El narrador oculto
Debo al entusiasmo de su gentil y excelente traductora Encarna Castej¨®n el conocimiento primero de la obra y luego del personaje de este singular escritor, uno de los m¨¢s importantes de Francia en nuestros d¨ªas, Jean Fr¨¦mon (Par¨ªs, 1946), poeta, narrador, dramaturgo y cr¨ªtico de arte, muy conocido en su propio pa¨ªs y en el mundo internacional por ser el director art¨ªstico de la galer¨ªa Lelong (Par¨ªs, Z¨²rich, Nueva York), autor de m¨¢s de medio centenar de libros entre novelas, relatos, teatro, poes¨ªa y otros muchos textos en colaboraci¨®n con pintores o sobre sus obras. Ya esta misma traductora verti¨® entre nosotros otra de sus novelas anteriores, El jard¨ªn bot¨¢nico (de 1988, Espasa Calpe, 1990, entre nosotros), que cito a pesar de estar ya agotada, porque constituye una especie de primera parte de la que hoy aparece, y que quiz¨¢ contin¨²e m¨¢s adelante, pues se trata por lo visto de una serie abierta, en la que cada volumen puede ser le¨ªdo, pese a su continuidad, como libro independiente. Adem¨¢s, como director de la citada galer¨ªa Lelong, es asiduo asistente a nuestras ferias de arte, y ha mostrado tambi¨¦n cierta preferencia por alguna de las personalidades m¨¢s importantes del mundo art¨ªstico espa?ol, como Antoni T¨¤pies y Antonio Saura, con los que ha trabajado y a quienes ha dedicado excelentes ensayos monogr¨¢ficos, narrativos y l¨ªricos a la vez.
LA ISLA DE LOS MUERTOS
Jean Fr¨¦mon
Traducci¨®n de Encarna Castej¨®n
Alianza. Madrid, 2004
256 p¨¢ginas. 14,45 euros
Lo primero que hay que decir de este gran libro (L' ?le des morts, 1994) es que quiz¨¢ su g¨¦nero -o bajo cuya etiqueta se presenta- no ser¨¢ bien entendido, pues no es el tipo de novela al que el lector com¨²n est¨¢ acostumbrado. En verdad aqu¨ª hay personajes, sucesos, acontecimientos y hasta alguna leve continuidad en lo que sucede, pero todo ello viene anegado en un sinf¨ªn de juicios y reflexiones, de referencias culturales (algunas tremendamente escatol¨®gicas y hasta terrestres) y est¨¦ticas; pero no se trata de una novela al uso, en lo que Fr¨¦mon coincide con algunas de las m¨¢ximas figuras de las letras francesas de hoy. Veo contactos con el mundo de Pascal Quignard (como su preocupaci¨®n por los or¨ªgenes) o con el de Michon (como en sus acercamientos al mundo del arte), o en el descriptivismo memor¨ªstico del ¨²ltimo y casi centenario Claude Simon (en El tranv¨ªa).
Esta puesta en tela de juicio
del g¨¦nero novela es toda una reflexi¨®n cr¨ªtica sobre la actual evoluci¨®n del g¨¦nero, y un intento muy profundo de renovarlo a la vez, lo que, dada la decadencia del g¨¦nero, tan mercantilizado hoy, me parece algo absolutamente necesario. Pues adem¨¢s, como bien reza aqu¨ª Paul Auster en la faja publicitaria del libro, Jean Fr¨¦mon, ese "artista ¨²nico que vive en la zona radiante donde convergen la poes¨ªa, la filosof¨ªa y la narraci¨®n", est¨¢ muy bien dotado para este tipo de empe?os. El mundo es en sus manos un "jard¨ªn bot¨¢nico", una especie de museo de Historia Natural, cuyo director, trasunto imaginario de un autor que toma notas sobre su trabajo, sus amigos, sus lecturas y los hechos que le rodean, van configurando el universo. Un mundo hecho de vivos, que al ir muriendo pasan de la bot¨¢nica anterior a los muertos de esta isla inspirada en el cuadro simbolista de Arnold B?cklin, que tambi¨¦n inspir¨® a Giorgio de Chirico, las melod¨ªas de Max Reger, un montaje wagneriano de Ch¨¦reau, o (a?ado) el gran poema de nuestro Mart¨ªnez Sarri¨®n Cantil, pues el mundo, sobre todo el de la cultura, se divide y comparte entre vivos y muertos, entre las cosas de la realidad y sus sombras. Otros de sus m¨¢s gruesos libros, como Le singe mendiant (1991) o La vraie nature des ombres (2000), podr¨ªan ser colocados a su lado, y aunque el hecho de reunir textos ya publicados anteriormente impiden que admitan el apelativo de novelas, su lectura me parece fundamental para penetrar en el mundo de este singular escritor.
De ah¨ª que la cultura sea continuidad entre creaci¨®n y transformaci¨®n, entre naturaleza e historia, sexualidad y biolog¨ªa o m¨²sica y artes pl¨¢sticas, literatura y dibujo o entre la realidad (sus productos) y sus sombras, por lo que todo lo descrito aqu¨ª se sit¨²a entre dos polos que no lo son, pues funcionan como los dos centros de atracci¨®n y repulsi¨®n que gobiernan una elipse, la de la eterna met¨¢fora de esta novela. Aqu¨ª se evocan, al lado de personajes reales como los de Nabokov, Auster, Beckett (en el recuerdo del Oblomov de Gonch¨¢rov), Bernhard, o muchos otros, con los de la ficci¨®n, como el narrador, abandonado por Gertrude al final del tomo anterior (aunque volver¨¢ cuando ¨¦ste termine, reconvertida en Sophie), Thomas Narr, Soskin, Van Gulik, Milner, la amante ef¨ªmera Emily (por Dickinson) o Sam, el guardi¨¢n de un zool¨®gico que alberga a la camella Sonia (una star de la escena) o los recuerdos presentes de los muertos Cl¨¦mence y Karl, de cuyo ba¨²l o sombrero salen demasiados recuerdos, como ideas sin parar, que siguen vivas. Y es esta apuesta por la evoluci¨®n, transformaci¨®n y perennidad de la naturaleza y la cultura, entre tanta creaci¨®n y tanta destrucci¨®n, la que reafirma la eternidad y permanencia del arte y hasta del arte de la novela, tan maltratado en estos miserables tiempos donde la globalizaci¨®n se apoya en esa nada que llamamos mercado, dinero por dinero (?), una econom¨ªa que se basa en el intercambio de vac¨ªos. Adelante.
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