El tel¨®n de oro
En marzo de 1946, en un discurso en el Westminster College en Fulton, Misuri, Winston Churchill dijo que un tel¨®n de acero caer¨ªa sobre el continente europeo. En aquel momento, cre¨® una expresi¨®n que defin¨ªa la separaci¨®n de los pa¨ªses del mundo en dos bloques pol¨ªticos e ideol¨®gicos, con dos concepciones diferentes de los objetivos y medios para construir la sociedad del futuro. Cincuenta a?os despu¨¦s, el aparentemente indestructible tel¨®n de acero se derrumb¨® y, 10 a?os m¨¢s tarde, otro tel¨®n amenaza con dividir a la humanidad, separando a los incluidos de los excluidos, en una desigualdad tan grande que ya se convierte en diferencia y va camino de transformarse en disparidad. La aparente unificaci¨®n de la humanidad en un planeta sin el Muro de Berl¨ªn ha mostrado la cara m¨¢s brutal de separaci¨®n entre los seres humanos de toda la historia moderna, y ello tras la Ilustraci¨®n, la revoluci¨®n industrial y la abolici¨®n de la esclavitud. En lugar del tel¨®n de acero -que separaba a aquellos con acceso a la libertad de opini¨®n, de consumo y de empresa, de aquellos sometidos a la planificaci¨®n central, al control de la informaci¨®n y de las opciones de voto- ahora un tel¨®n de oro separa a los ricos y casi ricos de los pobres y casi pobres. El tel¨®n de acero separaba a pa¨ªses, el tel¨®n de oro divide a los pa¨ªses, desde dentro; no respeta fronteras pol¨ªticas, crea una frontera social que serpentea dentro de cada pa¨ªs; separa a las personas, sin que importe el pa¨ªs donde nazcan o mueran: en los pa¨ªses con una mayor¨ªa de la poblaci¨®n con renta baja, los excluidos sobreviven junto a una minor¨ªa rica, con unos niveles de consumo superiores a los niveles medios de los pa¨ªses europeos; en los pa¨ªses con una mayor¨ªa de la poblaci¨®n con renta alta, una minor¨ªa de parados, sin techo, sin acceso a los modernos servicios de atenci¨®n m¨¦dica, sobrevive junto a la minor¨ªa rica. En su conjunto, el planeta es un "mundo tercermundista", dividido por un tel¨®n que separa a una parte de los seres humanos de otra, independientemente del pa¨ªs en el que vivan.
Al mismo tiempo que derrumba las fronteras nacionales, el mundo globalizado del siglo XXI construye una ¨²nica frontera a lo largo de todo el globo, separando, por un lado, a los ricos que forman un pa¨ªs unificado internacionalmente en un mismo nivel de consumo y cultura, y por otro lado, un archipi¨¦lago de grupos de pobres diseminados por la superficie de la Tierra. La globalizaci¨®n ha unificado el mundo de los ricos, que forman parte de la modernidad, ampliando el foso que los separa de los pobres, que siguen siendo distintos dentro de sus pobrezas, y que tal vez nunca consigan entrar en la modernidad. A diferencia del siglo XX, cuando el progreso t¨¦cnico y el proceso econ¨®mico tra¨ªan consigo una inercia inclusiva, ahora el progreso t¨¦cnico y el proceso econ¨®mico son vectores de la exclusi¨®n. Hasta hace 30 a?os, el progreso t¨¦cnico ampliaba el n¨²mero de sus beneficiarios y el proceso econ¨®mico demandaba un constante aumento del n¨²mero de compradores. Los l¨ªmites ecol¨®gicos no permiten extender a todos el consumo de la modernidad; la din¨¢mica econ¨®mica se basa cada vez m¨¢s en un consumo de renta elevada para un n¨²mero restringido de consumidores, y la revoluci¨®n cient¨ªfica y tecnol¨®gica concentra sus beneficios en una parte de la poblaci¨®n. De mantenerse este rumbo, en pocas d¨¦cadas el nivel de vida de una franja de la poblaci¨®n ser¨¢ tan distinto al nivel de la otra franja que dejar¨¢n de sentirse solidarias; en poco tiempo m¨¢s, los beneficios de la biotecnolog¨ªa, de la gen¨¦tica y de la medicina provocar¨¢n una mutaci¨®n biol¨®gica, haciendo desaparecer de una vez por todas el sentimiento de semejanza que caracteriza al proceso civilizador de los ¨²ltimos siglos.
En la realidad, de estos primeros a?os del siglo XXI ya se puede percibir que, por primera vez en la historia, la desigualdad entre los seres humanos es, adem¨¢s de desigualdad de renta, de tiempo de ocio y de consumo, y ha llegado incluso a la propia esperanza de vida. Hace 100 a?os, los hijos de los pobres ten¨ªan la misma tasa de mortalidad que los hijos de los ricos y la esperanza de vida de los adultos era la misma, independientemente del nivel de renta; todo depend¨ªa de la naturaleza. Hoy, en funci¨®n de en qu¨¦ lado del tel¨®n de oro nazca y viva una persona, ¨¦sta sabe que tendr¨¢ m¨¢s o menos posibilidades de vivir largo tiempo y con salud que aquellos que viven al otro lado. En pocos a?os, la manipulaci¨®n gen¨¦tica permitir¨¢ diferenciar biol¨®gicamente a los pobres de los ricos. Interrumpir esta barbarie es la principal tarea de los humanistas en los primeros a?os del siglo XXI. En el aparente vac¨ªo ideol¨®gico de las ¨²ltimas d¨¦cadas se desarrolla un debate silencioso entre uno y otro lado del tel¨®n de oro, como si antes de llegar hasta las cabezas de los intelectuales tuviese lugar entre los pies descalzos de los pobres y las ruedas de los autom¨®viles de los ricos. Un debate entre dos proyectos de civilizaci¨®n: aquel que va a asumir, de forma cada vez m¨¢s expl¨ªcita, el camino del desarrollo global aislado y no respetuoso con el medio ambiente y aquel que va a escoger el camino de volver a la semejanza entre los seres humanos, respetando el medio ambiente.
Ser de izquierdas en el mundo global de comienzos del siglo XXI es defender la ca¨ªda de los muros, cercas y telones que dividen a los seres humanos a lo largo de todo el planeta, entre los que tienen educaci¨®n y los analfabetos, los que disponen de un sistema de salud y los que forman largas colas para un tratamiento m¨¦dico o dental, los que gozan de seguridad y aquellos amenazados a diario por la violencia, los que comen y los que pasan hambre. Hay que derrumbar la cerca que separa a los incluidos de los excluidos en aquello que es esencial a la condici¨®n humana, en especial en las cuestiones de salud y educaci¨®n, y la cerca que separa a los seres humanos de hoy de aquellos del futuro, amenazados por la destrucci¨®n del patrimonio universal del medio ambiente. Sin la falsa promesa de la igualdad plena -ineficaz econ¨®micamente, inviable ecol¨®gicamente e imposible con libertad-, pero con el compromiso de la participaci¨®n universal en los beneficios m¨ªnimos necesarios para evitar transformar la desigualdad en diferencia y la diferencia en disparidad. En un mundo global, pero dividido en pa¨ªses, esta decisi¨®n deber¨¢ tomarse dentro de cada pa¨ªs y a nivel global. Un pa¨ªs con renta media, como Brasil, tiene la obligaci¨®n de hacer su propia revoluci¨®n para la inclusi¨®n de sus pobres, utilizando los recursos nacionales controlados por sus ricos. Los pa¨ªses con renta alta, como los europeos, tienen la obligaci¨®n de apoyar a los pobres de los pa¨ªses pobres. El mundo tiene la organizaci¨®n necesaria y dispone de los recursos financieros y t¨¦cnicos para derrumbar el tel¨®n de oro e iniciar una revoluci¨®n mundial de la inclusi¨®n social, respetando el equilibrio ecol¨®gico. Y todav¨ªa pervive en todos la conciencia de la semejanza entre los seres humanos. Si el mundo se demora, dispondr¨¢ de los recursos, de la organizaci¨®n y de los medios t¨¦cnicos, pero ya no tendr¨¢ la necesidad: la disparidad convertir¨¢ en permanente al tel¨®n de oro y pasaremos a a?orar el tel¨®n de acero y el apartheid, que, adem¨¢s de fr¨¢giles, no hab¨ªan acabado con el sentimiento de semejanza entre los seres humanos.
Cristovam Buarque es senador brasile?o por el Partido de los Trabajadores.
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