Cruceros
Los medios han prestado singular atenci¨®n a una noticia en apariencia trivial: la suspensi¨®n de un par de cruceros y la vuelta de los pasajeros a sus lugares de origen. Parece ser que, por un retraso en el pago de una deuda, la compa?¨ªa titular de los cruceros dej¨® a sus clientes plantados en Barcelona y en Barbados. Hombre, no es para tanto, dir¨¢n ustedes. Pues s¨ª, eso me parece a m¨ª tambi¨¦n. Todos los d¨ªas se est¨¢n quedando tirados en la cuneta los pasajeros de cualquier autob¨²s y no pasa nada. Tampoco ocurre nada grave cuando los empleados del metro deciden hacer huelga obturando los andenes con viajeros exasperados o cuando un conflicto laboral serio convierte el vest¨ªbulo de los aeropuertos de media Europa en la llanura de los Asf¨®delos, esa donde los muertos vagaban deconsolados seg¨²n cuenta la mitolog¨ªa cl¨¢sica.
Siempre me ha fascinado el olfato de los periodistas profesionales. Y es que, cuando les llama la atenci¨®n un asunto, malo, suele ser porque han intuido algo raro. Son como los sabuesos que, una vez que han olfateado un rastro, no lo sueltan hasta que vuelven con la presa entre las fauces. Evidentemente, en un mundo lleno de guerras, atentados, crisis pol¨ªticas, cr¨ªmenes atroces y cat¨¢strofes naturales, la suspensi¨®n de estos cruceros parece una noticia de poca monta que no merec¨ªa la primera p¨¢gina ni un desarrollo de m¨¢s de un p¨¢rrafo. No ha sido as¨ª: he aqu¨ª la miga del asunto. ?Y qu¨¦ tiene de particular esta noticia de los cruceros? El lector mal informado podr¨ªa creer que la cosa no admite duda: ?ah¨ª es nada, ver a la gente de la jet, a los guapos y guapas del papel couch¨¦ atrapados en un puerto como si fueran gente normal, de la que uno se encuentra en el autob¨²s o en el metro! Pues se equivocar¨ªa. Los famosos no se quedan como tontos dos d¨ªas atracados en un puerto y protestando ante unos empleados igualmente impotentes. Los famosos mandan a su ch¨®fer o a su avi¨®n particular a que venga a recogerlos mientras sus abogados ya han iniciado las gestiones legales para que la ofensa le salga a la empresa responsable por un ojo de la cara. Si acaso, los famosos protagonizan la escena del Titanic, pero esto es diferente: el hundimiento espectacular del crucero m¨¢s caro del mundo -esto es muy importante, que sea caro- a los acordes de la orquesta s¨ª que merece la pena.
Los cruceros de los que habl¨¢bamos no eran caros y sus pasajeros no eran gente guapa. Los diarios nos han tra¨ªdo la foto de un par de amigas de Benidorm, de una pareja de reci¨¦n casados de Gandia, personas como usted y como yo, sorprendentemente parecidas a muchas que conocemos. Gente que trabaja, que ha ahorrado todo el a?o y que, aprovechando una oferta, se permite el sue?o de su vida: ?hacer un crucero! Bueno, y en ese caso, ?por qu¨¦ tanto inter¨¦s en sacarlos en los papeles? Por eso precisamente, porque la ¨²ltima frontera se acaba de desmoronar tambi¨¦n. D¨¦jenme aventurar un diagn¨®stico. Los seres humanos somos una confusa mezcla de pulsiones contradictorias: por un lado, el instinto de aventura; por otro, la b¨²squeda de seguridad. Toda la historia de Occidente responde a este patr¨®n. Cuando las sociedades de cazadores itinerantes empezaron a temer por su alimento, acabaron ancl¨¢ndose a un territorio e inventando la agricultura. Cuando el derrumbamiento del imperio romano hizo peligrosa la vida, se instituy¨® un contrato por el que un se?or feudal se encargaba de proteger a sus siervos a cambio de que lo mantuvieran. Cuando la revoluci¨®n industrial redujo a los obreros reci¨¦n llegados del pueblo al esclavismo, se crearon los sindicatos para garantizar unas m¨ªnimas condiciones laborales y de seguridad en el trabajo.
Lo tr¨¢gico es que estas tres seguridades, alcanzadas con sangre, se han ido perdiendo progresivamente. Hace s¨®lo una generaci¨®n, digamos en los a?os ochenta, resultaba evidente, en el primer mundo -y tambi¨¦n en el mundo socialista-, que los ciudadanos dispon¨ªan de suficiente comida, que su integridad f¨ªsica era sagrada y que su trabajo era b¨¢sicamente estable. La marcha de la historia, tal y como entonces se conceb¨ªa, consist¨ªa en extender estos logros al tercer mundo. No fue as¨ª. En s¨®lo un cuarto de siglo, el tercer mundo se hundi¨® a¨²n m¨¢s si cabe, el socialismo desapareci¨® de la faz de la tierra y el primer mundo -?ay!- se mostr¨® incapaz de garantizar el alimento y la vivienda, la seguridad o el empleo. Esos son los temas estrella de la pr¨®xima campa?a electoral en Espa?a y en cualquier pa¨ªs de nuestro entorno: el precio de la cesta de la compra y de los pisos, la insoportable inseguridad ciudadana, la volatilidad laboral y el paro.
Pero volvamos a los cruceros. Satisfechas presuntamente las necesidades b¨¢sicas anteriores, el sistema invent¨® una cuarta frontera: la del esparcimiento. Es evidente que la gente que est¨¢ a cubierto y bien alimentada, que no teme por su pellejo ni por sus bienes y que, adem¨¢s, tiene trabajo fijo, termina por aburrirse. Esta gente no es la de la jet, pero tiene un buen pasar y necesita entretenerse. As¨ª surge la sociedad del ocio y la del espect¨¢culo. De repente, los ministerios, las consejer¨ªas y las concejal¨ªas de cultura dejaron de ser la guinda de la tarta y pasaron a desempe?ar un papel clave para lograr la adhesi¨®n de los ciudadanos. Ello explica muchas pol¨ªticas disparatadas -de este partido y del otro, de aqu¨ª y de all¨¢- que nos han sumido en la perplejidad: programas vomitivos en la TV que controlan, montajes car¨ªsimos y estrafalarios, edificios emblem¨¢ticos, gigantescas exposiciones itinerantes y, sobre todo, viajes, muchos viajes, del Imserso o de oferta. Lo curioso es que cuando las cosas empezaron a ir mal, la casa se desmont¨® por el tejado. En vez de suprimir el ocio, lo primero que flexibilizaron fue el empleo, la seguridad p¨²blica, la vivienda digna.
Probablemente no han tenido otra opci¨®n. La verdad es que en este mundo globalizado no hay gobierno que pueda jactarse de garantizar el pleno empleo, la seguridad ciudadana o la vivienda. Es lo que prometen ahora mismo a gritos en sus m¨ªtines y, aunque no le sirva de consuelo, hace re¨ªr a la gente: ?como si pudieran meter en cintura a los capitostes del foro de Davos o a las mafias del narcotr¨¢fico y de la prostituci¨®n! Siendo sensatos, m¨¢s les valdr¨ªa preocuparse por resta?ar en la medida de lo posible las consecuencias sociales del desastre. Para curar el des¨¢nimo ps¨ªquico ten¨ªamos la cultura espect¨¢culo y ahora resulta que no s¨®lo se hunde Terra M¨ªtica sino que hasta los cruceros populares se van al garete. A perro flaco, todo son pulgas. Menos mal que, durante dos meses, nos vamos a re¨ªr a costa de ellos y de sus promesas.
?ngel L¨®pez Garc¨ªa-Molins es catedr¨¢tico de Teor¨ªa de los Lenguajes de la Universidad de Valencia. (lopez@uv.es)
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