Bacon / De J¨°dar: ensayo para una confrontaci¨®n
Hay veces que la lectura de un libro se te ilumina fuera de su contexto natural, que es el silencio y, en mi caso, una cierta nocturnidad. En ocasiones basta esa proped¨¦utica ambulatoria que te conduce, de manera m¨¢s o menos premeditada, a un museo. Entonces lees los cuadros y miras el libro: ambos son marcos y ambos pastorean la mirada a trav¨¦s de sus signos, que no son inocentes. A veces los cuadros de una exposici¨®n iluminan un libro o lo contradicen o lo exasperan, como otras veces son los libros los que explican un cuadro, o lo semantizan con su exceso o lo embarullan m¨¢s all¨¢ de la simplicidad de su verdad original.
As¨ª acab¨¦ yo 2003: confrontando un libro con unos cuadros. El libro era L'home que va estimar Nat¨¤lia Vidal, de Juli¨¤ de J¨°dar (Edicions 62). Y los cuadros eran los de Francis Bacon, perfectamente ordenados -de la manera en que con Bacon puede hablarse de alg¨²n tipo de orden- en su retrospectiva en el IVAM. Qu¨¦ tiene ese t¨ªtulo y qu¨¦ guardan esas telas: naturalmente, este tipo de confrontaci¨®n siempre resulta un poco aleatoria, un poco como el paraguas y la m¨¢quina de coser surrealistas. Pero uno est¨¢ leyendo un libro, y ve unos cuadros, y las malditas sinapsis del cerebro se encargan del resto.
Juli¨¤ de J¨°dar ha escrito una novela que en su solapa se define como "iconoclasta". Y lo es, din duda, a la manera que nos ense?¨® el gran Billy Wilder en Sunset Boulevard. Nat¨¤lia podr¨ªa ser muy bien Gloria Swanson, y De J¨°dar actuar¨ªa entonces como un Erich von Stroheim que lo mira todo desde el retrovisor de su viejo Rolls; quiz¨¢ solamente Alexis Robles tenga dificultades para estar a la altura de William Holden. El argumento de esta historia es f¨¢cil de enunciar: se trata de la cr¨®nica generacional de una pareja de actores de teatro que se conocieron cuando los Beatles a¨²n se soportaban entre ellos y todo lo dem¨¢s -incluida la muerte interior de John Lennon- es f¨¢cil de imaginar. El centro de todo es Nat¨¤lia Vidal, tambi¨¦n llamada Natasha, tambi¨¦n llamada Carmina, un vejestorio que, momificado, ser¨¢ conservado por su marido, Alexis -tambi¨¦n llamado Alejandro-, hasta los l¨ªmites del relato.
Y ese rostro de momia intuida podr¨ªa perfectamente no desentonar en la galer¨ªa de los caretos de Bacon. Me lo imagin¨¦ all¨ª, de alg¨²n modo, mientras recorr¨ªa la espesa zoolog¨ªa del ingl¨¦s. Por alg¨²n motivo, la pintura de Bacon se refiere a ese estadio biol¨®gico en que el embri¨®n todav¨ªa no ha resuelto la duda ontol¨®gica sobre si el ser resultante ha de ser humano o animal. La criatura del Study for a portrait of P.L., no. 2, por ejemplo, se parece extraordinariamente a las de Owls, y no tendr¨ªa nada de particular si no fuera porque en el primer caso se trata de un humano y en el segundo de unos b¨²hos. Y m¨¢s: sus crucificados -las exasperantes y amordazadas crucifixiones de Bacon- tienen matices quir¨®pteros, pero es que muchos de sus simples rostros parecen a punto de saltar de la tela, simiescos y denterosos (y el Paralytic child walking on all fours es literalmente un peque?o mono). Los perros baconianos, por otro lado, tienen un indeclinable matiz goyesco que les honra. Toda esta zoolog¨ªa raya en lo macabro, pero algo nos detiene ante el desorden esencial y ese algo es una m¨¢scara tr¨¢gica en el sentido griego.
M¨¢scaras, rostros (aquellos simios, estos sapiens): la faz de Nat¨¤lia Vidal -si es que es la faz de Nat¨¤lia Vidal, como parece l¨®gico- tiene tambi¨¦n, en la portada de su novela -toda cara tiene su novela- el punto metaf¨ªsico de carnalidad indecible, esa contorsi¨®n del esp¨ªritu que reclama tambi¨¦n su n¨²mero 3, como los tr¨ªpticos de Bacon.
Al final, todo se resuelve en un juego de correspondencias que consiste en saber mirar un rostro, y ah¨ª est¨¢ Nat¨¤lia Vidal crucificada y sacrificada como toda su generaci¨®n, colgada de un palo. Tiene uno que irse al IVAM, a ver a Bacon, y luego quiz¨¢ ascender una planta y contemplar, con un suspiro, el clasicismo incorp¨®reo de Matisse, para desengrasar. Y mientras Bacon operaba en tu retina una exacerbaci¨®n que era tan s¨®lo el despojo de todo lo que no fuera visi¨®n pura, de pronto ese libro que le¨ªas te parece m¨¢s claro, su lectura m¨¢s di¨¢fana. Lo has iluminado. Ya tiene, para siempre, su propia luz.
Joan Gar¨ª es escritor.
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