Gigantes de puntillas
Querr¨ªamos pensar que el tama?o no importa; pero poco es tan importante como la dimensi¨®n. Los arquitectos prefieren hablar de escala, un t¨¦rmino m¨¢s d¨²ctil que insensiblemente se desliza hacia la proporci¨®n y el mundo amable de la armon¨ªa relativa; los profesores reproducen la equivalencia entre un pilar de San Pedro y la planta entera de San Carlino para mostrar que la belleza puede residir tanto en el colosalismo miguelangelesco como en la delicadeza borrominiana; y los psic¨®logos utilizan test perceptivos elementales para evidenciar que el tama?o calibrado por la mirada depende en buena medida del contexto. Sin embargo, todos ellos admiten que s¨®lo lo tit¨¢nico excita el apetito simb¨®lico de los imperios; s¨®lo la talla XL exacerba la fantas¨ªa formal de aquellos empe?ados en dejar su huella en el paisaje o la ciudad; y s¨®lo la escala bab¨¦lica parece compatible con la ambici¨®n urbana que transita en el tiempo desde el Creciente F¨¦rtil hasta Manhattan.
La obsesi¨®n por la visibilidad que otorga el r¨¦cord anima a los arquitectos a emplear diferentes estratagemas que acaban siendo m¨¢s significativas que las innovaciones t¨¦cnicas o la calidad est¨¦tica
Frente al romanticismo de lo sublime, enamorado del v¨¦rtigo de los abismos y las cumbres, el romanticismo contracultural redujo la naturaleza a la escala dom¨¦stica, acu?ando un lema que hizo fortuna, "lo peque?o es hermoso". Esa defensa del haiku frente a la saga era asimismo un empe?o por privilegiar la cualidad frente a la cantidad, en la convicci¨®n de que el valor no dimana de la magnitud, pero acaso tambi¨¦n en la ignorancia de que las mudanzas cuantitativas con frecuencia alteran lo cualitativo. El bi¨®logo y admirable escritor Stephen Jay Gould recordaba a menudo que el ¨¦xito evolutivo de nuestra especie debe mucho a su gran tama?o relativo, tan importante como el cerebro que procesa el lenguaje o el pulgar pr¨¦nsil que permite usar herramientas; y esa capacidad de modificar el entorno de los animales grandes que somos es probablemente el fundamento material que aquella "nostalgia del absoluto" que De Chirico represent¨® a trav¨¦s de la Mole Antonelliana, la torre turinesa finisecular cuya descomunal masa cer¨¢mica sedujo tambi¨¦n al ¨²ltimo Nietzsche, perplejo explorador de la arquitectura esencial en la altura interminable.
El a?o 2003 se despidi¨® con un
chisporroteo de noticias arquitect¨®nicas que recuerdan tenazmente la trascendencia del tama?o. En la capital de Taiwan se inaugur¨® la primera fase del edificio m¨¢s alto del mundo, el Taipei 101, un rascacielos semejante a una ca?a de bamb¨² o a una espiga, cuyos 508 metros y 101 plantas -que no estar¨¢n totalmente operativas hasta finales de 2004- otorgar¨¢n a su pa¨ªs la marca que desde 1996 posee Malaisia con los 452 metros de las Torres Petronas de Kuala Lumpur; en Shanghai, las autoridades urban¨ªsticas dieron la alarma ante el progresivo hundimiento de la ciudad por la proliferaci¨®n de rascacielos, proponiendo la prohibici¨®n de construir por encima de 18 plantas, una medida que podr¨ªa afectar al World Financial Center, un coloso en forma de abrebotellas cuyas obras -tras una pausa provocada por la crisis econ¨®mica de Asia- se reanudaron en febrero con un proyecto revisado que incrementaba hasta 512 los 460 metros iniciales, a fin de batir el r¨¦cord mundial de altura a su terminaci¨®n en 2007; y en Nueva York se present¨® el proyecto definitivo de la Freedom Tower, la primera de las torres de la Zona Cero, cuyos ingenuamente simb¨®licos 1.776 pies originales -que celebraban la fecha de la Declaraci¨®n de Independencia- han acabado extendi¨¦ndose con una antena hasta los 2.000 pies, pasando de 541 a 610 metros para asegurarse que a su finalizaci¨®n en 2008 la marca que en su d¨ªa ostentaron las Torres Gemelas regresa al mismo emplazamiento para permanecer all¨ª durante una larga temporada.
La obsesi¨®n por la visibilidad medi¨¢tica que otorga el r¨¦cord anima a los arquitectos a emplear diferentes estratagemas (ya lo hizo el neoyorquino edificio Chrysler en 1929 al izar por sorpresa un colosal m¨¢stil oculto que le permiti¨® derrotar en la carrera al Manhattan Trust de Wall Street, aunque el remate inmediatamente posterior del Empire State convirti¨® su reinado en el m¨¢s breve de todos), y esas artima?as acaban siendo con frecuencia m¨¢s significativas que las innovaciones t¨¦cnicas o la calidad est¨¦tica. Las Petronas lograron el reconocimiento al integrar la antena en el dise?o -algo no intentado en los rascacielos prism¨¢ticos de cubierta plana como las Torres Gemelas o el edificio Sears de Chicago, sus predecesores en la marca-, y el Taipei 101 que las ha destronado alcanza su altura registrada con una antena de 60 metros sobre un centro de comunicaciones y club de ejecutivos levantados por encima de las oficinas, que llegan s¨®lo hasta la planta 84; en Shanghai, el World Financial Center ahora cuestionado se remata con una afilada cu?a de tan poco veros¨ªmil utilizaci¨®n que al cabo se perfora con un gigantesco ¨®culo que vac¨ªa casi todo su volumen, y la Freedom Tower neoyorquina extiende la ocupaci¨®n exclusivamente hasta la planta 70 -no muy por encima de los otros rascacielos de la zona-, dedicando su ret¨®rico andamiaje superior a unas turbinas e¨®licas que toman el lugar de los jardines colgantes imaginados en el proyecto original del concurso y a una enorme antena que imita el brazo levantado de la estatua hom¨®nima.
Sin embargo, ni la pagoda ver-
tical del taiwan¨¦s C. Y. Lee -cuya espiga decorada con tondos y volutas hace a?orar la abstracci¨®n ornamental de C¨¦sar Pelli en las Petronas o de SOM en la torre Jin Mao de Shanghai como fundamento posible de un vern¨¢culo asi¨¢tico en altura-, ni el abrebotellas gal¨¢ctico de KPF en Shanghai, con su agujero gruy¨¨re de dibujos animados, ni la vacua evocaci¨®n corporativa de la Estatua de la Libertad pactada por David Childs y Daniel Libeskind en Manhattan ofrecen un est¨ªmulo est¨¦tico que complemente su notoriedad dimensional. Al final, seguramente es cierto que el tama?o importa, y los defensores de la peque?a escala que ven sus advertencias confirmadas por el hundimiento paulatino de Shanghai han podido comprobar tambi¨¦n la fragilidad de lo horizontal con la destrucci¨®n de la ciudad iran¨ª de Bam, con sus f¨¢bricas de adobe devastadas por un se¨ªsmo de intensidad irrelevante para las grandes construcciones modernas. Pero tambi¨¦n es verdad que la excelencia arquitect¨®nica no exige la bulimia escalar, y sin duda hay m¨¢s talento y poes¨ªa en los obuses de vidrio de Foster o Nouvel en Londres y Barcelona -de altura semejante a la Mole Antonelliana de hace un siglo- que en los toscos gigantes alzados de puntillas para fingir un r¨¦cord.
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