La tregua como estrategia de sustituci¨®n
Para ETA la violencia -el "accionar armado", seg¨²n la ret¨®rica de ferreter¨ªa de sus portavoces- es el medio y el mensaje. No un simple m¨¦todo, sino su sustancia constitutiva. Por eso no ha imaginado nunca el cuadro pol¨ªtico en el que se producir¨ªa su desaparici¨®n y por eso el cese de la violencia, especialmente desde mediados de los noventa, se concibe como una forma ¨²til de prolongar la lucha armada por otros procedimientos. Llamar "pol¨ªtica" a la utilizaci¨®n intimidatoria del terror, aunque sea como interrupci¨®n, supone un exceso.
Antes no fue as¨ª. La experiencia de la organizaci¨®n pol¨ªtico-militar, autodisuelta a principios de los ochenta, provoc¨® en los milis un temor profundo a que una "suspensi¨®n" de sus actividades, aunque temporal, pudiera oxidar las pistolas. De hecho, el ¨²nico antecedente de tregua expl¨ªcita anterior a la suscitada en 1998 con el Pacto de Lizarra se reduce a los cuatro meses de 1989 en que sucedieron las conversaciones de Argel. Sin embargo, hacia 1995, coincidiendo con la reformulaci¨®n estrat¨¦gica contenida en la llamada Alternativa democr¨¢tica y la ponencia Oldartzen, ETA descubre de la mano de su n¨²cleo pol¨ªtico (KAS) el concepto de tregua t¨¢ctica.
Se trata de sacar el m¨¢ximo rendimiento pol¨ªtico a la activaci¨®n y desactivaci¨®n de los m¨²ltiples frentes de atentados que abre con la doctrina de la socializaci¨®n del sufrimiento; de unos parones debidos muchas veces a puras necesidades organizativas tras un rev¨¦s policial y otras a c¨¢lculos interesados. La utilizaci¨®n m¨¢s depurada de la tregua t¨¢ctica se produce en junio de 1996, cuando ETA recibe al primer Gobierno de Aznar, a quien intent¨® asesinar un a?o antes, con una oferta de cese de atentados durante una semana cuando Ortega Lara ya estaba secuestrado.
Su finalidad, reconocida posteriormente en un bolet¨ªn interno, no era otra que torpedear el Pacto de Ajuria Enea, que entonces ya hac¨ªa aguas. Se trataba, como teorizaba KAS, de desarrollar "cintura pol¨ªtica" y, utilizando alternativamente el palo y la zanahoria, conseguir que el nacionalismo institucional (PNV y EA) rompiera "definitivamente sus amarras con el Estado espa?ol". Ese objetivo se consigue con el Pacto de Lizarra, aunque para ello ETA tiene que poner sobre la mesa un "alto el fuego indefinido". Con anterioridad, no obstante, ya hab¨ªa experimentado con treguas sectoriales -aflojando la presi¨®n del terrorismo callejero contra los batzokis y militantes del PNV en 1996; pisando el freno a los ataques a funcionarios de prisiones en Euskadi a instancias de la central nacionalista ELA, precursora de Lizarra, o paralizando, tambi¨¦n por mediaci¨®n de este sindicato, los atentados contra ertzainas. La organizaci¨®n terrorista descubri¨® en esa etapa la tremenda rentabilidad pol¨ªtica del hecho gratuito de suspender y demorar la amenaza.
Ahora, de la mano de Carod, ETA ha sacado petr¨®leo de su propia debilidad inventando la tregua territorial y liberando graciosamente a Catalu?a de una injerencia criminal que no ha podido ejercer desde agosto de 2001.
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