El fantasma de Hans Castorp
El joven ingeniero de Hamburgo Hans Castorp se propuso visitar durante tres semanas a su primo Joachim, internado en el Sanatorio Internacional Berghof, una instituci¨®n mitad balneario, mitad hospital, dedicada al tratamiento y reposo de tuberculosos ricos: se qued¨® siete a?os en el sanatorio, localizado en Davos, Suiza. Durante ese tiempo, la monta?a m¨¢gica fue tejiendo a su alrededor una telara?a invencible. Como en la pel¨ªcula de Bu?uel El ¨¢ngel exterminador, en la que los invitados a la fiesta son incapaces de abandonar la mansi¨®n sin que nadie se lo impida, en la novela de Thomas Mann tampoco el protagonista es capaz de romper el muro que, sin justificaci¨®n, cree que se ha construido a su alrededor. Permanece como hechizado.
En las reuniones del Foro de Davos, como esencia concentrada, se percibe el aroma que domina nuestro mundo
A trav¨¦s de esta inesperada experiencia Castorp se sumerge en un mundo completamente distinto al que estaba habituado, un microcosmos con sus propias leyes, con sus ocultas pasiones, con sus soterradas ideolog¨ªas, en el que a menudo aparecen reflejadas en el espejo im¨¢genes invertidas: la muerte presentada como vida; la enfermedad, como salud; la inmediatez, como eternidad. Impregn¨¢ndose lentamente de estas im¨¢genes Castorp acaba por perder la noci¨®n de lo que era su vida antes de llegar a la monta?a m¨¢gica y asume, en consecuencia, que lo que ocurre en el sanatorio es la ¨²nica y verdadera vida. Est¨¢ hechizado y no lo sabe. Precisamente porque en esto -no saberlo- radica la aut¨¦ntica trampa del hechizo.
No puedo dejar de pensar en el fantasma de Hans Castorp recorriendo el paisaje en el que se enclaustr¨® siete a?os cada vez que se repiten las andanzas de los participantes en el Foro de Davos. Hay una cierta y sutil continuidad en la atm¨®sfera. Thomas Mann fue un maestro en la disecci¨®n del embrujo y, sin embargo, su novela de t¨ªtulo bien expl¨ªcito, La monta?a m¨¢gica, apenas resiste la competencia de las p¨¢ginas de los peri¨®dicos que informan del Foro a la hora de analizar hasta qu¨¦ punto los hombres est¨¢n dispuestos a alcanzar las m¨¢s altas cotas de encantamiento. En Davos, como esencia concentrada, se percibe el aroma que domina nuestro mundo.
El esp¨ªritu de Davos. El ritual se repite peri¨®dicamente con la confianza puesta en el f¨¦rreo v¨ªnculo que une a brujos y embrujados. El espect¨¢culo es a veces obsceno y a veces fascinante, pero de lo que no hay duda es de que, con el paso de los a?os, se ha ido convirtiendo en la cr¨®nica m¨¢s segura para detectar los mecanismos de nuestra propia andadura por el hechizo colectivo. Ni Kafka ni Beckett escribiendo a cuatro manos hubieran podido concebir jam¨¢s el circo que se organiza en Davos, con el ingrediente a?adido de que los delirios que all¨ª se exponen, en un alarde de franqueza poco habitual entre los poderosos, tienen el cr¨¦dito suficiente como para ser propagados generosamente, y como ideas serias, por los medios de comunicaci¨®n de todo el mundo. El manicomio de Davos es la saludable realidad que todos aceptamos del mismo modo que Hans Castorp acept¨® que aquel sanatorio suizo era el ¨²nico escenario posible.
Cada reuni¨®n de esa gran Olimpiada del narcisismo, como calific¨® con orgullo al Foro el organizador de uno de los debates (deber¨ªa haber matizado: narcisismo depredador), ofrece abundantes tipolog¨ªas para ilustrar la monta?a m¨¢gica planetaria en la que, tan hechizados como Castorp, nos hallamos instalados. Pero algunas muestran rozan la maravilla, verdaderas joyas de una demencia que davosianamente ha dejado de considerarse demente.
En uno de los seminarios, el presidente de una gran empresa se refiri¨® a la "magn¨ªfica sinergia de P. R. y H. R.", de otra gran empresa, y a las habilidades de su presidente: P. R. significaba 'relaciones p¨²blicas', H. R., 'recursos humanos'; la gran empresa aludida era Al Qaeda y el habilidoso presidente, Osama Bin Laden. Para el lector poco avezado, la palabra m¨¢s n¨ªtida en el laberinto del siglos y alusiones era sinergia, posiblemente incomprensible para el propio formulador de la sentencia, pero en cualquier caso magn¨ªfica. El lector m¨¢s experto comprend¨ªa que Bin Laden era admirado precisamente por todo aquello por lo que oficialmente se le detestaba: su invisibilidad, su impunidad, su poder para organizar una trama ilimitada. Quiz¨¢ despu¨¦s de todo, no era una comparaci¨®n demasiado extravagante puesto que, bien mirado, ?no son esos los atributos a los que aspira toda buena empresa dedicada a extraer el m¨¢ximo beneficio del menor coste?
La otra joya era una sesi¨®n del Foro titulada Me, Inc. en la que se propon¨ªa exactamente eso: organizar el Yo como una sociedad an¨®nima. Aunque tambi¨¦n esta explicaci¨®n era en apariencia cr¨ªptica, uno, si se esforzaba, pod¨ªa deducir que en adelante gestionar¨ªamos la vida como "una cartera de valores". De acuerdo con esta perspectiva, Yo, S.A. ser¨ªa el h¨¦roe del siglo XXI.
Lo m¨¢s extra?o de todas estas propuestas del Foro Econ¨®mico Mundial es que nadie se extra?a de sus contenidos. Ninguno de sus enunciadores es detenido por apolog¨ªa del delito ni, tampoco, juzgado con dureza por los medios de comunicaci¨®n o por eso que ir¨®nicamente llamamos opini¨®n p¨²blica y que tambi¨¦n podr¨ªamos llamar Opini¨®n P¨²blica S. A. Incluso parece que, como buenos ciudadanos de nuestra monta?a m¨¢gica, debamos alegrarnos por esos delirios incomprensibles, del mismo modo en que nos sentimos obligados a alegrarnos, obviamente por el bien de la sociedad, cuando el presidente de un gran banco nos reconforta con los casi incre¨ªbles beneficios de su entidad.
Como Hans Castorp, estamos encantados por el esp¨ªritu de Davos.
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