?Autoridad?
En los pr¨®ximos comicios, el partido en el poder defiende su t¨ªtulo absoluto, que aspira a disputarle el l¨ªder de la oposici¨®n. Pero como la mejor defensa es un buen ataque, La Moncloa ha dise?ado una campa?a de acoso y derribo contra el aspirante, al que se descalifica con todos los medios a su disposici¨®n. Y en esta l¨ªnea de tiro al blanco, dos son las principales ideas-fuerza. Por una parte se acusa a Zapatero de desvertebrar al Estado con su propuesta de la Espa?a plural, que es una Espa?a descuartizada en 17 cachos. Este argumento parece formidable, pero conviene relativizarlo, pues al ciudadano com¨²n la unidad de Espa?a le trae sin cuidado: nuestra religi¨®n civil se ha secularizado tanto que la sagrada unidad nacional parece tan irrelevante como su contrario, la sacr¨ªlega desintegraci¨®n del Estado.
En cambio, la segunda idea-fuerza es de una eficacia brutal. Me refiero a la acusaci¨®n de debilidad, o de falta de autoridad, dirigida contra Zapatero. En estos tiempos populistas de extrema personalizaci¨®n pol¨ªtica, lo ¨²nico que cuenta en el debate electoral es la confianza que despierte la reputaci¨®n del candidato, a partir del cr¨¦dito que merezca su imagen p¨²blica. Y en este aspecto, nuestra cultura pol¨ªtica tiende a menospreciar las virtudes c¨ªvicas que en otras latitudes civiles se aprecian en los l¨ªderes pol¨ªticos, para valorar por encima de todo la firmeza o fortaleza de car¨¢cter. Lo cual conduce a reducir el criterio del liderazgo pol¨ªtico a una sola dimensi¨®n, que es la del grado de autoridad puesta en escena. Es verdad que semejante reduccionismo unidimensional se produce en todas partes como consecuencia de la globalizaci¨®n, que ha sembrado la incertidumbre por doquier elevando la demanda civil de liderazgo populista. Pero entre nosotros, esta demanda de autoridad se multiplica por mil por un efecto de continuismo hist¨®rico, pues nuestro pasado totalitario nos ha legado una cultura pol¨ªtica caracterizada por su cong¨¦nito autoritarismo.
De modo que la ¨²nica cuesti¨®n a debate electoral es la presunta falta de autoridad que los medios atribuyen a Zapatero. Pero ?de verdad es tan d¨¦bil nuestro h¨¦roe como parece? Para contrarrestar esta imagen, Zapatero acaba de escenificar dos sonadas demostraciones de firmeza. La m¨¢s reciente ha sido el ultim¨¢tum a Maragall, exigi¨¦ndole autoridad frente a Carod. Pero la m¨¢s h¨¢bil fue su compromiso de renunciar a presidir una coalici¨®n negativa contra el PP si no obten¨ªa m¨¢s votos que Rajoy. As¨ª destruye la acusaci¨®n de vendepatrias comprado por los fenicios, incentiva el voto ¨²til evitando la dispersi¨®n que derrot¨® a Lionel Jospin y sobre todo se apunta el gesto esc¨¦nico de atarse al m¨¢stil, como Ulises, para eludir la seducci¨®n del canto de las sirenas perif¨¦ricas. Ahora bien, cabe temer que con esto no baste, pues el list¨®n de autoritarismo con el que ha de medirse se lo han puesto a Zapatero muy alto. Y con esto no me refiero al pobre Mariano (Rajoy), que a este respecto es irrelevante, sino a su se?orito Aznar, que lo ha fichado para enchufarlo como su testaferro u hombre de paja.
En efecto, como si fuese una perra de Pavlov condicionada por sus reflejos franquistas, la clase media espa?ola sigue ovacionando la autoridad que atribuye al bravuc¨®n Aznar, con su gesto torero de ponerse al mundo por montera ante sus compa?eros de terna que le confirmaban la alternativa en el coso de las Azores, tras un chulesco desplante de insumisi¨®n y desaf¨ªo ante la ONU, el gabacho y el boche. Por su incultura, el incivismo espa?ol confunde la autoridad leg¨ªtima, a la que menosprecia, con el autoritarismo, al que admira porque lo teme. Pero la autoridad s¨®lo es leg¨ªtima cuando rinde cuentas asumiendo su responsabilidad por las consecuencias de sus decisiones. Y esto es lo que el autoritario Aznar no ha hecho. Tras su desplante a la ONU en las Azores, donde dijo Diego ahora dice: yo no he sido, sino que fue la ONU, escud¨¢ndose tras ¨¦sta para eludir sus responsabilidades. ?Qu¨¦ autoridad demuestra quien tira la piedra y esconde la mano, revel¨¢ndose tan incapaz de dar la cara como su antecesor en el cargo?
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