?Qui¨¦n enga?¨® a qui¨¦n?
Este mes hace un a?o que Estados Unidos y el Reino Unido declararon la guerra a Irak, alegando que Sadam Husein pose¨ªa arsenales secretos de armas de destrucci¨®n masiva que representaban una amenaza para sus vecinos y el mundo entero. En realidad, Sadam no ten¨ªa dichos arsenales ni, casi con seguridad, armas de destrucci¨®n masiva. Es decir, el Reino Unido y Estados Unidos emprendieron la guerra sobre una premisa falsa.
Yo no apoy¨¦ la guerra, ni me opuse de forma activa a ella. La posici¨®n que defend¨ª era de "torturada ambivalencia liberal". El principal motivo por el que no me impliqu¨¦ fue que parec¨ªan existir pruebas de que hab¨ªa armas de destrucci¨®n masiva ocultas, y eso, sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre, me parec¨ªa un argumento s¨®lido para la intervenci¨®n. Sin ¨¦l, seguramente, habr¨ªa dicho un rotundo no. As¨ª que ahora quiero saber: ?por qu¨¦ me condujeron al error? ?Qui¨¦n enga?¨® a qui¨¦n? Porque no cabe la menor duda de que alguien cay¨® en el enga?o y alguien enga?¨®. No basta con decir "bueno, por lo menos nos hemos librado de un dictador monstruoso" y "quiz¨¢ sea el principio de una mejor¨ªa a largo plazo para Oriente Pr¨®ximo en su conjunto". La primera frase es cierta y la segunda todav¨ªa puede serlo, pero ninguna de las dos son justificaci¨®n suficiente para lo que hicimos. Me alegro como el que m¨¢s por los iraqu¨ªes que se sienten liberados, pero la guerra de Irak no se puede explicar, en retrospectiva, como una intervenci¨®n humanitaria.
Me alegro de que los iraqu¨ªes se sientan liberados, pero la guerra de Irak no puede explicarse, en retrospectiva, como una intervenci¨®n humanitaria
El hecho de que Sadam no fuera capaz de convencer a los inspectores de la ONU fue lo que permiti¨® que Washington y Londres declararan la guerra
A lo mejor alguien cree que Blair es un 'Bliar' ('mentiroso'), pero yo no. Creo firmemente que estaba convencido de que Sadam ten¨ªa las armas
Estamos hablando del pasado, pero tambi¨¦n del futuro. Como dijo hace poco a The Guardian David Kay, el inspector estadounidense de armas que no encontr¨® armas: "La pr¨®xima vez que tengamos que gritar 'fuego', es posible que la gente no se lo crea". Y, sin embargo, puede que la pr¨®xima vez el fuego sea aut¨¦ntico.
?Y por qu¨¦ me cre¨ª las afirmaciones sobre las armas? Si tuviera que limitarme a la raz¨®n fundamental, creo que por lo que nos cont¨® el 10 de Downing Street y lo que le¨ª en The New York Times. A lo mejor ustedes creen que Tony Blair es un Bliar
[juego de palabras con "liar", mentiroso], como dicen los manifestantes, pero yo no. Creo firmemente que ¨¦l estaba convencido de que Sadam ten¨ªa las armas y, por tanto, actu¨® de buena fe. ?Por qu¨¦ estaba convencido? Entre otras cosas, Sadam ten¨ªa todo un historial. Hab¨ªa violado sin cesar las resoluciones de la ONU y hab¨ªa obstaculizado el trabajo de sus inspectores de armas. Adem¨¢s estaban las informaciones de las que dispon¨ªa el Reino Unido, unos datos que le suministr¨® a Blair el jefe del comit¨¦ conjunto de los servicios brit¨¢nicos de informaci¨®n, un veterano agente llamado John Scarlett.
Si nos preguntamos: "?qui¨¦n fue el culpable?", la respuesta podr¨ªa ser: "John Scarlett, en la sala del Consejo de Ministros, con una carpeta de informaciones secretas". Es evidente que Blair se dej¨® impresionar demasiado por el mito de James Bond y los servicios secretos brit¨¢nicos, pero ?por qu¨¦ exageraron los esp¨ªas? ?Es posible que John Scarlett se dejara embriagar por la cercan¨ªa al poder? Resulta verdaderamente ir¨®nico que Scarlett, un funcionario de los servicios de informaci¨®n experimentado y de lealtad intachable, haya hecho m¨¢s da?o que todas las denuncias de esc¨¢ndalos a la leyenda de los esp¨ªas brit¨¢nicos.
Patr¨®n oro
Recuerdo que, en aquellos d¨ªas, los funcionarios del 10 de Downing Street, personas de gran integridad a las que conozco y respeto desde hace a?os, bland¨ªan el nombre de Scarlett como si fuera el patr¨®n oro de la precauci¨®n profesional m¨¢s escrupulosa. Y hay que preguntarse: ?por qu¨¦ la gente del n¨²mero 10 estaba tan deseosa de creerse los datos de Scarlett? Me da la impresi¨®n de que la respuesta es ¨¦sta: porque cre¨ªan que Estados Unidos, probablemente, iba a ocuparse de Irak de todas formas. Si no pod¨ªan dar con un argumento que obtuviera la aprobaci¨®n de la mayor¨ªa en la C¨¢mara de los Comunes y resultara aceptable (por los pelos) para el derecho internacional, el Reino Unido se encontrar¨ªa en una situaci¨®n inimaginable: habr¨ªa dejado a Estados Unidos en la estacada.
Me da la impresi¨®n de que se produjo una especie de din¨¢mica psicol¨®gica de grupo en la que los personajes clave de Downing Street se reforzaban mutuamente, sin cesar, su fe en la solidez de las pruebas, igual que los responsables de la revista Stern en Hamburgo se aseguraban unos a otros que los diarios de Hitler ten¨ªan que ser genuinos. Sin embargo, para ser justos, debemos recordar que fueron muchos los expertos en armas prestigiosos -incluidos el estadounidense David Kay, ahora desilusionado, y el especialista brit¨¢nico David Kelly, con frecuencia olvidado- que tambi¨¦n estaban convencidos de que Sadam ocultaba secretos terribles.
A fin de cuentas, el caso brit¨¢nico era secundario; lo verdaderamente importante era lo que se fraguaba en Washington. Y yo cre¨ª a The New York
Times, que para m¨ª ha sido siempre todo un modelo de exactitud y equilibrio en sus informaciones. Pero he aqu¨ª que The New York Times public¨® una serie de reportajes de portada sobre las armas de destrucci¨®n masiva en Irak que s¨®lo se basaban en lo que dec¨ªan desertores iraqu¨ªes poco fiables. Sus periodistas hab¨ªan acudido a esas fuentes envenenadas conducidos por el dirigente exiliado Ahmed Chalabi y los neoconservadores estadounidenses que le apoyaban. (Un n¨²mero reciente de The New York Review of Books narra esta triste historia con fascinante detalle). Si buscamos a unos aut¨¦nticos embaucadores de primera categor¨ªa, conviene mirar entre esos exiliados. Para ellos, cualquier cosa que se dijera val¨ªa, con tal de que reforzara los argumentos para derrocar al dictador que estaba arruinando su pa¨ªs. ?C¨®mo no vamos a entenderles?
Al parecer, mediante un trabajo pol¨ªtico minucioso y perfecto, del que habr¨ªa estado orgulloso Trotsky, los neoconservadores introdujeron todas esas historias en la red de Washington a trav¨¦s de varios organismos, adem¨¢s de The New York Times y The Washington
Post, de forma que las m¨¢ximas autoridades pudieran creer que las afirmaciones estaban contrastadas por varias fuentes independientes. Y, en cualquier caso, hab¨ªa suficientes personas en el entorno de Bush que quer¨ªan ocuparse de Irak por otras razones: asuntos pendientes desde la primera guerra del Golfo, preocupaci¨®n por las reservas de petr¨®leo de Oriente Pr¨®ximo, el deseo de seguir arrinconando las posibles amenazas despu¨¦s del 11 de septiembre. ?Recuerdan el comentario de Paul Wolfowitz de que se escogi¨® el asunto de las armas como justificaci¨®n concreta de la guerra por motivos "burocr¨¢ticos"? Pero no, las informaciones sobre las armas fueron importantes. En un libro basado en conversaciones con el ex secretario del Tesoro estadounidense Paul O'Neill, Ron Suskind presenta una escena inolvidable en la que el Consejo de Seguridad Nacional de Bush, en su primera reuni¨®n (enero de 2001), se dedica a examinar una fotograf¨ªa "del tama?o de un mantel" de una supuesta f¨¢brica de armas secretas en Irak. Todos nos acordamos del discurso de Colin Powell ante Naciones Unidas. Posteriormente, ¨¦l mismo ha dicho que no est¨¢ seguro de que hubieran emprendido la guerra si hubieran sabido que Sadam no ten¨ªa ning¨²n arsenal de armas qu¨ªmicas ni biol¨®gicas. Ahora bien, hay una persona que ten¨ªa que saber, durante todo ese tiempo, que Sadam Husein no dispon¨ªa de dichos arsenales. Esa persona es Sadam. En ¨²ltima instancia, el hecho de que no fuera capaz de convencer a los inspectores de la ONU de que iba a cooperar plenamente fue lo que permiti¨® que Washington y Londres declararan la guerra, porque ayud¨® casi a convencer incluso a esc¨¦pticos como yo sobre el argumento crucial de las armas de destrucci¨®n masiva. ?Por qu¨¦ no abri¨® de par en par todos los palacios, todos los b¨²nqueres, todos los armarios, en lugar de avanzar hacia una derrota anunciada? ?Fue cuesti¨®n de orgullo ¨¢rabe, pura confusi¨®n, o una arraigada costumbre de recurrir al subterfugio? Hay un hombre, en manos de los estadounidenses, que podr¨ªa ayudarnos a aclarar el ¨²ltimo gran misterio de la guerra de Irak: Sadam.
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