S¨®lo para admiradores

Llevan construyendo su fama a partir de afrontar, supuestamente, temas pol¨ªticamente incorrectos -bromas sobre discapacitados, humor grueso del tipo confusi¨®n entre semen y gomina, bromas crueles sobre la gordura o jocosa misoginia para consumo adolescente-. Han ido tocando todos los palos del cine c¨®mico, versi¨®n posmoderna, y ahora llegan al extremo de imaginar a dos hermanos pegados por la cadera, que comparten el mismo h¨ªgado y que son, virtualmente, inseparables.

De c¨®mo ambos llegar¨¢n a saborear la fama, ligar con chicas hermosas y, a la postre, conquistar sus sue?os, va una pel¨ªcula a la que, como todas las de los Farrelly, no conviene pedirle ni verosimilitud, ni coherencia ni zarandajas antiguas de este jaez. Al menos para el est¨®mago (hablar de la sensibilidad, en este caso, resulta un puro disparate) de quien firma estas l¨ªneas, la pel¨ªcula es mortalmente aburrida y tan inmoral (tampoco hay que pedirle artisticidad, que de eso no va la cosa) como cualquiera de las anteriores de estos gemelos de encefalograma plano y de producci¨®n s¨®lo apta para muy admiradores (que de todo hay).

Pero s¨ª que tiene algo peor que las anteriores: el largo, terrible discurso final, que acompa?a los t¨ªtulos de cr¨¦dito, del discapacitado mental que agradece a los Farrelly el que le hayan dejado trabajar en la pel¨ªcula. Huele a excusa bienintencionada, o a algo peor: a un extremo recurso para hacer re¨ªr al respetable a costa, otra vez, de una persona que no tiene los mismos recursos para enfrentarse a la realidad de los que goza el espectador medio. ?Se entiende mejor ahora lo de inmoralidad?