Informaci¨®n, ciencia y sabidur¨ªa
En 1934, en su poema La roca, el poeta T. S. Eliot escrib¨ªa: "Invenciones sin fin, experimentos sin fin, nos hacen conocer el movimiento pero no la quietud, conocimiento de la palabra, pero no del silencio, de las palabras, pero no de la Palabra". Y a?ad¨ªa:
"?D¨®nde est¨¢ la sabidur¨ªa que hemos perdido en el conocimiento?
?Y d¨®nde est¨¢ el conocimiento que hemos perdido con la informaci¨®n?".
Cuando ciertamente vivimos anegados en informaci¨®n, con conocimientos crecientes, pero con la misma sabidur¨ªa de hace tres mil a?os, si acaso, no sobra comentar esta profunda intuici¨®n.
Pues, ciertamente, informaci¨®n, conocimiento y sabidur¨ªa son tres modos o maneras del conocimiento, pero de muy distinto alcance y desarrollo. La informaci¨®n nos proporciona datos, bits, nos dice lo que es y c¨®mo es lo que es, puede ser digitalizada, archivada y transmitida. Hoy la encontramos en la red de la web mundial, donde basta acceder a un buen buscador, como Google, para obtener toda la informaci¨®n del mundo, la pr¨¢ctica totalidad de los libros cl¨¢sicos y modernos, toda la m¨²sica, todos los datos que deseemos. Ya casi nadie consulta una enciclopedia (por eso las regalan con los peri¨®dicos), pues es m¨¢s r¨¢pido consultar Internet, inmensa memoria de la humanidad y gigantesco dep¨®sito de informaci¨®n acerca de todo. De modo que basta una barata conexi¨®n a Internet para tener acceso a bases gigantescas de informaci¨®n.
El conocimiento es otra cosa, es la ciencia, un saber que, a partir de muchos datos, y combinando inducci¨®n y deducci¨®n, me dice no lo que es, sino lo que puedo hacer. La ciencia es otro dep¨®sito, esta vez de teor¨ªas o modelos del mundo o, mejor, de partes del mundo, y me dice c¨®mo hacer esto o lo otro. El conocimiento necesita informaci¨®n, por supuesto, pero lo importante hoy es que, al haberse democratizado el acceso a la informaci¨®n, ¨¦sta cada vez vale menos. Lo importante no es tener informaci¨®n; todo el mundo la tiene. Lo importante es discriminar la informaci¨®n relevante de la que no lo es, separar informaci¨®n y ruido. Y eso no es tarea de la informaci¨®n, sino del conocimiento cient¨ªfico. A medida que el bit de informaci¨®n baja de precio, sube el valor del conocimiento.
Pero el conocimiento cient¨ªfico tiene tambi¨¦n sus l¨ªmites. Pues la ciencia es un saber instrumental que me muestra qu¨¦ puedo hacer, pero de ning¨²n modo qu¨¦ debo hacer. Lo sabemos al menos desde la crisis del positivismo cl¨¢sico a comienzos del pasado siglo, cuando ese gigantesco pensador que fue Wittgenstein, y aludiendo justamente al tema de los valores (a la "muerte de Dios"), dijo aquello de que "sobre lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Pues poco sensato podemos decir de los valores si los analizamos desde el discurso cient¨ªfico, de modo que, desde entonces, con el neopositivismo, la ciencia se ha construido eliminando los valores; la ciencia debe ser wertfrei, value-free. Y as¨ª es, pues de la buena vida, de lo que debemos hacer o no, del sentido ¨²ltimo de nuestra existencia, sobre qu¨¦ amar u odiar, qu¨¦ es hermoso o repugnante, de eso poco sabe la ciencia.
De eso, ciertamente, se ha venido encargando la sabidur¨ªa.
Una forma de saber que, superior a la ciencia y, por supuesto, a la informaci¨®n, trata de ense?arme a vivir y me muestra, de entre todo lo mucho que puedo hacer, lo que merece ser hecho. De modo que, sin sabidur¨ªa, la ciencia no pasa de ser un archivo o panoplia de instrumentos que no sabr¨ªa c¨®mo utilizar. Informaci¨®n, conocimiento y sabidur¨ªa responden as¨ª a tres preguntas muy distintas: ?qu¨¦ hay?, ?qu¨¦ puedo hacer?, ?qu¨¦ debo hacer?
?Todo as¨ª de claro? Por supuesto que no, pues, como se?alaba antes, los ritmos de desarrollo de unas y otras formas del conocer humano son muy distintos. En 1999 hab¨ªa 500 millones de p¨¢ginas web; en 2002 se calculaban ya 6.000 millones. Se estima que el volumen de p¨¢ginas web de que disponemos y, por lo tanto, el volumen de informaci¨®n accesible mediante un simple enchufe a Internet se doblan cada tres meses a un ritmo fren¨¦tico, y lo cierto es que nadamos en masas de informaci¨®n.
El ritmo de desarrollo del conocimiento es m¨¢s dif¨ªcil de medir, pero diversas estimaciones rigurosas concluyen que el stock de ciencia v¨¢lida se ha venido doblando aproximadamente cada 15 a?os, que es tambi¨¦n el ritmo al que se doblan las revistas cient¨ªficas especializadas y el branching (la ramificaci¨®n) de especialidades cient¨ªficas. Y, desde luego, nadie puede poner en duda que se trata de uno de los pocos ¨¢mbitos donde podemos hablar con rigor de progreso, pues es dif¨ªcil dudar que hoy sabemos (o, para ser m¨¢s precisos, conocemos) bastante m¨¢s que hace 100 a?os, y entonces m¨¢s que hace 200, etc¨¦tera. Raz¨®n por la que no pocos (yo entre ellos) creemos que, si hay una variable independiente que pueda explicar la historia, ¨¦sa es el progreso de los conocimientos. Y todo parece indicar que, tras las dos previas revoluciones cient¨ªficas, la que pone fin al neol¨ªtico para iniciar la historia de los primeros imperios, y la revoluci¨®n cient¨ªfica europea del siglo XVII, la actual revoluci¨®n cient¨ªfico-t¨¦cnica no ha hecho sino comenzar. Podr¨ªamos visualizarlo diciendo que ambos crecen en progresi¨®n geom¨¦trica, pero la informaci¨®n lo hace cada tres meses y el conocimiento, cada 15 a?os.
Sin embargo, la sabidur¨ªa de que disponemos no es hoy mucho mayor de la que ten¨ªan Confucio, S¨®crates, Buda o Jes¨²s, no parece haber mejorado mucho en los ¨²ltimos tres mil a?os y, lo que es peor, no sabemos bien c¨®mo producirla. Tampoco dir¨ªa que ha retrocedido, pero s¨ª que es casi una constante que ha variado poco o nada en los ¨²ltimos siglos. Raz¨®n por la cual la lectura de la ?tica a Nic¨®maco, de Arist¨®teles; el De constantia sapientis, de S¨¦neca, o el Serm¨®n de la monta?a, de Jes¨²s de Nazaret, tienen hoy tanto valor como cuando fueron publicados, mientras que (como dec¨ªa Whitehead) la ciencia progresa olvidando sus cl¨¢sicos, y nadie que desee saber ¨®ptica lee hoy la de Newton. Pues si hubi¨¦ramos progresado en sabidur¨ªa como lo hemos hecho en conocimiento, esos viej¨ªsimos textos morales carecer¨ªan de valor, como carece de valor actual el Tratado elemental de qu¨ªmica, de Lavoisier.
Y hay m¨¢s a¨²n. Pues si bienes cierto que la ciencia carece de sabidur¨ªa, sin embargo se autodefine -y es aceptada casi siempre- como ¨²nica forma de saber v¨¢lido. Como ya se?alara Thorstein Veblen en 1906 en el primer texto de sociolog¨ªa de la ciencia, "el sentido com¨²n moderno sostiene que la respuesta del cient¨ªfico es la ¨²nica aut¨¦ntica y definitiva". Puede ser, pero da la maldita casualidad que no responde, ni puede responder, a las preguntas m¨¢s importantes. No otra cosa dir¨¢ Habermas mucho m¨¢s tarde: "Cientifismo significa... la convicci¨®n de que no podemos ya comprender la ciencia como una forma de conocimiento posible, sino que m¨¢s bien debemos identificar conocimiento y ciencia".
Pero en esa medida, en la medida en que aceptamos, err¨®neamente, que la ciencia es el ¨²nico saber v¨¢lido, ella misma se transforma en un disolvente de todo otro saber alternativo posible, y, por lo tanto, en disolvente de todo saber de fines, en disolvente de la escasa sabidur¨ªa de que disponemos. Con el resultado parad¨®jico de que cada vez sabemos m¨¢s qu¨¦ podemos hacer (cada vez podemos hacer m¨¢s cosas), pero sabemos menos qu¨¦ debemos hacer, pues incluso la poca sabidur¨ªa de que disponemos la menospreciamos. Ciertamente, invenciones sin fin, sin finalidad, sin objeto. As¨ª, por poner un ejemplo, sabemos que podemos clonar seres humanos; pero, ?cu¨¢ndo y por qu¨¦ es razonable hacerlo?
Vivimos, pues, anegados de informaci¨®n, con s¨®lidos y eficaces conocimientos cient¨ªficos, pero ayunos casi por completo de sabidur¨ªa. Sospecho que Eliot ten¨ªa toda la raz¨®n y nuestro problema es que no somos capaces de producir sabidur¨ªa, al menos al ritmo al que producimos conocimiento.
Emilio Lamo de Espinosa es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa (Universidad Complutense) y director del Real Instituto Elcano
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