Nostalgia del mar
Estudi¨¦ los cuatro primeros a?os de colegio en Cochabamba, Bolivia, y recuerdo que varias veces al mes, acaso todas las semanas, los alumnos de La Salle cant¨¢bamos formados en el patio un himno reclamando el mar boliviano del que Chile se apoder¨® a ra¨ªz de la guerra del Pac¨ªfico (1879). En ese conflicto, Per¨² y Bolivia perdieron importantes territorios, pero para esta ¨²ltima perder los 480 kil¨®metros de litoral signific¨® quedar convertida en un pa¨ªs mediterr¨¢neo, enclaustrado entre las cumbres de los Andes, cortado del Pac¨ªfico, una mutilaci¨®n a la que Bolivia nunca se conform¨® y que ha seguido gravitando sobre la sociedad boliviana como un trauma ps¨ªquico.
El mar perdido ha sido una perenne nostalgia que impregna su literatura y su vida pol¨ªtica, al extremo de que hasta hace poco Bolivia ten¨ªa una simb¨®lica Marina de Guerra (acaso la tenga todav¨ªa) en espera de que, el a?orado d¨ªa en que accediera de nuevo al mar, dispondr¨ªa ya de un cuerpo de oficiales y marineros preparados para tomar posesi¨®n inmediata de las aguas recobradas. Ha sido, tambi¨¦n, el argumento hist¨®rico esgrimido para explicar el atraso econ¨®mico y la pobreza de Bolivia, y el tema al que recurr¨ªan los presidentes y dictadores cada vez que necesitaban conjurar las divisiones internas o disimular su impopularidad. Porque, en efecto, el reclamo del mar es en la historia de Bolivia uno de los pocos asuntos que consolidan la unidad nacional, una aspiraci¨®n que prevalece siempre sobre todas las divisiones ¨¦tnicas, regionales e ideol¨®gicas entre los bolivianos.
La aspiraci¨®n boliviana a tener un puerto mar¨ªtimo merece la simpat¨ªa y la solidaridad de todo el mundo -de hecho, la tiene-, y, desde luego, la de este escriba, que recuerda los diez a?os de su infancia boliviana como una Edad de Oro. Pero, a condici¨®n de no plantear este asunto como un derecho imprescriptible que Chile deba reconocer, admitiendo el despojo que cometi¨® y devolviendo a Bolivia el territorio del que se adue?¨® por un acto de fuerza. Porque si se plantea de este modo, Bolivia no tiene la menor posibilidad de materializar su sue?o mar¨ªtimo y el resultado ser¨ªa m¨¢s bien encender hogueras reivindicatorias de territorios perdidos por todo Am¨¦rica Latina, desde M¨¦xico, que podr¨ªa reclamar a Estados Unidos la devoluci¨®n de California y Texas, hasta Paraguay, a la que la Triple Alianza -Brasil, Uruguay y Argentina- encogi¨® como una piel de zapa. Sin ir m¨¢s lejos, el Per¨² podr¨ªa reclamar no s¨®lo Arica, sino todo Bolivia y todo Ecuador, que en el siglo XVIII eran parte tan constitutiva del Per¨² como el Cusco y Arequipa.
Todas las guerras son injustas, ellas siempre dan la raz¨®n a la fuerza bruta, y desde luego que eso ocurri¨® en la guerra del Pac¨ªfico y en todos los conflictos armados que ensangrientan la historia de Am¨¦rica Latina. A consecuencia de ello, la geograf¨ªa pol¨ªtica del continente se ha deshecho y rehecho de mil maneras. Tratar de corregir a estas alturas los entuertos, brutalidades, abusos e indebidas apropiaciones territoriales del pasado no s¨®lo es una quimera; es, tambi¨¦n, la mejor manera de atizar los nacionalismos, forma extrema de la irracionalidad pol¨ªtica que ha sido, ¨¦se s¨ª, uno de los factores centrales del subdesarrollo latinoamericano, pues ha impedido que los organismos de integraci¨®n regional funcionaran, desencadenando las reyertas y tensiones entre pa¨ªses que sirvieron para que se derrocharan inmensas cantidades de recursos en la compra de armas y para convertir a los Ej¨¦rcitos en ¨¢rbitros de la vida p¨²blica y a todos los generales en potenciales dictadores. ?se es un pasado siniestro al que Am¨¦rica Latina no debe regresar, desoyendo la demagogia nacionalista que en estos d¨ªas, con motivo de la reivindicaci¨®n mar¨ªtima boliviana actualizada por el Gobierno de Carlos Mesa, comienza a hacerse o¨ªr aqu¨ª y all¨¢, acompa?ada de un antichilenismo interesado (encabezado por Fidel Castro y el comandante Ch¨¢vez) que, m¨¢s que solidaridad con Bolivia, expresa una condena del modelo econ¨®mico liberal que ha hecho de Chile la econom¨ªa m¨¢s din¨¢mica del continente y de la izquierda chilena representada por Ricardo Lagos, la ¨²nica que parece haber dado entre nosotros un paso definitivo hacia la modernizaci¨®n, a la manera de los socialistas espa?oles y brit¨¢nicos.
Durante el siglo XX, el anhelo boliviano de una salida al mar no tuvo casi ocasi¨®n de concretarse. Bolivia viv¨ªa en una cr¨®nica inestabilidad, donde los gobiernos y las revoluciones se suced¨ªan a un ritmo de v¨¦rtigo, lo que contribuy¨® a empobrecer al pa¨ªs hasta reducir a su m¨ªnima expresi¨®n su capacidad de hacerse escuchar por la opini¨®n p¨²blica internacional. En 1975 hubo un asomo de di¨¢logo sobre este asunto, cuando los dictadores de ambos pa¨ªses, Hugo Banzer y Augusto Pinochet, se dieron el llamado "abrazo de Chara?a". El dictador chileno propuso entonces ceder a Bolivia un corredor de cinco kil¨®metros de ancho y un puerto mar¨ªtimo, contiguo a la frontera chileno-peruana, a cambio de compensaciones territoriales equivalentes. Como seg¨²n el Tratado entre Chile y Per¨² de 1929 cualquier cesi¨®n chilena de territorios que pertenecieron antes al Per¨² debe ser aprobada por ¨¦ste, el Gobierno chileno hizo al peruano la consulta pertinente. La dictadura militar de Morales Berm¨²dez respondi¨® con una contrapropuesta en la que el territorio cedido por Chile a Bolivia hubiera tenido una soberan¨ªa compartida entre los tres pa¨ªses, lo que implicaba una revisi¨®n del Tratado de 1929 que fij¨® los l¨ªmites entre Chile y Per¨². Santiago no acept¨® la propuesta y el proyecto qued¨® en nada. Poco despu¨¦s, Bolivia romper¨ªa relaciones diplom¨¢ticas con Chile.
?Tiene m¨¢s posibilidades Bolivia en la actualidad que en el pasado de materializar su sue?o mar¨ªtimo? S¨ª, las tiene, gracias a esa globalizaci¨®n tan denostada por los oscurantistas y obtusos demagogos, una realidad que, a pesar de los gobiernos y de los ej¨¦rcitos y de la visi¨®n microsc¨®pica de los intereses nacionales, ha ido debilitando las fronteras y tendiendo puentes, denominadores comunes y lazos econ¨®micos entre los pa¨ªses, una de las mejores cosas que le han ocurrido a Am¨¦rica Latina en los ¨²ltimos veinte a?os y gracias a lo cual, entre otros progresos, hay hoy en el continente menos dictadores que en el pasado y mejores costumbres democr¨¢ticas. S¨®lo los antediluvianos pol¨ªticos son incapaces de comprender que, en nuestros d¨ªas, un pa¨ªs que no abre sus fronteras y trata de insertarse en los mercados mundiales est¨¢ condenado al empobrecimiento y la barbarizaci¨®n. Abrir fronteras quiere decir muchas cosas, y la primera de ellas es concertar las pol¨ªticas econ¨®micas propias con las de sus vecinos, la ¨²nica manera de estar mejor equipado para conquistar mercados mundiales para los productos nacionales y acelerar la modernizaci¨®n de la infraestructura interna. A diferencia de lo que ocurr¨ªa en el pasado, hoy Chile necesita a Bolivia tanto como Bolivia necesita a Chile. Y el Per¨², por su parte, necesita tambi¨¦n de sus dos vecinos.
Un acuerdo es posible a condici¨®n de que se negocie en la discreci¨®n diplom¨¢tica y en la exclusiva perspectiva del futuro, sin volver la vista atr¨¢s. ?sta debe ser, ni que decir tiene, una negociaci¨®n bilateral entre los dos pa¨ªses, en la que el Per¨² s¨®lo debe intervenir una vez que haya acuerdo y ¨¦ste afecte territorios que fueron peruanos en el pasado. Es inevitable que as¨ª ocurra, porque Chile jam¨¢s aceptar¨ªa escindir su territorio -ning¨²n pa¨ªs lo har¨ªa- como f¨®rmula de soluci¨®n. Bolivia es un pa¨ªs muy pobre, pero con un subsuelo con cuantiosas reservas de gas y con unos recursos h¨ªdricos que a ella le sobran y a Chile le hacen falta para desarrollar la regi¨®n des¨¦rtica de su frontera norte. El Per¨², en vez de obstruir, debe facilitar este acuerdo amistoso chileno-boliviano, que s¨®lo puede traerle beneficios, ya que toda la regi¨®n peruana de esa frontera sur requiere urgentes inversiones para desarrollar una infraestructura industrial, comercial y portuaria que la saque del abandono en que se encuentra.
Los tres pa¨ªses cuentan en la actualidad con gobiernos democr¨¢ticos (aunque la democracia boliviana haya quedado algo maltrecha por la manera como fue reemplazado S¨¢nchez de Lozada por el actual presidente, Mesa), lo que deber¨ªa ser un acicate para el acercamiento y la apertura de negociaciones. Pero para ello es indispensable que el clima de crispaci¨®n sobre este tema que se ha creado se vaya apaciguando, lo que sin duda no ser¨¢ tan r¨¢pido. Porque en Chile hay ya un ambiente preelectoral en el que el nacionalismo y el chovinismo siempre se ponen de moda, y el candidato o partido que se atreviera a mencionar siquiera la posibilidad de dar una salida al mar a Bolivia ser¨ªa acusado de traidor y vendepatria por sus adversarios, y porque al presidente Mesa le ha venido de perillas el esc¨¢ndalo internacional que provoc¨®: era, hace apenas un mes, un mandatario precario, sin fuerza propia, jaqueado por Evo Morales y Felipe Quispe, que dominan las calles y podr¨ªan defenestrarlo con la facilidad con que defenestraron a S¨¢nchez de Lozada, y es ahora el estadista consolidado que encabeza una gran movilizaci¨®n nacional en pos del m¨¢s caro anhelo del pueblo boliviano.
Que se eclipsen los estribillos patrioteros y el asunto de la mediterraneidad de Bolivia salga de la calle y las primeras planas period¨ªsticas para trasladarse al m¨¢s sosegado ambiente de las canciller¨ªas, donde se grita menos y se razona m¨¢s (a veces), se sopesan los intereses en juego y se entablan esos toma y daca de los que resultan los acuerdos. Por primera vez desde la infausta guerra del Pac¨ªfico hay unas circunstancias que podr¨ªan darle a Bolivia el puerto mar¨ªtimo con el que sue?a. Que la visi¨®n del corto plazo, la mezquindad y la estupidez no las desaprovechen. No s¨®lo el comandante Ch¨¢vez, yo tambi¨¦n ir¨¦ a darme un remoj¨®n en esas aguas heladas del mar boliviano por el que cant¨¦ tantos himnos en mi infancia cochabambina.
? Mario Vargas Llosa, 2004. Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SL, 2004.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.