'La bona gent de Catalunya'
La pol¨ªtica tiene sus ritmos y sus convenciones. Tanto lo uno como lo otro exigen al Gobierno de Pasqual Maragall, porque es as¨ª como debe llam¨¢rsele ahora con toda propiedad, cerrar una crisis que compromete gravemente su capacidad de gobierno, el asidero desde el que forjarse una nueva legitimidad. La ¨²nica cosa que le resta ahora al tripartito es la acci¨®n de gobierno pura y simple, porque ni siquiera es dudoso que en el futuro inmediato los proyectos de reforma estatutaria y del r¨¦gimen de financiaci¨®n puedan defenderse con garant¨ªas en la arena p¨²blica espa?ola, la ¨²nica donde pueden prosperar sin verbalismos est¨¦riles. Por tanto, no se trata tan s¨®lo de que el gesto heroico del ex conseller en cap haya comprometido al Gobierno de Catalu?a al haber proporcionado munici¨®n m¨¢s que suficiente al adversario pol¨ªtico sin m¨¢s, como parte de una tensi¨®n dial¨¦ctica inacabable. Se trata de algo bastante m¨¢s grave. En la medida en que Carod Rovira opt¨® por proceder en otro terreno, estaba comprometiendo lo que hasta el lunes 26 de enero era el n¨²cleo duro de la pol¨ªtica del Gobierno de la Generalitat. Este es el nudo de la cuesti¨®n, pol¨ªticamente hablando, por no decir nada del peculiar concepto de lealtad institucional de quien estaba no tan s¨®lo obligado a practicarla, sino a dar ejemplo de ello a los dem¨¢s.
De nuevo, Catalu?a se divide entre la 'bona gent' y los dem¨¢s, otros que son de calidad distinta a los elegidos
Para empezar, se trata de un esperpento a escala espa?ola, un pa¨ªs donde la destrucci¨®n del adversario se ha convertido en la regla de oro no escrita de la pol¨ªtica gubernamental. La utilizaci¨®n de la informaci¨®n suministrada por los servicios secretos con fines partidistas de corto alcance es un episodio m¨¢s de la larga cadena de transgresiones que est¨¢n dinamitando seriamente la calidad de la democracia espa?ola en un sentido general, que est¨¢n debilitando todo aquello que no sea puramente el ejercicio del derecho a voto. Sin embargo, esta constataci¨®n no exime, en absoluto, de que los hechos de estos d¨ªas deban ser examinados por lo que son y por lo que revelan acerca de su protagonista principal, as¨ª como de los reflejos y capacidades con que la sociedad catalana puede enjuiciar su comportamiento. La apelaci¨®n repetida, por parte de Carod Rovira, a la bona gent de Catalunya es reveladora de los mecanismos ideol¨®gicos que han conducido al dirigente de Esquerra Republicana a emprender una direcci¨®n pol¨ªtica de desaf¨ªo al consenso alcanzado con sus socios de gobierno, sin tener que arrepentirse en lo sustantivo de nada. Resulta que, de nuevo, Catalu?a se divide entre la bona gent y los dem¨¢s, otros a los que no vamos a calificar pero que, en cualquier caso, son de calidad distinta a los elegidos. ?Qui¨¦nes son estos afortunados conciudadanos nuestros adornados con cualidades que, es obligado suponer, no poseemos la mayor¨ªa de nosotros? Huelga decir que la bona gent son los que forman parte del mundo del nacionalismo, se le denomine independentismo o con cualquier otro eufemismo, porque ha habido mucho baile de disfraces en el reciente periodo de la pol¨ªtica catalana. En pocas palabras: la bona gent son los que han interiorizado la gran verdad revelada de que Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco son entidades cualitativamente distintas del resto de Espa?a. La bona gent son aquellos que deber¨¢n premiar a Carod Rovira por su gesto de estos d¨ªas en la pr¨®xima cita electoral del 14 de marzo. ?Qu¨¦ pasa entonces con los dem¨¢s, con los catalanes que, por las razones que sean, se sienten satisfechos en el marco general espa?ol en el que Catalu?a se encuentra inserta o con los catalanes que piensan que la diferencia entre este pa¨ªs y el resto del territorio estatal s¨®lo puede resolverse en el terreno de la pol¨ªtica democr¨¢tica a escala espa?ola y, de manera progresiva, europea, excluyendo la secesi¨®n o el enfrentamiento en t¨¦rminos nacionales? No es dif¨ªcil saber de d¨®nde procede la idea de unos derechos que est¨¢n por encima de las voluntades individuales de muchos ciudadanos, de voluntades individuales que resultan en proyectos colectivos. La diferencia entre erigir a los portadores de aquellos derechos inmarcesibles en la bona gent o no hacerlo es la diferencia precisa entre nacionalismo y democracia, previa y m¨¢s fundamental distinci¨®n que la maquiaveliana entre fines y medios. Porque en democracia el poder deriva de la capacidad para ganar apoyos, pero exige al mismo tiempo el respeto a la minor¨ªa, porque, aunque sepa mal tener que recordarlo, en democracia no existen enemigos sino adversarios, incluso si el adversario tiene una manifiesta propensi¨®n al juego sucio. En este punto la distancia en la posici¨®n del partido en el gobierno en Espa?a y la de Carod Rovira es menor de lo que se piensa. Ambos jerarquizan y satanizan las posiciones ajenas en funci¨®n de su teleol¨®gica empat¨ªa con la unidad de Espa?a, en un caso, o con los derechos inalienables de Catalu?a, en el otro.
Las ra¨ªces de esta posici¨®n se sustentan en un supuesto de extraordinaria gravedad: en la idea de la superioridad de los derechos colectivos sobre los individuales de los ciudadanos. Es bastante bochornoso constatar como a ambos lados del Ebro, despu¨¦s de apelar al patriotismo constitucional, al patriotismo de ciudadanos libres, resuene de manera estent¨®rea el recurso al patriotismo espa?ol o catal¨¢n en los t¨¦rminos m¨¢s at¨¢vicos, para cerrar filas y reducir el espacio de la pol¨ªtica a un escenario de enfrentamiento. A diferencia de lo que se argumenta a menudo, no se trata de oponer los derechos colectivos sin m¨¢s al ejercicio de los derechos individuales reconocidos constitucionalmente, ?a va de soit, sino de comprender que, en sociedades complejas como las de Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco o Espa?a en su conjunto, es de pura l¨®gica que las diversas formas de entender la vida colectiva y sus prioridades deriven en amplios proyectos colectivos distintivos. Es precisamente la manera como se interrelacionan las diversas pol¨ªticas de derechos (sociales, sexuales, culturales, nacionales) lo que separa a los nacionalistas de los que no lo somos, no que estos ¨²ltimos no seamos capaces de pensar y defender nuestro proyecto de pa¨ªs y de humanidad reconciliada, si se me permite la licencia, pero con toda la claridad que las circunstancias exigen.
Como consecuencia de lo dicho hasta aqu¨ª, las posibilidades de ¨¦xito de las distintas fuerzas pol¨ªticas y sociales derivar¨¢n del apoyo social que alcancen, apoyo que deber¨¢n conseguir gracias al ejercicio de los derechos individuales y colectivos reconocidos constitucionalmente. Por esta raz¨®n, muchos no nacionalistas hemos soportado estoicamente 23 a?os de gobierno nacionalista en Catalu?a sin aceptar jam¨¢s la insinuaci¨®n de ser por ello menos catalanes, tal como la m¨²sica ambiental patrocinada por el Gobierno aut¨®nomo susurraba suavemente a los o¨ªdos de la bona gent.
Ahora bien, apelar a derechos derivados de la historia (que por tanto no pueden ser cuestionados), de la historia interpretada de una determinada manera por supuesto, es una perversi¨®n profunda de las reglas del juego democr¨¢tico. No es dif¨ªcil saber qui¨¦n ha hecho de esta perversi¨®n, de la negaci¨®n de los derechos de los que no piensan como ellos, la raz¨®n de ser de su existencia. Con toda rotundidad: ETA no es s¨®lo perversa porque mata, sino porque su misma existencia se levanta contra la posibilidad de construcci¨®n de una comunidad unida por el consenso y regulada por las reglas de la democr¨¢tico, por reglas que no pueden convertir jam¨¢s la unidad de grupo en la raz¨®n de ser del mismo.
Esta clarificaci¨®n fundamental es una asignatura pendiente en Catalu?a. Las condenas a ETA han sido tibias en ocasiones, las equidistancias muchas, la solidaridad contra los perseguidos y silenciados en el Pa¨ªs Vasco nunca ha gozado de demasiado prestigio entre nosotros. En cualquier caso, demasiado a menudo no se ha entendido la condena del terrorismo como una estricta prolongaci¨®n de los derechos civiles y pol¨ªticos de los que disfrutamos, como una condici¨®n de estricta coherencia. Como una prolongaci¨®n, por ejemplo, de los derechos que permitieron organizar, hace menos de un a?o, las mayores manifestaciones contra el Gobierno que se recuerdan en Barcelona, en ocasi¨®n de la guerra de agresi¨®n a Irak. Al parecer, el ex conseller en cap no comprende todav¨ªa la gravedad moral de su acci¨®n, no distingue que en democracia se puede hacer y decir todo, todo excepto lo que amenaza o erosiona las reglas del juego que aseguran los derechos de los dem¨¢s, los individuales y los colectivos. Un empacho de lecturas y cultura del nacionalismo m¨¢s tradicional le ha nublado, con toda la probabilidad, la visi¨®n. Desgraciadamente, su reacci¨®n posterior confirma que esta estructura de pensamiento -no s¨¦ si tambi¨¦n la de los suyos- hace del todo imposible una rectificaci¨®n sensata de las grotescas apelaciones a la buena fe, la honestidad, la valent¨ªa y otras gaitas que, por aqu¨ª, pens¨¢bamos que eran proverbiales de otros lugares.
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