Ojos que no ven
LO QUE TE DIGO, hemos empezado el a?o con paso cambiao. Mi santo, que ha perdido las gafas de cerca. ?l bien callao que se lo ten¨ªa, porque ¨¦l es muy reserv¨®n, es de esos individuos que parece que tienen un gran misterio y luego rascas y nada, pero di que el otro d¨ªa, estaba absorto con los cascos puestos escuchando Tosca para ir al estreno inminente del Real con la lecci¨®n sabida y va y me llama peg¨¢ndome un grito estent¨®reo, que todo hay que decirlo, me dej¨® muerta porque cre¨ª que le pasaba algo, y corr¨ª a su lado rauda; pero no, era s¨®lo para pedirme si no me importaba leerle una parte del libreto de dicha ¨®pera Tosca. Y como yo, reconozc¨¢moslo aunque nos duela, soy de natural paranoico, le dije: "?No me estar¨¢s llamando gorda?", porque a m¨ª me ocurre un fen¨®meno paranormal que consiste en que oigo Tosca y siento que se me llenan los o¨ªdos de carne, dicho sea sin ¨¢nimo de ofender a la gran soprano Ana Mar¨ªa S¨¢nchez, a la que venero. Pero no, lo de mi santo no iba con segundas, ¨¦l quer¨ªa que le leyera lo que sus ojos no ve¨ªan, y si me lo pidi¨® a gritos es porque a mi santo le pasa lo que a las se?oras de antes cuando iban a la peluquer¨ªa, que se pon¨ªan debajo del secador y, en un momento dado, le dec¨ªan a gritos a la de al lado que hac¨ªa tres meses y un d¨ªa que su santo no las picaba el billete.
Por eso con Franco no hab¨ªa secretos entre las mujeres: por los secadores. Pero a lo que iba, que mi santo ha perdido las gafas, y yo, paranoica por gen¨¦tica, le digo: "Pues t¨² dir¨¢s d¨®nde te las habr¨¢s ido a dejar", y va el t¨ªo y me dice todo ir¨®nico: "Me las llevo al supermercado, para leer los componentes". A m¨ª la iron¨ªa no me gusta, y menos en un hombre. Y como me vio el t¨ªo que se me torc¨ªa el car¨¢cter, dijo: "No te preocupes, Lindurri, que cuando un hombre tiene otra no se lleva las gafas de cerca; las gafas de cerca las dejas con la leg¨ªtima, que es con la que te pasas el d¨ªa leyendo". Le hubiera tirado una escultura de bronce del escultor Leiro, pero por respeto a ?lvarez Cascos, actual compa?ero sentimental de la directora de la galer¨ªa a la que pertenece dicho consagrado artista, no lo hice. Como ven, yo mido muy bien cada paso que doy para no perjudicar a nadie. Si algo no soy es fr¨ªvola. Pero la cosa es que aunque mi santo me irrita, le tengo cierto aprecio y le dije que pod¨ªamos ir a comprarle unas nuevas lentes y zanjar nuestras viejas rencillas a la ¨®ptica (Rubio) del ex marido de Terelu, que est¨¢ ubicada en Moratalaz. Es que yo para eso soy supernacionalista: todo el dinero que se pueda quedar en mi barrio, bien quedado est¨¢; al margen de que dicho ex marido nos pudiera hacer una bonita rebaja, a qu¨¦ negarlo. Pero la ¨®ptica, ay, estaba cerrada. Por cierto, que quisiera romper una lanza a favor de que las librer¨ªas de post¨ªn vendan gafas de leer para casos desesperados como el que nos ocupa, como hacen en Nueva York.
El caso, amigos, es que me dije a m¨ª misma: "?Qu¨¦ hago yo con este hombre sin gafas de cerca?". Porque el miedo que yo ten¨ªa es que a falta de lectura me pusiera Documan¨ªa y acab¨¢ramos la noche como acabamos la de fin de a?o, viendo un documental de la BBC de esos que reconstruyen la edad de las cavernas con actores peludos y toda la pesca; que por otra parte, ya te tienen que ir mal las cosas como actor para hacer de hombre de Neanderthal en una serie, por muy de la BBC que sea. Y eso que el cap¨ªtulo acababa con la extinci¨®n del hombre de Neanderthal y el triunfo del de Cromagnon, y les pareceremos unos sentimentales, pero nos acostamos con un nudo en la garganta as¨ª de gordo la primera noche de 2004. En total, que me dije: "?Fuera bajonazos!, a este hombre me lo llevo yo a ver al gran Paquito D'Rivera como hay Dios". As¨ª mismo.
Sobre el concierto que dio Paquito no tengo palabras, s¨®lo digo que empiezas el a?o oyendo a Gershwin saliendo de los carrillos de ese cubano y te da v¨¦rtigo porque pones el list¨®n muy alto. Y encima, para m¨¢s inri, Fernando Trueba nos lo quiso presentar. Y all¨ª, en la rebotica, estuvimos de charla, viendo comer a los m¨²sicos, a un pianista israel¨ª buen¨ªsimo y a la mujer de Paquito, Brenda Feliciano, una soprano hispana de Nueva York. Nosotros mirando y ellos devorando como lobos. Nosotros admirando lo particulares que son los m¨²sicos de jazz, la camarader¨ªa internacional que comparten y que parece tener un c¨®digo secreto. Paquito contaba an¨¦cdotas de esas con las que llena sus libros de memorias: contaba que una noche en Miami, con sus m¨²sicos ya tocando y esperando a que subiera ¨¦l, la gran estrella, unos clientes le tomaron por camarero y le mandaron a por unas cervezas, y ¨¦l, gran humorista, se las llev¨® antes de subir al escenario. Cuando al fin subi¨®, los clientes se mor¨ªan de verg¨¹enza. Paquito contaba historias y beb¨ªa vino, y le agradec¨ªa a Trueba que hubiera abierto un local tan estupendo, y Trueba repet¨ªa una vez m¨¢s que ¨¦l s¨®lo tiene el tres por ciento de Calle 54, pero a nadie se le mete en la cabeza y los clientes se le acercan, cada vez que ¨¦l va, para felicitarle o para protestar porque la mesa cojea.
Qu¨¦ noche m¨¢s feliz. El final no lo cuento, pero imag¨ªnense lo que se puede hacer cuando faltan las gafas. Ya te digo, la pr¨®xima vez, las gafas se las pierdo yo.
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