Solana, en el t¨²nel del tiempo
En la exposici¨®n Jos¨¦ Guti¨¦rrez Solana (1886-1945) se reunir¨¢n un par de centenares de obras de este artista, nacido y muerto en Madrid, pero oriundo de Santander y fervoroso militante de la regi¨®n monta?esa. Hay en esta muestra, que ha contado con Andr¨¦s Trapiello y Mar¨ªa Jos¨¦ Salazar como comisarios, casi un centenar de pinturas de todas sus ¨¦pocas, aunque haci¨¦ndose especial ¨¦nfasis en la etapa de su madurez, comprendida entre 1918 y 1940, pero, adem¨¢s, gran abundancia de dibujos, grabados, una escultura, libros y, por si fuera poco, unos cuantos objetos de la colecci¨®n personal de este gran fetichista de curiosidades antropol¨®gicas; en suma: un formidable acopio de material art¨ªstico y humano de una de las personalidades m¨¢s singulares y curiosas de la creaci¨®n art¨ªstica espa?ola del siglo XX.
Solana mantiene una estrecha relaci¨®n con el realismo del siglo XIX y una renovada atenci¨®n a las vanguardias del XX
Ante esta importante exposi-
ci¨®n de Solana, cabe hacer, de entrada, algunas consideraciones preliminares, porque, en cierta manera, no s¨®lo corona diversas aproximaciones sucesivas previas a su obra en nuestro pa¨ªs despu¨¦s de la llamada transici¨®n democr¨¢tica, sino que tambi¨¦n se inscribe en la simult¨¢nea recuperaci¨®n de otros artistas contempor¨¢neos de, como se quiera decir, la generaci¨®n del 98, del fin de siglo XIX o, de forma m¨¢s precisa, de los heraldos de la "Espa?a negra", ese t¨¦rmino que acu?¨® Dar¨ªo de Regoyos, pero por el que transitaron despu¨¦s otros artistas y escritores de nuestro pa¨ªs, entre los que Solana jug¨® un papel protagonista, pues no en balde as¨ª ¨¦l mismo titul¨® un libro sobre sus correr¨ªas por las tenebrosas profundidades restantes en plena ¨¦poca contempor¨¢nea de nuestro pa¨ªs. En este sentido, que Ignacio Zuloaga fuera el precoz saludador de las obras del primer Solana que se present¨® pol¨¦micamente en p¨²blico, ya nos avisa acerca de la honda ra¨ªz est¨¦tica y moral en la que ¨¦ste se nutri¨®, tutelada, en ¨²ltima, pero no ¨²nica, instancia por el feroz Goya maduro, de inclemente realismo expresionista. No obstante, ni estos antecedentes apuntados, ni el paralelismo que se puede establecer con lo realizado por otros artistas y escritores contempor¨¢neos suyos, e, incluso, posteriores -no olvidar al respecto que Camilo Jos¨¦ Cela dedic¨® su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua a la obra literaria de Solana-, circunscriben la obra de ¨¦ste en el estricto l¨ªmite del costumbrismo cr¨ªtico espa?ol, m¨¢s o menos regeneracionista. Desde esta perspectiva, me parece, en principio, un acierto la decisi¨®n de los comisarios de la presente exposici¨®n de centrar la atenci¨®n sobre la obra art¨ªstica de la madurez, que es la que le sit¨²a m¨¢s y mejor dentro del contexto internacional de la llamada est¨¦tica de entreguerras, a la que Solana, todo lo disfrazado de cazurro que se quiera, estuvo atento, y en la que tambi¨¦n se dej¨® ver y apreciar fuera de nuestro pa¨ªs durante precisamente esos a?os.
De esta manera, recuperar en la Espa?a actual la obra de Solana revela, no s¨®lo la voluntad de apreciar cr¨ªticamente mejor lo que fue y signific¨® su visi¨®n art¨ªstica, sino tambi¨¦n hacerlo en relaci¨®n con su representaci¨®n de lo espa?ol, pero sin lastre que, hasta hace poco, nos agobiaba al respecto, impidi¨¦ndonos disfrutar de la necesaria distancia no exclusivamente temporal. En este sentido, se nos han ido desvelando otros hilos interpretativos, tradicionalmente obviados o descuidados, que nos muestran, en cualquier caso, un Solana de urdimbre intelectual y art¨ªstica mucho m¨¢s compleja y, por tanto, interesante. Es as¨ª como descubrimos, en primer lugar, no s¨®lo su estrecha relaci¨®n con la corriente realista del XIX, Courbet, Daumier, Monticelli y hasta el primer C¨¦zanne, sino su renovada atenci¨®n a todos los expresionismos de las vanguardias del XX, que, seg¨²n el caso, le avecinan, por supuesto, a Picasso, pero tambi¨¦n a otros, como Rouault, o, sobre todo, como los expresionistas centroeuropeos de entreguerras y, en cierta medida, como los surrealistas, algunos de los cuales les gustaba sumergirse en las mismas negras aguas antropol¨®gicas.
Hay, por consiguiente, mucha tela que cortar en esta convocatoria, que ya nos propone, con tan s¨®lo echar una ojeada a la selecci¨®n de obras exhibidas (no s¨®lo importante por su n¨²mero, la rareza de algunas piezas que no eran vistas en p¨²blico en nuestro pa¨ªs desde hace mucho o la ilustre procedencia de las colecciones que las atesoran, en alg¨²n caso, propiedad de museos americanos y europeos), una v¨ªa de acceso a ese Solana de plena complejidad, en la que evidentemente interviene tambi¨¦n, c¨®mo no, la intrahistoria de Espa?a y de lo espa?ol, algo que tampoco puede -ni debe- obviarse en nuestro pa¨ªs actual, por muy enterrado que est¨¦ cierto pasado agobiante, el cual, con todos sus muertos, nos sigue constituyendo. Este mismo algo es el que, por otra parte, como es sabido, no ha dejado de ocupar a nuestros historiadores m¨¢s profundos y sensibles de ahora mismo. Sea como sea, en la revisi¨®n de Solana se entrecruzan muchos campos de inter¨¦s, que nos remiten a lo hist¨®rico en el m¨¢s amplio sentido, a lo antropol¨®gico, a lo literario, etc¨¦tera, pero tambi¨¦n, y sobre todo, a lo art¨ªstico, parad¨®jicamente quiz¨¢ la faceta m¨¢s descuidada de este acumulador de las negras entra?as de nuestra tr¨¢gica y alucinante historia contempor¨¢nea, siempre a vueltas y revueltas sobre su propia identidad pol¨¦mica, parox¨ªsticamente tensada entre pasado y futuro, entre tradici¨®n y progreso, necesitando reinventarse cada vez, pero no por ello ca¨ªda del cielo. Sin embargo, nuestra necesidad presente de ahondar primordialmente sobre la significaci¨®n art¨ªstica de Solana no es s¨®lo una cuesti¨®n de perspectiva hist¨®rica, la cual, con el simple paso del tiempo, transforma en fantasmas iconos antes muy vivos, sino tambi¨¦n la ¨²nica forma de aquilatar la supervivencia de este pintor, que ser¨¢ universal o no ser¨¢, como la del resto de artistas que han llegado hasta nosotros, al margen de sus circunstanciales cuitas.
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