Cervantina
Acabado el periodo de luna de miel y pausa navide?a, Pasqual Maragall, presidente del nuevo Gobierno catal¨¢n, va a Madrid a contrastar con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar sus discrepancias. Con esto inicia el llamado Gobierno tripartito su andadura por la Espa?a eterna, que hoy responde al eufemismo de Estado espa?ol, pero donde todav¨ªa se encuentran en p¨¢ramos agrestes, ¨¢speros cerros y l¨®bregos mesones gentes suspicaces dispuestas a zaherirle. Tambi¨¦n almas nobles y comprensivas. En esta famosa empresa, Maragall, iluminado al tiempo que pragm¨¢tico, encarna el ideal quijotesco del regeneracionismo que hace un siglo propugnaron sus antepasados perif¨¦ricos de la generaci¨®n del 98 para curar los males de la madre patria. Va a lomos de un penco salido de las f¨¢bricas textiles catalanas. A su lado cabalga Carod Rovira disfrazado de Sancho Panza, pr¨¢ctico y astuto, representante de un pueblo llano no menos idealizado, consciente de que en el mundo s¨®lo hay dos linajes, que son el tener y el no tener, pero igualmente pose¨ªdo del sue?o de una ¨ªnsula Barataria en la que gobernar¨¢ el derecho natural contenido en sus refranes. Antes de salir del terru?o a enfrentarse a endriagos y encantadores, ya han recibido las primeras pedradas de los cabreros del lugar, que ven perderse la lana de los reba?itos que hasta ahora hab¨ªan estado trasquilando con poco esfuerzo y gran contentamiento. En esta funci¨®n a Joan Saura le ha tocado el ingrato papel del bachiller Sans¨®n Carrasco: a diferencia de sus compa?eros, los a?os de estudio en las fr¨ªas aulas del materialismo dial¨¦ctico, hoy maquillado de ecologismo, y la no menos fr¨ªa experiencia de la historia reciente, le obligan a desconfiar de los sue?os, cosa que tal vez le entristece. Ahora le corresponde la misi¨®n de impedir que sus compa?eros de ruta confundan molinos con gigantes y agoten sus fuerzas antes de tiempo o, lo que ser¨ªa peor, que en el fragor de la batalla se les vaya la olla.
Una met¨¢fora s¨®lo es un entretenimiento, no un acertijo ni un ejercicio did¨¢ctico, y menos a¨²n un augurio. As¨ª que el desocupado lector que quiera seguir las andanzas de nuestros personajes, habr¨¢ de recurrir a los medios de informaci¨®n o leer lo que se dir¨¢ en el cap¨ªtulo siguiente.
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