Emilio Potter
Anteayer tuvimos un golpe de memoria: ¨¦se era el d¨ªa. De pronto, hab¨ªan pasado veinte a?os desde la llegada de El Buitre al Madrid de Alfredo di St¨¦fano.
Fue en el estadio Ram¨®n de Carranza en una de esas tardes de yodo y quisquilla s¨®lo posibles en C¨¢diz. A primera vista, la ocasi¨®n no parec¨ªa muy propicia para ne¨®fitos ni para forasteros. Por una repentina intuici¨®n del entrenador, el chico hab¨ªa entrado en la convocatoria, ocupaba un lugar en el banquillo y cumpl¨ªa la mitad de sus sue?os de futbolista. Sin embargo, en el descanso del partido el resultado era deprimente; animado por decenas de miles de seguidores que empezaban a calentar el carnaval, el Cai se hab¨ªa metido en la comparsa y ya estaba ganando por 2-0.
En eso apareci¨® don Alfredo, pas¨® junto a ¨¦l, le mir¨® de reojo con el empaque de un viejo buda y en dos palabras, sin el m¨¢s m¨ªnimo protocolo, como quien manda al botones a comprar tabaco, le dio una de esas secas instrucciones porte?as que ¨¦l mismo hab¨ªa recibido mucho tiempo antes, cuando sal¨ªa de la incubadora de River Plate.
-Nene, calent¨¢.
En aquel momento, el f¨²tbol espa?ol segu¨ªa rumiando su ingrato papel de anfitri¨®n en el Mundial 82. Por influencia de los dos finalistas, es decir, de los delegados del sudoroso Calcio y de la opulenta Bundesliga, casi todos los clubes de Primera Divisi¨®n viv¨ªan obsesionados con mejorar su musculatura. Seg¨²n dec¨ªan los paladines de la nueva moda, los espectadores no estaban autorizados a disfrutar de un espect¨¢culo divertido; para ellos, el estadio s¨®lo deb¨ªa ser una sucursal de la f¨¢brica y el tiempo de juego una prolongaci¨®n del horario laboral.
En aquella competencia por ganar kilos y Ligas, el Madrid conservaba su esp¨ªritu ganador, pero desped¨ªa un rancio olor a bodega. Era, en resumen, un equipo sobrio, atento y esforzado que se agrupaba con la abnegaci¨®n de una cuadrilla de segadores y progresaba con el aplomo lento de una rueda de tractor.
Aunque Emilio no lo sab¨ªa cuando salt¨® al campo, estaba destinado a encabezar una especie de insurrecci¨®n: la de la Quinta del Buitre. Bajo su inspiraci¨®n, y con la complicidad de Camacho, Gallego, Gordillo y Hugo S¨¢nchez, tomar¨ªa el poder la m¨¢s brillante escuela de duendes del Sur.
Al final del partido hab¨ªa marcado dos goles para completar su primera remontada. Di St¨¦fano hac¨ªa entonces su segundo comentario.
-El tipo lleva el gol en el cuerpo: lo sacud¨ªs y cae un gol; volv¨¦s a sacudirlo y cae otro.
Aunque nosotros tampoco lo sab¨ªamos, Emilio Butrague?o, Buitre en vez de b¨²ho, no era s¨®lo un nombre de futbolista y de revolucionario. Era tambi¨¦n el seud¨®nimo de Harry Potter.
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