Yo vasco, t¨² catal¨¢n
Todos los actores pol¨ªticos vascos desear¨ªan, lo reconocen sin rubor, que sus oponentes fueran como sus correlativos catalanes: el PNV suspira por un partido socialista que apoye la naci¨®n vasca y defienda el derecho de los vascos a decidir ellos solos. Los socialistas contemplan embelesados un nacionalismo soi dissant progresista, pactista y c¨ªvico como el de Esquerra Republicana de Catalu?a. Los populares a?oran a Jordi Pujol y su pragmatismo. Hasta los radicales independentistas y la propia ETA aplauden a un l¨ªder como Carod Rovira, dispuesto a dialogar con quien sea.
Es significativo que, sin embargo, ninguna de nuestras fuerzas pol¨ªticas revise sus propias posiciones al contemplar la experiencia catalana; de eso nada, lo que se reclama es que los dem¨¢s se conviertan m¨¢gicamente en sus hom¨®logos de Catalu?a. Yo sigo vasco, tu devienes catal¨¢n. Parece que el ejemplo y la experiencia procedente de otros lares no ense?an nada a nuestros partidos, simplemente les sirven como un arma m¨¢s para fustigar al oponente por no ser como podr¨ªa y deber¨ªa ser.
Esto explica que nuestros nacionalistas ofrezcan pactos a todo bicho viviente, excepto al resto de los vascos
Esperar que los oponentes cambien sin apearnos de nuestro propio dogmatismo es apostar por un imposible
Al actuar as¨ª, nuestros pol¨ªticos olvidan una de las m¨¢s fecundas ense?anzas de la sicolog¨ªa social, la de que la identidad propia es en gran parte una construcci¨®n especular: somos el espejo en que se reflejan las percepciones del otro. Las posiciones pol¨ªticas, cuando el conflicto en una materia es intenso y bipolar, tienden a convertirse en un espejo rec¨ªproco: la posici¨®n de cada cual refleja invertida pero mil¨ªmetricamente la contraria. Si ello es as¨ª, esperar que los oponentes cambien sin apearnos lo m¨¢s m¨ªnimo de nuestro propio dogmatismo es apostar por un imposible.
La historia de la pugna entre nuestros sentimientos nacionales abona esta interpretaci¨®n. En efecto, si el nacionalismo vasco naci¨® ag¨®nico es porque lleg¨® tarde a la historia, ese es su drama (no su culpa). Naci¨® cuando ya hab¨ªa prendido en la burgues¨ªa ciudadana vasca (el proletariado y el campesinado estaban por entonces al margen de esta querella) otro sentimiento nacional, el espa?ol, al que se vio condenado a intentar desplazar. Sin embargo, la debilidad cong¨¦nita y retraso de este ¨²ltimo, hizo que tambi¨¦n ¨¦l se sintiera seriamente cuestionado y amenazado por su inesperado competidor. De ello deriv¨® un parecido agonismo espa?olista en su enfrentamiento con el bizkaitarrismo.
La existencia del nacionalismo vasco se sinti¨®, y se siente todav¨ªa en n¨²cleos significativos de nuestra sociedad, como una herida. Asombro y dolor es lo que sienten muchos al escuchar que no son espa?oles por ser vascos. Y es que la intensidad en la vivencia del sentimiento nacional no es exclusiva de ninguno de los bandos.
M¨¢s de un siglo ha transcurrido y seguimos sin embargo contemplando la misma pugna est¨¦ril por conseguir la exclusividad. Ahora es el nacionalismo vasco el que empuja, el que cree posible conseguir a corto plazo lo que denomina la "construcci¨®n nacional vasca", algo que entiende en una forma peculiar, como se?alaba perspicazmente Mario Onaind¨ªa: como un proceso a lo largo del cual todos los vascos se vuelven nacionalistas vascos.
Esa concepci¨®n subliminal es la que explica que nuestros nacionalistas ofrezcan pactos a todo bicho viviente, sea el Gobierno central o la Uni¨®n Europea, salvo precisamente al resto de los vascos: con ¨¦stos no se pacta, se les vence en las urnas primero y se les convierte despu¨¦s, parecen pensar.
?Qu¨¦ decir de nuestro espa?olismo? Pues que tiene en su armario hist¨®rico momentos de similar o peor pretensi¨®n impositiva, y que todav¨ªa hoy en muchos casos sigue practicando un antinacionalismo primario. Que adopta la posici¨®n espejo con la misma facilidad que sus oponentes.
Hace doscientos a?os muri¨® Immanuel Kant, y quiz¨¢s sea adecuado recordar aqu¨ª y ahora una de sus m¨¢s sugestivas ideas, la que desarrollaba en su tercera cr¨ªtica sobre el juicio est¨¦tico, que Hanna Arendt modific¨® para aplicarla precisamente al uso de la raz¨®n en pol¨ªtica. En esta materia, dec¨ªa, el criterio de validez no es el de las categor¨ªas abstractas universales (como en la ciencia), ni la exigencia rigurosa del imperativo ¨¦tico (como en la conducta personal), sino el que deriva del ejercicio de un juicio ampliado: es decir, el de la raz¨®n que se ejercita desde un sujeto que se pone tambi¨¦n en el lugar del otro, que intenta enjuiciar la sociedad y el futuro desde la perspectiva de lo que puede llamarse el otro generalizado. S¨®lo este juicio que se exige como condici¨®n previa el ponerse en el lugar de los dem¨¢s puede garantizar m¨ªnimamente la correcci¨®n de nuestros criterios pol¨ªticos.
No hace falta subrayar que para practicar este juicio kantiano la primera medida es la de intentar romper nuestros espejos-armaduras. Comprender que nadie en nuestro derredor ser¨¢ catal¨¢n mientras nosotros mismos seamos vascos.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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