatuaje en la espalda, circula por Las Ramblas casi en pelotas, no se sabe muy bien si para lucir el tatuaje. En otra vemos desde atr¨¢s a una mujer sentada en un pil¨®n que, por una cuesti¨®n de perspectiva, parece su pierna, en una c¨®mica muestra de fusi¨®n entre un ser humano y el mobiliario urbano.
Su trabajo como contable ha hecho de Colom un hombre meticuloso. De ah¨ª que, para clasificar sus fotos, haya concebido un peculiar archivo dividido en tres zonas: el limbo, de donde muchas fotos jam¨¢s llegan a salir, el purgatorio, donde un millar de instant¨¢neas sue?an con ser ascendidas y, por ¨²ltimo, la gloria, el escalaf¨®n final, que supone para una foto el supremo galard¨®n de ser ampliada a un tama?o de 40x50.
Cuando un miembro del nutrido p¨²blico que abarrotaba la sala pregunt¨® por qu¨¦ los protagonistas de estas fotos son casi siempre personajes marginales, Colom no vacil¨® en contestar que los burgueses no le interesan, como tampoco le interesa salir de su habitual coto de caza. "No es mi intenci¨®n menospreciar a nadie, pero yo ser¨ªa incapaz de hacer una foto de la Rambla Catalunya para arriba. Durante 40 a?os me he movido dentro del mismo per¨ªmetro. Empiezo el recorrido en Atarazanas, voy subiendo hasta la plaza de Catalunya y luego vuelvo a bajar. O paseo arriba y abajo por Nou de la Rambla. Es el ¨²nico lugar donde veo a los seres humanos. En el Eixample o en las zonas altas s¨®lo veo gente. Tampoco me importa la t¨¦cnica ni la pericia, porque no se trata de una b¨²squeda art¨ªstica. Mi m¨¦rito es ¨²nicamente haber estado all¨ª. Tampoco pretendo juzgar a los personajes que fotograf¨ªo. Como dec¨ªa Cartier-Bresson, yo s¨®lo puedo decirles que eso estaba all¨ª".
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