Felicitaci¨®n para pensar
Mi amigo Carlos me envi¨® el otro d¨ªa la siguiente felicitaci¨®n: "La felicidad empieza por aceptarse uno mismo desprovisto de cosas tan banales como el orgullo, la verg¨¹enza, el pesimismo, la depresi¨®n,... y otras lindezas. Te deseo para este a?o nuevo lo que t¨² te mereces. ?T¨² sabr¨¢s! Yo s¨¦ s¨®lo lo jod¨ªo que es esto. ?chame un capote, pero s¨®lo cuando puedas. No te molestes, la vida es as¨ª. Carta de un parado a un amigo importante".
V¨¢lgame la importancia que me da mi amigo. El caso es que aquello me hizo reflexionar, pues la cincuentena -la edad de dos puntos por debajo de la esperanza y un punto por encima de la desesperaci¨®n, como dir¨ªa Eduardo Mendoza- es fastidiosa.
Me dice Carlos que no sab¨ªa si llorar o re¨ªr por aquello de prolongar el trabajo para los mayores de 65 a?os. Tiene raz¨®n mi amigo, pues la excepcionalidad de la medida raya en lo absurdo o demag¨®gico, cuando la franja del desempleo est¨¢ entre los 45 y 65 a?os. O sea, la edad del potencial abuelo que, no si¨¦ndolo, est¨¢ dispuesto a salir de la mano de su imaginario nieto para hacer tiempo y no comerse la cabeza.
En fin, esa poblaci¨®n madura que no puede sino recurrir a la econom¨ªa sumergida o al enga?abobos que es el invento, de cotizaci¨®n desproporcionada, de los aut¨®nomos, entre otras cosas debido al fraude consentido que han hecho de este sistema los consortes pensionistas. Todo esto impide que ese segmento de la poblaci¨®n emerja a trabajos para los que cuenta, no ya con la experiencia, sino con la habilidad que su ejercicio profesional le hizo ser tan v¨¢lido como el m¨¢s ambicioso y atolondrado joven pueda ser.
Hoy recib¨ª esto que les cuento de Carlos, me temo que ma?ana puedo recibir otra de Carlitos, su hijo. Que a¨²n no sabe qu¨¦ es eso de un TC2, y anda pegando carteles con tel¨¦fono de contacto por si alguien lo quiere llamar.
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