El misterio de la pegatina
La verdad es que nunca me hab¨ªa preocupado e interesado menos narrar en cr¨®nica alguna entrega de premios cual la de los de cierto pintor aragon¨¦s cuyo nombre no se puede asociar al galard¨®n. Me aburr¨ª como un merengue en una reuni¨®n de diab¨¦ticos. Y adem¨¢s, con esa sensaci¨®n de haber sido bien enculada, junto con el ameno p¨²blico en general.
En fin. Como canta Pablo Milan¨¦s, "el tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos". Nos vamos volviendo ciegas, tambi¨¦n, pues cuando sali¨® Jorge Perugorr¨ªa cre¨ª que era Milan¨¦s despu¨¦s de haberse vuelto blanco en donde Jackson recibe a los ni?os. Al fin supe que era ¨¦l que llevaba pegatina.
Y nos vamos volviendo sordas y sordos y compa?eras y compa?eros, puesto que hubo grandes vac¨ªos de sonido ambiental. Hubo momentos, por ejemplo, cuando reci¨¦n entregado el premio al mejor documental que ?Espa?a! tem¨ªa recibiera Julio Medem, en aquel mism¨ªsimo instante se cre¨® un hueco sonoro digno de Goya, a quien no debo nombrar porque, punto y aparte. Les cuento mi sorda visi¨®n.
Lo m¨¢s interesante que pude otear fue a Jos¨¦ Bono, aplaudiendo sin ton ni son
El premio Los Desastres de la Guerra va, abierto en canal, al primero que me cuente qu¨¦ puso, argentinamente, Leo Sbaraglia en su pegatina. Le ech¨® ret¨®rica al asunto, para dolo del realizador -por cierto, la retransmisi¨®n de El Pardo m¨¢s antigua de la historia de la humanidad-, que no sab¨ªa c¨®mo alejarse del candente asunto.
De hecho, habr¨ªa que premiar, con el galard¨®n Los Premios de Televisi¨®n Producen Monstruos, a quienes supieron pasar del plano picado al primer¨ªsimo plano sin otear la solapa. Y, al fondo, la orquesta Charatoga y la retransmisi¨®n m¨¢s antigua y franquista que conocemos los veteranos. Menos mal que do?a Mercedes, la nueva presidenta de la Academia, le ech¨® un par de ovarios al asunto y exigi¨® lo imposible a nuestros pr¨®ceres: sentido del humor, que encajen las cr¨ªticas y que amen el cine. Menos mal que unos cuantos predecesores la apoyaron y, apoy¨¢ndola, le dijeron al cine espa?ol que no est¨¢ solo.
Entretanto, la platea bull¨ªa de glamour. Les juro que lo m¨¢s interesante que pude otear fue a Jos¨¦ Bono, aplaudiendo sin ton ni son.
Por fortuna, el cine no se rinde, y despu¨¦s del a?o que vivieron peligrosamente sobre todo los iraqu¨ªes, y pese a que, en escena, todo fueron alusiones, hay que reconocer el esp¨ªritu conciliador de la ceremonia, que, profusa y con pol¨ªtica correcci¨®n, premi¨® Te doy mis ojos -pel¨ªcula que ganar¨ªa si sacaran las secuencias de terapia de grupo de ac¨¦milas y explicaran el v¨ªnculo sexual que une a la pareja- y a un mont¨®n de hombres y mujeres aquejados de abundancia familiar-.
Mientras que mi favorita, Torremolinos 75 -o setenta y otro, la ceremonia me ha aplastado-, qued¨® como quien dice en la cuneta. Gran pel¨ªcula.
Volviendo a Los Desastres de la Guerra superpremiun magnum: la m¨²sica, antigua e inadecuada, un gui¨®n inexistente -o existente: no estaba para dejar que hablaran, sino para impedirlo-, salvado por la pericia y el encanto de Diego Luna, desde ya les digo que es preferido de la ciudad, y la siempre eficazmente jezab¨¦lica Cayetana, cuyo nombre, oh dioses, cualquiera puede prohibirnos pronunciar en cualquier momento, ligada a Goya. Esa chica lleva muy bien los trajes sin tirantes y es la ¨²nica que puede permitirse llamar cabecitas a los pesantes premios que reproducen la tremenda testa baturra del pintor.
Digo yo que los espa?oles deber¨ªamos ir por ah¨ª, a partir de ahora, guarnecidos de prospecto como los medicamentos, para explicar nuestras ideolog¨ªas y calmar los desmanes. Que es, sin duda, lo que hizo Sbaraglia, pero el c¨¢mara no se acerc¨® a su solapa, maldita sea.
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