Primer siglo de Cary Grant
Se cumplen cien a?os del nacimiento en Bristol (Inglaterra) de un genio oscuro y complejo del cine, aunque hac¨ªa parecer todo f¨¢cil
"No tengo nada que ver con los personajes que interpreto, no estoy dentro de nadie, s¨®lo estoy dentro de mi. Me limito a interpretarme a m¨ª mismo. Cuando era un muchacho, en la escuela en que me metieron, so?aba que me convert¨ªa en un tipo vividor que hace lo que le da la gana. Mi vida es el esfuerzo por hacer real aquel sue?o de la escuela".
Esta superposici¨®n de dos de las pocas cosas precisas y con aire de sinceras que Cary Grant, siempre amurallado detr¨¢s de un cerco protector de palabras defensivas, dijo acerca de s¨ª mismo, es toda una radiograf¨ªa, un nebuloso pero exacto retrato interior. Todos creemos saber, pero nadie acierta a decirlo, qui¨¦n es en realidad este escurridizo ingl¨¦s. Parece un tipo locuaz, pero si se aguza el oido es reservado, t¨ªmido y, ara?ando algo m¨¢s la piel de su enigma y su paradoja, incluso lac¨®nico. Suya es la presencia de un esp¨ªritu libre y abierto, pero deja ver que hay en su trastienda indicios de algo que se escapa, escondido e inefable.
Aquel elegante y enorme artista, nacido hoy hace un siglo, dio el 30 de noviembre de 1966 un brusco viraje a su vida y, dejando a la espalda 81 pel¨ªculas. Entre ellas, nueve obras mayores, adultas, dirigidas por los estadounidense Howard Hawks, George Cukor, Leo McCarey y Stanley Donen, y por su paisano Alfred Hitchcock: S¨®lo los ¨¢ngeles tienen alas (Hawks, 1939), Encadenados (Hitchcock, 1946) Me siento rejuvenecer (Hawks, 1952), Con la muerte en los talones (Hitchcock, 1959), Historias de Filadelfia (Cukor, 1940), Luna nueva (Hawks, 1940), Charada (Donen, 1963) Tu y yo (Leo McCarey, 1940), La fiera de mi ni?a (Hawks, 1938). Tras 35 a?os de bostezos en la cumbre de la celebridad, se march¨® al cumplir 62 en las estancias doradas de Hollywood, cortando el hilo de una plenitud art¨ªstica, que en ¨¦l era incluso todav¨ªa sexual, para convertirse, aunque atesoraba millones de d¨®lares (de hace medio siglo) en un rinc¨®n acorazado de su casa, en un vendedor de cosm¨¦ticos de lujo. Quiz¨¢s ganduleando en las moquetas de cashmer del mundo dio Grant la ¨²ltima caricia al redondeo del sue?o de escuela sombr¨ªa que a los 13 a?os le dispar¨® a la busca de luces.
Naci¨® Archibald Alexander Leach el 18 de enero de 1904 en Bristol, Inglaterra, hoy hace un siglo. Forj¨® su oficio de comediante en telones de fondo de teatros golfos del Londres de los a?os veinte. En 1920 le lleg¨® la llamada de Broadway y acudi¨® a ella, para encontrar una triste chapuza de hombre-anuncio en la esquina del mismo teatro al que ofreci¨® sus talentos de c¨®mico todoterreno. Gan¨® en las aceras de Nueva York lo justo para un billete de vuelta a Londres, donde su oficio sigui¨® creciendo hasta ese peligroso punto de saturaci¨®n que crea vicios irreparables en los recursos naturales de un actor. Se dio cuenta de ello y volvi¨® a los g¨¦lidos aires de la escena de Manhattan. Y lleg¨® en el el momento exacto para que actores dotados de presencia esc¨¦nica y de voz y palabra llamaran la atenci¨®n de los ojeadores de Hollywood, que estaban en busca fren¨¦tica de nuevos rostros con que paliar los estragos del salto del cine mudo al hablado.
Fue contratado en 1931 por la Paramount y Archie Leach se transform¨® en Cary Grant. La primera pel¨ªcula en que intervino fue Esta es la noche. Siguieron varias m¨¢s, pero su rostro no se hizo visible hasta que la gran Mae West lo rapt¨® para su Lady Lou en 1932. Las puertas del estrellato se abrieron de par en par y comenz¨® la asombrosa carrera de un genial actor-anguila, que dej¨® tras de s¨ª una estela de obras de alt¨ªsima distinci¨®n, como, adem¨¢s de aquellas cumbres aludidas, No soy ning¨²n ¨¢ngel, otra vez con Mae West; La gran aventura de Silvia (Cukor, 1936), La p¨ªcara puritana (Leo McCarey, 1937), Sospecha (Hitchcock, 1941), Mi mujer favorita (McCarey, 1942), Ars¨¦nico por compasi¨®n (Frank Capra, 1944), La novia era ¨¦l (Hawks, 1949), Atrapa a un ladr¨®n (Hitchcock, 1955), Indiscreta (Donen, 1958), y algunas otras.
Se cas¨® Cary Grant cinco veces y todas sus mujeres ofrecen descripciones divertidamente dispares entre s¨ª del personaje. Se cuenta, pero no hay constancia -s¨®lo unas fotos par¨®dicas que ellos mismos encargaron- sino un cerrado mutismo, que Cary Grant roz¨® un sexto, y m¨¢s que quim¨¦rico por entonces, matrimonio de hecho con el actor Randolph Scott, a quien conoci¨® al poco de llegar a Hollywood. El esc¨¢ndalo de la turbia revista Confidencial y la exhumaci¨®n de aquel episodio por el libraco Hollywood Babilonia tiran de la imagen, en exceso velada por la falta de testimonios y documentos, de un Cary Grant homosexual. Tampoco en esto es n¨ªtido el perfil de su oscuro y enigm¨¢tico personaje.
El secreto de su poder, se dijo, es diab¨®lico, consiste en no hacer nada ante de la c¨¢mara: no act¨²a cuando act¨²a. Irradia un dominio de la imagen de calidades magn¨¦ticas. Insisti¨® Grant tercamente en el car¨¢cter colectivo de la creaci¨®n cinematogr¨¢fica y no cedi¨® un milimetro al exceso de apropiaci¨®n por el director de la autor¨ªa del filme. Su pasividad ante la c¨¢mara es en realidad una distancia ir¨®nica viv¨ªsima y actuante, de rara energ¨ªa e indescifrable procedencia. Sigue por tanto vivo el enigma del choque entre su quietud y el destado movimiento que esta quietud provoca a su alrededor.
Son insuperables sus creaciones de hombres perplejos, que forcejean contra lo irracional; o de hombres taimados que eluden esa agresi¨®n para que sean otros quienes tropiecen con ella. De ah¨ª que Grant domine hasta lo indecible el manejo del absurdo, la comedia, y su anverso, la tragedia; esa genial duplicidad existente entre el profesor David Huxley de La fiera de mi ni?a y el periodista Walter Burns de Luna nueva, ant¨ªpodas absolutos; o entre el tierno zurrado Roger Thornhill de Con la muerte en los talones y el fr¨ªo zurrador Devlin de Encadenados. Una cosa y su contraria, incluso dentro de un mismo personaje (el profesor Barnaby Fulton de Me siento rejuvenecer), entran sin esfuerzo en las portentosas cocavidades expresivas de un artista que hoy cumple un siglo y que el paso del tiempo agiganta.
Babelia
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