El poder de los partidos
A bastantes ciudadanos les gustar¨ªa ver a los parlamentarios de un partido pol¨ªtico rompiendo la f¨¦rrea disciplina partidista y votando los proyectos de ley seg¨²n su personal criterio. Eso sucede, por ejemplo, en Gran Breta?a, donde muchos diputados laboristas han puesto en ocasiones contra las cuerdas a su l¨ªder, Toni Blair, al propinarle un voto de castigo.
Claro que el brit¨¢nico es un sistema electoral distinto del nuestro, con circunscripciones a veces min¨²sculas en las que los electores conocen casi personalmente a quienes aspiran a representarlos en el Parlamento. Aqu¨ª, como en la mayor¨ªa de pa¨ªses con sistema electoral de tipo proporcional, los candidatos van apelotonados en unas listas en las que los votantes, con un poco de fortuna, apenas si han o¨ªdo hablar de aqu¨¦l que las encabeza. Por ello, los diputados se convierten en esos "profesionales de apretar el bot¨®n de las votaciones", como los defini¨® no hace mucho Felipe Gonz¨¢lez para justificar su desenganche de esas listas.
No es de extra?ar, entonces, la disciplina manu militari de unos diputados elegidos con inevitable desconocimiento de que quienes les votaron y que "si se mueven no salen en la foto", en feliz met¨¢fora del decano de todos ellos, Alfonso Guerra. De ah¨ª, tambi¨¦n, el poder de los partidos pol¨ªticos, esa especie de partitocracia en que se han convertido la mayor¨ªa de las democracias occidentales (evidente pleonasmo, ya que fuera de lo que entendemos por Occidente ni hay democracia ni nada que se le parezca).
S¨®lo en peque?os ¨¢mbitos territoriales, como los municipios, los pol¨ªticos son elegidos por s¨ª mismos, al margen de las siglas bajo las que se cobijan. As¨ª, durante muchos mandatos repiti¨® como alcalde de Sabadell el comunista Antoni Farr¨¦s, cuando su partido el PSUC, andaba ya de capa ca¨ªda en Catalu?a. ?Y qu¨¦ decir del socialista gallego Paco V¨¢zquez, al que votan coru?eses de todas las ideolog¨ªas! A veces, esa identificaci¨®n de los electores con su mun¨ªcipe no es necesariamente para bien. Ah¨ª tenemos, si no, al alcalde de Toques, Jes¨²s Ares, condenado por abusos a una menor y al que una gran parte de sus vecinos defiende numantinamente.
Sin ir tan lejos, aqu¨ª ha ejercido durante muchos a?os como alcalde de Pego Carlos Pascual, en contra de todos los partidos tradicionales. S¨®lo ha perdido la alcald¨ªa en las ¨²ltimas elecciones, quedando con ocho concejales frente a los nueve de todos los dem¨¢s partidos juntos. Su posterior condena por delito ecol¨®gico ilustra mejor que cualquier otra cosa c¨®mo ese hombre ha regido los destinos de su ayuntamiento poni¨¦ndose la ley por montera.
Salvo a escala municipal, en la que la personalidad del candidato resulta determinante, los pol¨ªticos son, de hecho, instrumentos en manos de sus respectivos partidos. Hasta en el mismo Reino Unido, que dec¨ªamos antes. Sus grandes dirigentes, como Margareth Thatcher o John Major, del partido tory, o Michael Foot o Neil Kinnock, del laborista, han sido defenestrados por sus propios partidarios, al margen de que hubieran perdido o no unas elecciones.
En nuestra historia democr¨¢tica sobran los ejemplos de todos los colores. Su pol¨ªtica personalista les cost¨® el cargo a los socialistas andaluces Rafael Escuredo y Jos¨¦ Rodr¨ªguez de la Borbolla. El enfrentamiento con Xabier Arzalluz provoc¨® que el lehendakari Carlos Garaikoetxea fuese sustituido por Jos¨¦ Antonio Ardanza. Tambi¨¦n en el Partido Popular existe el precedente de Jes¨²s Posada no repitiendo mandato en Castilla y Le¨®n, en beneficio de la candidatura de Juan Jos¨¦ Lucas. M¨¢s traum¨¢tico fue el caso del presidente de Asturias Sergio Marqu¨¦s, que quiso infructuosamente alargar su vida pol¨ªtica al frente de un improvisado partido regionalista.
Este somero recorrido viene a cuenta de las falsas expectativas creadas por algunos en la Comunidad Valenciana para despu¨¦s del 14 de marzo. Confundiendo sus deseos con la realidad, esos sedicentes polit¨®logos vaticinan un gobierno de Francisco Camps cada vez m¨¢s aut¨®nomo respecto al partido que lo aup¨® a la Generalitat. Eso supone no s¨®lo desconocer la realidad objetiva sino tambi¨¦n el perfil pol¨ªtico de nuestro presidente auton¨®mico, militante disciplinado y leal, seg¨²n he podido apreciar en mis escasos contactos profesionales con ¨¦l.
Una cosa es que el poder deba ejercerse con autoridad, personalidad y car¨¢cter, como es el caso que nos ocupa, y otra muy distinta el distanciamiento, cuando no la oposici¨®n, entre cualquier cargo representativo y el partido que lo sustenta. Esa filosof¨ªa no s¨®lo ha resultado perjudicial para sus practicantes, sino sobre todo para los ciudadanos, que somos quienes al fin y a la postre mantenemos en pie todo este tinglado.
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