"Me atraen m¨¢s los guerreros que lo han perdido todo que los intelectuales"
El nombre de Ben Kingsley siempre estar¨¢ ligado al de Gandhi, una interpretaci¨®n por la que gan¨® el Oscar como mejor actor en 1983. Pero este actor brit¨¢nico de 60 a?os cada vez est¨¢ m¨¢s lejos de aquel hombre de paz, y hoy dice sentirse atra¨ªdo por los papeles que ¨¦l llama de "guerreros". Los compara a los protagonistas de las tragedias griegas o de los cl¨¢sicos de Shakespeare, con los que comenz¨® su carrera en la Royal Shakespeare Company. Un saco en el que incluye a Lenin, a Mois¨¦s, a Sweeney Todd, a Shostak¨®vich, a Meyer Lansky (el g¨¢nster con el que aspir¨® al Oscar por Bugsy en 1992) o a ese otro mafioso m¨¢s rastrero, Don Logan, con el que repiti¨® la haza?a hace dos a?os con Sexy Beast. Y, por supuesto, la misma categor¨ªa que aplica al coronel iran¨ª Massoud Amir Behrani, el protagonista de Casa de arena y niebla, pel¨ªcula que hoy se estrena en Espa?a, por la que es candidato al Oscar y que est¨¢ basada en la novela hom¨®nima.
Escrita por Andre Dubus III, la novela se cre¨®, seg¨²n su autor, con el f¨ªsico de Kingsley en su cabeza. "Sent¨ª c¨®mo se cerraba el c¨ªrculo de un personaje creado pensando en m¨ª y que yo acabar¨ªa interpretando", admite el actor.
Pregunta. ?Se sinti¨® atado a la visi¨®n que ten¨ªa el escritor?
Respuesta. En ning¨²n caso. Para m¨ª fue un honor el hecho de recibir esa carta encantadora de la esposa de Andre, Fontaine, acompa?ando a un libro que a¨²n ol¨ªa a tinta y en la que me dec¨ªa que su esposo siempre me hab¨ªa tenido en mente para darle cuerpo al coronel Behrani. Nunca me pidi¨® que interpretara el papel ni exist¨ªan visos de que fuera a ser una pel¨ªcula.
P. La pel¨ªcula se hizo realidad con la combinaci¨®n m¨¢s extra?a: mezclando la sensibilidad de un ruso como Vadim Perelman dirigiendo por primera vez a un actor brit¨¢nico en un proyecto enraizado en las costumbres persas.
R. Como actor, creo que cuantos menos l¨ªmites existan en el proceso de empat¨ªa que significa la interpretaci¨®n, mejor. Cuantas m¨¢s barreras se levanten, m¨¢s podr¨¢ crecer dentro del actor esta empat¨ªa, y con ella el regalo que el int¨¦rprete har¨¢ a su audiencia. En otras palabras, si yo soy capaz de ponerme en el lugar de un iran¨ª, tambi¨¦n lo ser¨¢ el que me est¨¢ viendo.
P. No se trata s¨®lo de identificarse con un iran¨ª. En su filmograf¨ªa son numerosas las distintas etnias que ha sido capaz de interpretar.
R. He tenido la fortuna de moverme de una forma fluida y libre de un papel a otro, diferentes tipos, diferentes or¨ªgenes y diferentes fuentes, una habilidad que me ha permitido crecer como actor.
P. Un crecimiento que parece atraerle hacia el lado oscuro de la fuerza.
R. Est¨¢ claro que me siento m¨¢s atra¨ªdo por los guerreros que por los intelectuales, por llamarles de alg¨²n modo. Es un ejercicio que me ha rejuvenecido como actor y que ha despertado un apetito en mi interior por papeles peligrosos y que se mantienen firmes en sus convicciones, que viven m¨¢s en sus cuerpos que en sus mentes. Al menos as¨ª ocurre en los cuatro proyectos que ya he concluido.
P. ?A qu¨¦ cree que se debe esta atracci¨®n ? Es dif¨ªcil sentir simpat¨ªa por un personaje como el de Casa de arena y niebla.
R. ?se es el secreto de una gran tragedia: servir al p¨²blico con el choque de las dos peores personas que se podr¨ªan encontrar en la capa de la tierra. Y eso fue lo que me atrajo, ese guerrero, en el sentido m¨¢s m¨ªtico de la palabra, que lo ha perdido todo. Ha visto caer al que un d¨ªa fue su rey. Ha perdido su campo de batalla, ese que ya ni tan siquiera se llama Persia. Ha perdido su rango, su identidad, su pa¨ªs, y cuando cree que puede comenzar de nuevo, con esa casa que ha comprado en Estados Unidos, se encuentra con una belleza narcotizada que podr¨ªa ser la encarnaci¨®n de una de esas arp¨ªas de las tragedias griegas. Todos los elementos de un gran drama.
P. Junto a sus logros como actor, su nombre se ve ahora tambi¨¦n agraciado con el t¨ªtulo de caballero que le ha otorgado la reina de Inglaterra.
R. Uno siempre tiene esos recuerdos de infancia de uno mismo, y en mi caso lo que deseaba m¨¢s que nada en este mundo era ser visto y o¨ªdo. Un deseo que me llev¨® a ser actor cuando me di cuenta de que no era tanto producto del narcisismo como de la necesidad de ser un cuentacuentos. Convert¨ª mi deseo en un oficio. As¨ª que cuando recib¨ª la carta del primer ministro y la invitaci¨®n del palacio de Buckingham para ser nombrado caballero por "los servicios rendidos al arte dram¨¢tico", sent¨ª esa felicidad interior que s¨®lo ese ni?o podr¨ªa entender. Fue como si el primer ministro, la reina, el pa¨ªs, le estuvieran diciendo a ese ni?o: "Te hemos visto, te hemos o¨ªdo".
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