Los amigos pol¨ªticos
Hace m¨¢s de veinticinco a?os se publicaba un volumen de afortunado t¨ªtulo y de contenidos altamente reveladores. Nos referimos a Los amigos pol¨ªticos, de Jos¨¦ Varela Ortega. Es, con justicia, un cl¨¢sico de la historiograf¨ªa y aquello que abordaba era el sistema electoral de la Restauraci¨®n alfonsina, ese per¨ªodo que se abre en 1875 y en el que los partidos, las provincias, el Parlamento y el Gobierno formaban un cuerpo irrigado por la influencia, por el favor. Estudiaba Varela lo que desde Joaqu¨ªn Costa conocemos como la oligarqu¨ªa y el caciquismo, pero lo hac¨ªa rest¨¢ndole la vertiente castiza al fen¨®meno, asoci¨¢ndolo, pues, a los modos imperantes en una parte de Europa, en esa fase del desarrollo parlamentario en que la democracia s¨®lo estaba empezando a avizorarse. Italia, por ejemplo, era un caso cercano y su fin de siglo, el que se manifiesta en el desarrollo de las mafias y el que se encarna en la figura de Giovanni Giolitti, no era tan diferente de las crisis finiseculares que Espa?a experimentaba por entonces. De todas las cualidades que el libro de Varela reun¨ªa, sin duda una de las m¨¢s apreciables era su examen del favor y su apunte sociol¨®gico sobre el poder de la influencia. Me explicar¨¦.
En principio, cuando decimos de alguien que es un individuo que hace favores nos referimos a aquella persona que presta alguna ayuda o protecci¨®n gratuitas a otra u otras, que las precisan y que pueden o no hab¨¦rselas pedido. Se trata, por tanto, de un servicio, de un beneficio, de una gracia que se realiza sin esperar su pago, concedido o recibido como un presente o regalo. Por otra parte, cuando decimos de alguien que ejerce una influencia hablamos de aquella persona que tiene ascendiente sobre otra u otras, esto es, aludimos a la autoridad de que goza aqu¨¦l y que le permite ejercer un predominio. Un individuo influyente es, pues, alguien que tiene peso y que, por eso mismo, por estar bien situado, puede causar hechos o remover obst¨¢culos. Obs¨¦rvese que no nos referimos a quien desempe?a su funci¨®n prescrita y formal, a quien se atiene a la norma establecida seg¨²n las competencias que le est¨¢n asignadas. Nos referimos, por el contrario, a aquel que hace valer un predominio que va m¨¢s all¨¢ del reglamento y que se fundamenta en su persona, en su patrimonio o en su cualidad. Dec¨ªa Max Weber que la burocracia contempor¨¢nea tiende a eliminar aquel factor, convirtiendo la tarea en una labor asignada de antemano, regulada, impersonal: el individuo que la desempe?a s¨®lo es uno m¨¢s, competente, preparado, pero reemplazable por otro que pueda demostrar igual solvencia. Un empleo en el sistema legal-racional descrito por Weber, en la Administraci¨®n moderna, no es una plataforma para conceder favores o librar regalos, sino un puesto reglamentario que ejecuta acciones para la colectividad. El favor siempre es personal y su base es el presente, el don.
Hace muchos a?os, un soci¨®logo contempor¨¢neo de Weber, Marcel Mauss, escribi¨® un luminoso Ensayo sobre el don y con ¨¦l abordaba el significado de los regalos. M¨¢s all¨¢ de los parientes, la l¨®gica del regalo es la de suavizar el roce, la de favorecer el intercambio, la de mitigar las hostilidades: el presente circula, facilita la irrigaci¨®n social, afianza la paz entre individuos o grupos potencialmente hostiles, crea o refuerza la amistad, premia a los pr¨®ximos. En principio, donar presentes es gratuito: en el sentido de que regalamos porque queremos y quien recibe el obsequio no nos abona en met¨¢lico una suma con la que costear ese dispendio. ?Gratuito? Lo que pudo observar Mauss es que el regalo establece en realidad un servicio obligatorio. Cuando obsequiamos a alguien con un presente y ¨¦ste lo acepta, entonces se crea entre nosotros un sistema invisible, pero real, de obligaciones, una red de prestaciones y contraprestaciones que para funcionar implica devoluci¨®n proporcionada, equivalente. Pi¨¦nsese, por ejemplo, que la l¨®gica de funcionamiento de la Mafia o de la Camorra son de esta ¨ªndole: desde el siglo XIX reparten servicios como si de obsequios se tratara con el fin de suplantar al Estado, de cubrir sus carencias, enredando a sus favorecidos en una obligaci¨®n criminal.
Si no devolvemos o si regalamos con alg¨²n objeto de ¨ªnfimo valor a quien previamente nos gratific¨® con prodigalidad, entonces humillamos, incurrimos en el gesto descort¨¦s, en la cicater¨ªa, o, m¨¢s simplemente, proclamamos nuestra hostilidad, la guerra. Dos amigos empiezan a dejar de serlo justo cuando alguno de ellos se obstina en zaherir al otro con los presentes que no devuelve o con las baratijas o nonadas con que cree cumplir. Cuando Varela Ortega hablaba de los amigos pol¨ªticos se refer¨ªa a esas relaciones instrumentales que se dan en las instituciones en virtud de las cuales alguien con poder, un patrono, hace favores m¨¢s all¨¢ del reglamento, reparte a manos llenas y hace valer su influencia para allanar objetivos y metas: concesiones, contratas, etc¨¦tera. El favorecido, el cliente, no recibe gratuitamente y, como indicara Mauss al hablar del don, queda atrapado en la red de las obligaciones, de las contraprestaciones: ha de remunerar al primero con alg¨²n tipo de gratificaci¨®n, suma o bien material que salde una deuda contra¨ªda.
Las palabras no son inocentes y la ret¨®rica p¨²blica de nuestros representantes exige de ellos un cuidado exquisito, sabiendo qu¨¦ hay detr¨¢s de cada voz, qu¨¦ historia acarrea el l¨¦xico que emplean, qu¨¦ concepto y qu¨¦ acepciones incorpora. Es desolador que la principal defensa que Francisco Camps haga del presidente de la Diputaci¨®n de Castell¨®n sea la de amistad, como es tambi¨¦n decepcionante que Eduardo Zaplana se refiera a Carlos Fabra arguyendo que cree que ¨¦ste no habr¨¢ hecho nada que no sea honorable. Lo honorable no es lo legal, lo l¨ªcito. Hay, en efecto, en la sociedad comportamientos perfectamente honorables que, sin embargo, son conceptuados como delictivos, tal vez porque la ley lleva siempre algo de retraso frente al avance de la moral p¨²blica. Y hay conductas que no se reputan como delictivas por el ordenamiento quiz¨¢ porque no figuran en la letra de la ley o quiz¨¢ porque son invisibles, porque no se pueden probar. Por eso, es una triste, muy triste defensa, la que Eduardo Zaplana hace de la conducta legal o p¨²blica de su correligionario. Pero, m¨¢s equivocada es, si cabe, la solidaridad mostrada por el Presidente de la Generalitat: arg¨¹ir en pol¨ªtica la amistad es, sin m¨¢s, evocar las redes de favores, el ejercicio oculto de la influencia, el reparto de obsequios materiales o inmateriales, la gratificaci¨®n personal y la prodigalidad. Si yo fuera Carlos Fabra pedir¨ªa a mis conmilitones otra defensa: la invocaci¨®n de la ley, de la trasparencia y de la publicidad de la gesti¨®n y no la honorabilidad y la amistad. La esfera p¨²blica democr¨¢tica se basa en lo primero; en lo segundo se fundamentan la red clientelar que presta favores, la oligarqu¨ªa, el caciquismo y la granjer¨ªa.
Justo Serna es profesor de Historia Contempor¨¢nea de la Universidad de Valencia
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