?ltimo adi¨®s desde Agullana
Agullana es un pueblo ampurdan¨¦s que se encarama a la monta?a, a tan s¨®lo cinco kil¨®metros de la frontera francesa. Los bosques de encinas, con sus troncos enmohecidos, parecen sacados de un cuento de hadas. Los olivos crecen sobre un manto de hierba; de vez en cuando un huerto, una acequia, una ca?avera avisa que hay una mas¨ªa cerca. Agullana es un pueblo aparentemente tranquilo, pero en los ¨²ltimos d¨ªas de la Guerra Civil vivi¨® la debacle de los vencidos y se convirti¨® en el ¨²ltimo reducto para cientos de personas desesperadas que intentaban cruzar la frontera. En Agullana, en los ¨²ltimos d¨ªas de enero de 1939 ya no hab¨ªa esperanza para nadie. S¨®lo quedaba el exilio. Hace ahora 65 a?os que un grupo de escritores catalanes, encabezado por Pompeu Fabra, dejaba tambi¨¦n Barcelona y se reun¨ªa en el Mas Perx¨¦s para celebrar (es un decir) la ¨²ltima reuni¨®n de la primera Instituci¨® de les Lletres Catalanes. Era el 27 de enero. Cuatro d¨ªas m¨¢s tarde cruzar¨ªan la frontera con sus familias y un nutrido grupo que se les unir¨ªa. Para conmemorar esta ¨²ltima reuni¨®n, la actual Instituci¨® de les Lletres, capitaneada por Francesc Parcerisas, tuvo la buena idea de organizar un encuentro en este mas de Agullana.
Hace 65 a?os, la Instituci¨® de les Lletres Catalanes, presidida por Pompeu Fabra, se reun¨ªa en Agullana camino del exilio
El d¨ªa gris, fr¨ªo, y la lluvia persistente dieron el ambiente propicio al encuentro y pudimos, si cabe, ponernos en la piel de aquellos que, con la misma lluvia, llegaron el 26 de enero del 1939 como fugitivos forzosos. Cuatro d¨ªas antes, la Instituci¨® hab¨ªa puesto a disposici¨®n de sus miembros un autob¨²s (concretamente el bibliob¨²s del Servei de Biblioteques del Front). Esta vez el autob¨²s ten¨ªa m¨¢s condiciones y los m¨¢s de 50 ocupantes estaban relajados y sonrientes, a punto para la excursi¨®n.
En la primavera del 38 la Generalitat se hab¨ªa incautado del mas. All¨ª se guard¨® buena parte del patrimonio arqueol¨®gico, repartido tambi¨¦n por otros pueblos de la zona. El bibliob¨²s lleg¨® al Mas Perx¨¦s despu¨¦s de un periplo por la Conreria, Girona, Olot y Cantallops. Encontraron la casa helada -nosotros experimentamos la misma sensaci¨®n- y llena, que era lo peor. El mas ten¨ªa capacidad para 50 personas, pero llegaron a ser unos 300, esparcidos entre maletas y las cajas del patrimonio arqueol¨®gico. Pol¨ªticos, funcionarios, simples ciudadanos llenaban las habitaciones, las salas, los pasillos y, sobre todo, la cocina, que era el lugar privilegiado por la chimenea y donde se apretujaron unos 30. La gente buscaba un sitio para dormir, una cama, un colch¨®n. Seg¨²n Sebasti¨¤ Gasch, algunos escritores ten¨ªan habitaci¨®n propia, y seg¨²n Mag¨ª Muri¨¤, Gasch estaba obsesionado por la comida. Antoni Rovira i Virgili tambi¨¦n se quejaba de que algunos intelectuales ten¨ªan cama propia mientras que viejos y ni?os dorm¨ªan en el suelo. Las cortinas serv¨ªan de colcha, se com¨ªa una vez al d¨ªa y se pasaban horas de tristeza y aburrimiento, fumando y organizando el futuro incierto.
Pompeu Fabra era el presidente de la Instituci¨® y Trabal el secretario. All¨ª confluyeron Xavier Benguerel, Armand Obiols, Joan Oliver, A. Rovira i Virgili, Anna Muri¨¤, T¨ªsner, D. Guans¨¦, Pau Vila, Merc¨¨ Rodoreda, de quien Mag¨ª Muri¨¤ comenta en su libro Mem¨°ries d'un exiliat: "?sta s¨®lo tiene ganas de re¨ªr, de hacer jolgorio, de lucir un pijama ultrachic, de gritar y de hacer ruido y se emperifolla que da gusto". Si Rodoreda ten¨ªa tiempo para emperifollarse, otros revolv¨ªan la basura y espigaban por los campos. Se o¨ªan los aviones y las bombas y desde la terraza se ve¨ªan las columnas de humo.
Apareci¨® Llu¨ªs Companys, que tambi¨¦n tuvo su propia cama, un cabezal y unos pies de hierro forjado que se conservan en el desv¨¢n de la casa porque las otras camas, que actualmente utiliza la familia Perx¨¦s en verano, son mucho mejores. Carme y Maria nos hacen de anfitrionas, nos cuentan historias y nos dejan fisgonear el m¨¢s m¨ªnimo rinc¨®n de la casa. Entonces eran unas ni?as y aquellos d¨ªas estuvieron en Roses, pero recuerdan c¨®mo encontraron el mas una vez que se acab¨® la guerra. En su retirada, L¨ªster hab¨ªa bombardeado toda esta zona y la casa qued¨® sin techo.
En la ¨²ltima reuni¨®n de la Instituci¨® no se habl¨® de literatura, sino de problemas t¨¦cnicos y de supervivencia, como el reparto de las 25.000 pesetas del fondo entre los funcionarios. El d¨ªa 31 de enero dej¨® de llover. El bibliob¨²s se llen¨® con los m¨¢s j¨®venes y otro autocar muy estropeado con los mayores y los ni?os. Algunos de los escritores, como Trabal, Obiols, Benguerel y Oliver, pasaron la frontera por Les Illes a pie.
En el sal¨®n principal escuchamos los textos de alguno de esos testigos. El alcalde de Agullana, Alfons Quera, nos cuenta lo que signific¨® este pueblo aquellos d¨ªas, convertido en arsenal militar y delegaci¨®n oficial de numerosos ministerios. Nos hablan Maria Perx¨¦s y Teresa Rovira, hija de Rovira i Virgili, que puede dar fe de lo que pas¨® porque estuvo all¨ª. Y cuando deja de llover salimos a la terraza. No se ve el golfo de Roses, pero nos dicen que est¨¢ ah¨ª. Agullana aparece entre encinas y pinos. Hay una espl¨¦ndida mimosa, un alcornoque gigantesco y un huerto amurallado con incipientes escarolas. Se respira humedad por todas partes. Emociona estar aqu¨ª porque, como dec¨ªa Joaquim Molas, hay mucha tradici¨®n, pero eso es historia pura.
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