Andes lo que andes no andes por los Andes
Uno. Viajes morrocotudos. Los mejores musicales de la cartelera madrile?a (los m¨¢s vivos, los m¨¢s populares, los m¨¢s felices) se est¨¢n haciendo, para mi gusto, en el teatro de la Zarzuela. En los ¨²ltimos a?os hemos asistido a una espl¨¦ndida revitalizaci¨®n del g¨¦nero, sin relecturas estramb¨®ticas, como en la ¨®pera, pero con toneladas de imaginaci¨®n: ah¨ª est¨¢n las puestas de La corte de Fara¨®n, en manos de Arias, de El Barberillo de Lavapi¨¦s montada por Bieito, El ni?o jud¨ªo servido por Jes¨²s Castej¨®n o La rosa del azafr¨¢n gentileza de Jaime Ch¨¢varri, entre otros ¨¦xitos. Por estas fechas se repone en la sede de la calle de Jovellanos Los sobrinos del capit¨¢n Grant, otra diana de Paco Mir que se present¨® har¨¢ dos temporadas, y vuelve ahora con vocaci¨®n de convertirse en espect¨¢culo navide?o, tal como viene sucediendo en Bilbao y Donosti desde hace varias generaciones: la tarde en que vi la funci¨®n, la Zarzuela parec¨ªa una sucursal del Arriaga. Es curioso lo de la tradici¨®n navide?a, porque este "gran cosmorama cantable y bailable" naci¨® como un divertimento veraniego, el 25 de agosto de 1877 en el Pr¨ªncipe Alfonso de Madrid. Anticip¨¢ndose, por cierto, a H.M.S. Pinafore (1878) y The Pirates of Penzance (1880), concebidas en el Savoy londinense por Gilbert y Sullivan, hermanos espirituales de Fern¨¢ndez Caballero y Ramos Carri¨®n. Ser¨ªa muy sugestivo establecer una relaci¨®n entre las operetas desaforadas de Offenbach, los sofisticados disparates de los autores de El Mikado y la espa?ol¨ªsima estela de lo que podr¨ªamos llamar "zarzuelas morrocotudas", ese negociado de aventuras ex¨®ticas en el que encontramos La vuelta al mundo de Barbieri, las joyas de la corona de Pablo Luna (El ni?o jud¨ªo y El asombro de Damasco) y, con la firma de Caballero y Carri¨®n, El siglo que viene y Los sobrinos, nacidas todas ellas de un alambique en el que zapatean, en una danza turulata, las novelas de Verne, el sainete preastracanesco y el follet¨ªn por entregas. El m¨¦todo es una dislocaci¨®n, m¨¢s esperp¨¦ntica que par¨®dica, de sus materiales de base. Los "hijos" de Verne se convierten aqu¨ª en sobrinos, falsos sobrinos: Soledad, una bailarina sical¨ªptica, y Escol¨¢stico, un ex seminarista. El heroico capit¨¢n Mangles, que part¨ªa en busca de Grant, es en la zarzuela el subteniente Marcial Mochila ("Soy militar retirado / con nueve duros de paga al mes / bien poco es"); el sabelotodo Doctor Paganel de Verne muta en Mirabel, un profesor despistado que s¨®lo acierta por error. Y, por supuesto, el tibur¨®n que se trag¨® el mapa del tesoro es un dom¨¦stico besugo. ?Les suena todo eso? Claro que s¨ª. En el cerebelo de Paco Mir se tendi¨® ipsofacto el puente m¨¢gico que enlazaba El templo del sol con el lenguaje de Gilito y familia en las gloriosas Selecciones Dumbo de los a?os sesenta, de tal modo que el petimetre Escol¨¢stico, el borracho y grit¨®n Mochila y el parad¨®jico (o Paradoxico) Mirabel adquieren, en el montaje, los inequ¨ªvocos perfiles de Tint¨ªn, Haddock y Tornasol. Los sobrinos es un ir¨®nico fest¨ªn tintinesco y rambaliano, en el que encontrar¨¢n terremotos andinos, bandidos robatrenes, templos maor¨ªes, generales bananeros y ceremonias antrop¨®fagas. Vayan salivando con algunas de las suculentas acotaciones: "Aparece el c¨®ndor llevando entre sus garras al doctor Mirabel", "los caimanes rodean el ¨¢rbol queriendo trepar por el tronco". O mi favorita: "En el fondo del mar, el pulpo ci?e con sus tent¨¢culos el cuerpo del desventurado Jaime". El gran Jon Berrondo ha hecho maravillas con tales sugerencias escenogr¨¢ficas, y Paco Mir se lo ha pasado bomba dirigiendo a un reparto absolutamente c¨®mplice con esta locura, encabezado por un quinteto de ni?os y ni?as felices que contagian su dicha durante las casi tres horas de funci¨®n: Mill¨¢n Salcedo (Mochila), Xavi Mira (Escol¨¢stico), Milagros Mart¨ªn (Soledad), Pep¨ªn Tre (Mirabel), Richard Collins-Moore (Sir Clyron) y Anna Argem¨ª (Miss Ketty) est¨¢n que se salen. Y la m¨²sica, dirigida por el maestro Miguel Roa, es la salsa perfecta de este estofado lis¨¦rgico: mazurcas, barcarolas (el coro-habanera de los marineritos, casi Orfe¨®n Donostiarra Meets Anything Goes), y una marcha militar gauchesca, y una zamacueca chilena, y el delicioso Vals del Fondo del Mar, y los tercetos que se alzan con la arquitectura de un Mecano del Seis, y, sorpresa, el a?adido de una canci¨®n popular maor¨ª, Nga Iwi E, difundida por las chicas de Stupendams, como revel¨® en esta p¨¢gina mi erudito compa?ero Javier Vallejo. Emb¨¢rquense ustedes en el Escocia: de Lavapi¨¦s a Nueva Zelanda por un m¨®dico precio. ("S¨®lo con dar medio duro / podr¨¢ obtenerse / un capital"). Hay billetes hasta el 11 de enero.
Dos. Don Felis¨ªn. Una pregunta al viento: ?ser¨¢ posible que s¨®lo haya aparecido una necrol¨®gica -de Gustavo P¨¦rez Puig- llorando la muerte y cantando las excelencias del gran Felis¨ªn Navarro, o es que yo no he sabido rastrearlas? El hijo de Mar¨ªa Bass¨® y Nicol¨¢s Navarro se nos fue el pasado 8 de diciembre y fue un maravilloso todoterreno del teatro espa?ol: uno de esos actorazos humildes y efectiv¨ªsimos, con cincuenta a?os de historia a sus espaldas, desde Escuadra hacia la muerte hasta su mutis por el foro con el Carlo Monte de Jardiel en el Espa?ol. Trabaj¨® con Jos¨¦ Luis Alonso (fue uno de sus actores fetiche); y con Marsillach, con Manolo Collado, con Morera, con P¨¦rez Puig; brill¨® en las trilog¨ªas de Valle, en El c¨ªrculo de tiza, en Misericordia y tant¨ªsimas otras. Y fue, para los cr¨ªos de mi generaci¨®n, el inolvidable Don Luzbelito en Pobre diablo, de Manuel Pombo Angulo, un hit de la televisi¨®n pleistoc¨¦nica. Por ah¨ª arriba andar¨¢ ahora, jugando al mus (o al tute subastado) con Eduardo de Filippo, Rafael Alonso y Pep¨ªn Mendieta.
Tres. Dos recomendaciones. No se pierdan Como en las mejores familias en el Marquina. Y en Barcelona, el gran Pou ha vuelto al Romea con Celobert, de David Hare, y una nueva coprotagonista cara de ver: Roser Cam¨ª.
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