?Salir de la pol¨ªtica?
Hace unos a?os, all¨¢ por 1997 en el siglo pasado, decid¨ª que no quer¨ªa volver a puestos de representaci¨®n institucional, ni internos ni externos. Entre otras cosas, se hablaba en los mentideros pol¨ªticos de mis aspiraciones a la presidencia de la Comisi¨®n Europea o de otros destinos en el plano internacional. Tambi¨¦n se dec¨ªa que era una retirada t¨¢ctica y que segu¨ªa operando desde la sombra para volver. Esto era particularmente intenso cuando, como ocurri¨® en las municipales y auton¨®micas de 1999, aument¨¦ la participaci¨®n en los actos de campa?a impelido por las circunstancias que viv¨ªamos y atendiendo -como siempre- a los requerimientos del partido.
Recuerdo, tras aquellas elecciones, la opini¨®n de Santiago Carrillo en una tertulia de la radio en la que tambi¨¦n interven¨ªan Herrero de Mi?¨®n y Ernest Lluch, el compa?ero del alma asesinado por ETA. Ernest, que ten¨ªa razones para conocerme m¨¢s que los otros, interpretaba correctamente mi participaci¨®n en la campa?a electoral y mis intenciones. Cuando la conductora del programa -Gemma Nierga- interpel¨® a Santiago Carrillo apelando a su larga experiencia, ¨¦ste hizo una fant¨¢stica exhibici¨®n de la misma desde su propia ¨®ptica. Yo creo, dec¨ªa aproximadamente, que "Felipe est¨¢ preparando la vuelta, pero ¨¦l a¨²n no lo sabe". Incluso hoy me divierte la respuesta a la que era imposible una r¨¦plica por mi parte, porque, dijera lo que dijera, ¨¦l confirmar¨ªa su opini¨®n.
Cualquier interpretaci¨®n era v¨¢lida, menos la que me hab¨ªa propuesto en mi fuero interno, aunque sin poner un ¨¦nfasis especial. Pens¨¦, y coment¨¦ a veces, que s¨®lo el paso del tiempo har¨ªa descender la oleada recurrente de especulaciones e ir¨ªa haciendo cre¨ªble mi prop¨®sito.
Ahora, decidido a no aparecer en las listas electorales, aunque sin haber cambiado un ¨¢pice mi prop¨®sito -y mi actitud hacia la pol¨ªtica y hacia el partido-, cualquier gesto se interpreta como despedida. En algunos casos me recuerda la an¨¦cdota de mi ni?ez, cuando o¨ªa sin comprender bien a una viejecita repetir por los pasillos de su casa, en el pueblo del Condado de Huelva del que proced¨ªa mi madre: "Dios nos libre del d¨ªa de las alabanzas". Ya adolescente, relacion¨¦ el ritornelo de la se?ora con el repique de las campanas anunciando duelo por la muerte de alg¨²n vecino. La pobre Mar¨ªa ve¨ªa c¨®mo su horizonte se acortaba y tem¨ªa el d¨ªa en que hablaran bien de ella (no s¨®lo sus amigos).
Y es verdad que ni mi prop¨®sito ni mi actitud han cambiado, probablemente porque no soy capaz de cambiarlas; ni siquiera quiero cambiarlas. De ese modo seguir¨¦ ayudando en lo que pueda, acompa?ado de responsabilidades que hace a?os siento como internas, para conmigo mismo ante la sociedad, ante mi partido, tanto dentro como fuera de las fronteras de nuestro pa¨ªs. Lo har¨¦ desde la autonom¨ªa personal significativa que he intentado conquistar para no sentir dependencias que, de manera m¨¢s o menos sutil, se transformen en hipotecas que limiten mi libertad de ciudadano. (Estuve a punto de adjetivar ese ciudadano comprometido, pero en el ¨²ltimo instante salv¨¦ la redundancia, pues siempre pens¨¦ que la ciudadan¨ªa incardinaba el compromiso).
No obstante, de algunas cosas s¨ª me hubiera gustado liberarme, pero debo confesar que no lo he conseguido y dudo alcanzar ese, para m¨ª, nirvana alguna vez. Cada d¨ªa, adicto como he devenido de la informaci¨®n sobre la cosa p¨²blica, cuando recibo los inputs correspondientes, mi cerebro los recicla con automatismo casi incorporado al mandato gen¨¦tico, en forma de respuesta pol¨ªtica. La informaci¨®n entra en esa especie de computadora inigualable que todos portamos, impacta en los datos de la experiencia adquirida, se mezcla con la percepci¨®n de lo nuevo y sus consecuencias, y termina produciendo una respuesta.
A partir de ah¨ª, intento tomar la distancia necesaria para no interferir en las responsabilidades de otros, a los que estoy dispuesto a servir, pero a los que no quiero agobiar con la impertinencia de los que no saben dejar espacio, aunque ya no tengan la obligaci¨®n institucional o representativa de producir las respuestas. A veces, esto me produce una sensaci¨®n extra?a de espera inquieta, sentado frente al ordenador, tecleando lo que se me ocurre, sin atreverme a descolgar el tel¨¦fono de la referida impertinencia. Otras, voy recibiendo las noticias y se van instalando en mi cabeza en un marco de preocupaci¨®n por las luces rojas que veo encenderse en el tablero, pero m¨¢s distanciado de lo inmediato. No me cuesta tanto esperar una ocasi¨®n propicia para el comentario sobre lo que pasa, para el an¨¢lisis de las consecuencias o para las previsiones de futuro. Siento que hay tiempo para que sea requerida la opini¨®n por los dem¨¢s, sean ¨¦stos responsables de la cosa, analistas pol¨ªticos o amigos.
Por tanto, vivo la pol¨ªtica con sosiego, a ratos, y con impaciencia cuando las cosas se ponen feas, que son las m¨¢s de las veces en esta ¨¦poca que nos ha tocado vivir. Claro que todo depende de factores muy diversos y complejos, entre los que son evidentes desde el estado de ¨¢nimo hasta la importancia de los hechos. En el trasfondo, he llegado a comprender que uno puede liberarse de la responsabilidad formal, la que se liga a la ocupaci¨®n de una silla o sill¨®n, pero despu¨¦s de tanto tiempo trabajando en y para el espacio p¨²blico compartido, la responsabilidad ¨ªntima, la que, no siendo formal, es real como la vida misma a la que me refer¨ªa antes, no desaparece, no se despega de uno.
Les pondr¨¦ un ejemplo. Estoy llegando de un r¨¢pido viaje de 48 horas a Chile. Pr¨¢cticamente de fin de semana. Lo que he visto, le¨ªdo y conversado con los amigos de aquel pa¨ªs lejano y pr¨®ximo a nosotros me llev¨® a escribir una peque?as reflexiones sobre las implicaciones de la guerra de Irak para la pol¨ªtica exterior de Chile y para la de Espa?a, en medio de noticias permanentes sobre las mentiras que justificaron lo injustificable y que est¨¢n alterando las opiniones p¨²blicas en Estados Unidos y Gran Breta?a.
Ambos pa¨ªses compartimos muchas cosas, incluso la presencia en el Consejo de Seguridad como miembros no permanentes en estos momentos dram¨¢ticos para el orden -desorden- internacional. Compartimos una relaci¨®n amistosa y solidaria con Estados Unidos, una preocupaci¨®n seria por el terrorismo internacional, etc¨¦tera. Sin embargo, los comportamientos ante la estrategia de la Administraci¨®n de Bush han sido radicalmente distintos.
Chile no ha confundido la amistad con la sumisi¨®n y ha dicho no a la ruptura del orden internacional, a la guerra preventiva y al unilateralismo. Ha resistido presiones de todo tipo, desde las del Gobierno republicano del presidente Bush hasta las de sus socios en la aventura, empe?ados en arrancarle una posici¨®n de apoyo en el Consejo de Seguridad. Despu¨¦s ha firmado un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos que respond¨ªa a sus intereses y a sus deseos desde hac¨ªa a?os.
Espa?a, o su Gobierno, se ha alineado incondicionalmente con la Administraci¨®n de Bush, en nombre de la amistad como la de Chile y de la solidaridad, que tambi¨¦n ellos sienten. Toda la pol¨ªtica exterior, con sus prioridades labradas en funci¨®n de nuestros intereses nacionales, en el plano europeo, mediterr¨¢neo o iberoamericano, se ha ido al garete. De Estados Unidos, o de la Administraci¨®n republicana, hemos recibido a cambio una medalla de oro para el presidente del Gobierno como premio a la incondicionalidad seg¨²n su exposici¨®n de motivos.
Pero aterriza el avi¨®n en Barajas y lo primero que oigo son noticias sobre la entrevista del se?or Carod Rovira con dirigentes terroristas de ETA. La reflexi¨®n inducida por la visita a Chile queda a medias en el papel, y me choca ¨ªntimamente la que me producen el nuevo dato y sus consecuencias. Se inserta en las preocupaciones de fondo sobre la necesaria solidaridad en la lucha contra el terrorismo que, como ven, no confundo con las peroratas del Gobierno en el asunto de Irak, ni siquiera con sus errores cuando calificaban a los terroristas de Movimiento Nacional de Liberaci¨®n, como hizo el se?or Aznar a prop¨®sito del Pacto de Lizarra y la tregua de 1998. Se inserta, asimismo, en la sensaci¨®n creciente de p¨¦rdida de cohesi¨®n territorial que se ha producido en esta etapa de Gobierno del PP, aunque ellos no se sientan aludidos ni responsables de nada.
No conozco al se?or Carod Rovira, pero lo que ha hecho constituye un grave error pol¨ªtico con implicaciones serias para cualquier gobernabilidad. Es un error de libro, que cuando se comete tiene respuestas tasadas, aunque a veces no las apliquemos por consideraciones de orden ajeno a las opiniones p¨²blicas. La primera persona del plural no es mayest¨¢tica, sino de reconocimiento de errores propios. No tiene una dimensi¨®n electoral, aunque tambi¨¦n la tenga y sea lo que m¨¢s importa a los dirigentes del PP capaces de cambiar por cromos electorales asuntos de Estado de primera magnitud.
Pero... es impertinente, en mi caso, dar la respuesta que espero de mis amigos, de mis compa?eros en las instituciones. Tambi¨¦n la espero, sin conocerlo, del se?or Carod Rovira, incluso confiando en que comprenda que no me juego nada, salvo en el fuero interno al que me refer¨ªa, estando, como estoy, al margen de las representaciones formales.
Felipe Gonz¨¢lez es ex presidente del Gobierno espa?ol.
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