Llega un momento
Y llega un momento en que se empieza a convivir con la muerte como si fuese una amistad antigua: alguien que anda por ah¨ª, en una silla cualquiera, sin molestarnos, amable, casi simp¨¢tica, mir¨¢ndonos por encima de las gafas con una revista en las rodillas. Llega un momento en que la muerte es una persona de la familia, una pariente no muy cercana a la que se invita cuando hay un lugar libre en la mesa: la vemos, en el extremo del mantel, modesta, borrosa, comiendo con nosotros, sonriendo cuando nos re¨ªmos, asintiendo discretamente, march¨¢ndose antes que los dem¨¢s
-No se molesten, no se molesten
y al llegar al ascensor ya no la encontramos, intentamos acordarnos de su nombre y lo hemos olvidado
La casa queda vac¨ªa, un libro le¨ªdo a medias, la estilogr¨¢fica sobre la mesa, in¨²til
-Lo tengo en la punta de la lengua
buscamos en el ¨¢lbum y es aquella persona en la ¨²ltima fila de las fotos en grupo, medio borrada por el tiempo o con demasiada sombra en la cara, se distingue un trocito de blusa, el peinado compuesto, casi nada. Llega un momento en que la muerte comienza a convivir con nosotros, se vuelve diaria, ¨ªntima, existe en el espejo cuando nos afeitamos, en nuestros gestos, en la manera de meter la llave en la puerta, entrar en casa, encender la luz, el sof¨¢ y los muebles de repente all¨ª y la muerte a nuestro lado, calladita, usando nuestro cuerpo, nuestra tos, nuestra voz, pes¨¢ndonos por dentro
-Algo que com¨ª a mediod¨ªa y me ha quedado aqu¨ª
llega un momento en que la muerte es el agua en un desag¨¹e, el crujido de una c¨®moda, un adi¨®s tras los cristales, all¨ª arriba, en la ventana, una especie de noviembre que entristece las tardes, la sonrisa con la que se responde a las preguntas, los extra?os, en la cafeter¨ªa, tan distantes, una muchacha que nos atraviesa con la mirada, la vejez que lleg¨® de repente
(-Ya soy viejo, qu¨¦ curioso)
el az¨²car en la sangre, las molestias del h¨ªgado, el colesterol, la bilirrubina, el alma, qui¨¦n sabe por qu¨¦, abollada no s¨¦ d¨®nde, latiendo al descubrir una chaqueta que no nos sirve en el armario, chaqueta que a¨²n ayer
(o sea hace veinte a?os)
us¨¢bamos, llega un momento en que suena el timbre de la calle
(-?Qui¨¦n ser¨¢?)
y nadie en el portero, nadie en el cuadradito donde aparece, en blanco y negro, la imagen en miniatura de quien toca, pensamos
-?Qui¨¦n ser¨¢?
y entonces entendemos, buscamos un rinconcito del sill¨®n
(no el sill¨®n entero, un rinconcito)
por temor a que, a pesar de que no hay nadie, las tablas se curven bajo un peso, los flecos de la alfombra se enreden, parezcan o¨ªrse palabras y no haya palabra que valga, llega un momento en que la muerte ni
-hola
siquiera puesto que no nos decimos
-hola
a nosotros mismos, en vez de
-hola
anochece, nosotros ante el espejo cuando nos afeitamos y en el cristal no se ven m¨¢s que azulejos, el estante con unos frascos que ya no vamos a utilizar y que tal vez quiera el marido de la asistenta, ayud¨¢ndonos a ahorrar en la bolsa de pl¨¢stico de la basura, llega un momento en que la muerte es esto bajo los p¨¢rpados, estas arrugas, este cuello, recuerdos peque?itos de repente important¨ªsimos, memorias de las que se burlar¨ªa alguien que observase desde fuera y para nosotros tan dulces, llega un momento en que no gritamos, no protestamos, nos quedamos mudos, sumisos, esperando, suspendidos dentro de nosotros como cig¨¹e?as con la pata levantada, llega un momento en que no hacemos ni una pregunta, no responder¨ªa ninguna voz si la hici¨¦semos, llega un momento en que me llamo Ant¨®nio Lobo Antunes y llamarme Ant¨®nio Lobo Antunes no tiene sentido, qui¨¦n es ¨¦se, qui¨¦n fue ¨¦se, escrib¨ªa ?no?, ?qu¨¦ escrib¨ªa?, creci¨® en una casa con una acacia, desapareci¨® un d¨ªa, no volvi¨®, debe de andar por alg¨²n sitio, pero no interesa, llega un momento en que no llega nada, su cuerpo solamente, lo que fue su cuerpo, en un pasillo de hospital, camino de la sala de operaciones o algo as¨ª, tal vez tan cargado de sufrimiento que ni repara en el sufrimiento, no lo cojan de la mano, no conversen con ¨¦l, d¨¦jenlo, en qu¨¦ pensar¨¢, qu¨¦ desear¨¢, llega un momento, se?oras y se?ores, en que la muerte no es una persona de la familia, la parienta aquella no muy cercana a la que se invita cuando hay un lugar libre en la mesa, llega un momento en que somos nosotros aquella parienta en el extremo del mantel, nosotros los que nos marchamos antes que los dem¨¢s
-No se molesten, no se molesten
nosotros en la ¨²ltima fila de las fotos en grupo, borrados por el tiempo, con demasiada sombra en la cara, llega un momento en que no somos la cara, somos la sombra en la cara, llega un momento en que se acab¨® la cara, se acab¨® la sombra, llega un momento en que la casa queda vac¨ªa, un libro le¨ªdo a medias, la estilogr¨¢fica sobre la mesa, in¨²til, llega un momento en que el tel¨¦fono insiste, desesperado, en que los ojos se secan, llega un momento en que no hay momento, en que la bolsa de suero deja de gotear, en que el espanto no se transform¨® a¨²n en disgusto, en que una cosa me sustituye, una cosa con ropa m¨ªa que se inmoviliza en una caja, llega un momento en que este sol se queda sin m¨ª despu¨¦s de empujar al perro atropellado hacia el arc¨¦n de la carretera.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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