De buena ma?ana
Cada vez que ETA asesina -y casi siempre lo hace de buena ma?ana, los terroristas madrugan, o quiz¨¢ es que no duermen la noche previa-, existe la costumbre de que, hacia el mediod¨ªa, los responsables de los ayuntamientos de las ciudades salgan a la puerta de sus edificios, con calor, fr¨ªo o lluvia, y guarden uno o dos minutos de silencio. A ellos se suman cuantos ciudadanos lo deseen, normalmente los que est¨¢n cerca de all¨ª. Es una cosa que impresiona mucho, ese silencio que es a la vez luto y repulsa, un silencio colectivo, de personas que interrumpen sus actividades o sus recorridos y se quedan quietas en mitad de la calle. Si alguien lanza un grito o una maldici¨®n contra los asesinos entonces, su voz suele ser acallada, porque en esos momentos la condena verdadera es no decir nada. Y, pese a la reiteraci¨®n de esta costumbre a lo largo de demasiados a?os, el acto no ha perdido fuerza, ni se ha gastado, a diferencia de tantas otras reacciones que se han tornado huecas por culpa de las repeticiones.
A diferencia de los terroristas, yo me levanto tarde. Desde mis balcones se ve e1 Ayuntamiento de Madrid, en pleno centro de la ciudad. Si estoy escribiendo, m¨¢s bien absorto, un repentino silencio me indica que se ha producido un atentado. ?Qui¨¦n habr¨¢ sido?, se pregunta uno. ?Qui¨¦n esta vez? ?Un pobre concejal de pueblo, que compagina sus tareas municipales con su trabajo de carpintero o su tienda de golosinas? ?Un periodista? ?Un militar, un polic¨ªa? ?Un juez? ?Alguien importante, un pol¨ªtico? ?Una se?ora con sus ni?os, que pasaban cerca de donde estall¨® la bomba? ?Unos obreros? ?Quiz¨¢ bomberos, cuando ayudaban a otras v¨ªctimas anteriores y la segunda bomba retardada los pill¨® cuando las rescataban? Excepto curas, ETA ha matado a toda clase de gente. No es de extra?ar, sus asesinos llevan acumulados m¨¢s de mil muertos.
Hoy he notado ese silencio sospechoso, desde mi casa. Me he asomado a un balc¨®n, y desde all¨ª he visto al alcalde y a todos los concejales, de su partido y de la oposici¨®n, de pie delante del edificio, callados. Hab¨ªa tambi¨¦n m¨¢s transe¨²ntes que de costumbre, transe¨²ntes parados. Las banderas, a media asta. "Otra vez", he pensado, ?qui¨¦n habr¨¢ sido?, sin imaginar que esa pregunta carec¨ªa hoy de sentido, porque de momento s¨®lo hay muertos an¨®nimos, y van ciento setenta y ocho cuando escribo estas l¨ªneas, y a¨²n habr¨¢ m¨¢s, a¨²n no han acabado de morirse muchos de los asesinados, en tres o cuatro estaciones de ferrocarril madrile?as, trece bombas han estallado de buena ma?ana, cuando los trenes de cercan¨ªas van llenos de gente que va al trabajo, de estudiantes que van a sus clases, de personas con sue?o, que acaban de levantarse.
Es el atentado m¨¢s sangriento de toda la historia de Espa?a, e1 m¨¢s masivo, cuando faltan un par de d¨ªas para las elecciones generales, esas a las que nunca faltamos -por poco que nos gusten los partidos pol¨ªticos actuales- quienes vivimos bajo el franquismo y ansi¨¢bamos poder ir a las urnas alguna vez en la vida. Aquella dictadura acab¨®. La de ETA permanece, casi como una prolongaci¨®n de aqu¨¦lla. Se nota tanto que esa organizaci¨®n a?ora el franquismo, cuando ellos hasta pod¨ªan parecer "resistentes".
ETA no soporta que exista una democracia, todo lo imperfecta que se quiera. Que en el Pa¨ªs Vasco no exista ninguna opresi¨®n desde hace m¨¢s de veinticinco a?os, o s¨®lo la que impone ella; que haya all¨ª un Gobierno aut¨®nomo y un Parlamento con ampl¨ªsimas competencias, incluida una polic¨ªa vasca contra la que tambi¨¦n ETA atenta de vez en cuando. ETA es hoy s¨®lo una Mafia. Saben sus miembros y sus simpatizantes que si dejan de matar no ser¨¢n ya nadie, no ser¨¢n ya gente "de respeto" -es decir, temible y aprovechada- en sus pueblos y ciudades.
Madrid sufri¨®, durante el franquismo, la misma opresi¨®n que e1 Pa¨ªs Vasco o que cualquier otra regi¨®n de Espa?a. Si no m¨¢s, habida cuenta de que el Gobierno central estaba aqu¨ª siempre, controlando bien de cerca, reprimiendo y encarcelando "en territorio propio". Hoy ha vuelto a sufrir la opresi¨®n m¨¢xima. Pod¨ªa haber sido cualquier otro sitio, es s¨®lo que aqu¨ª hay m¨¢s gente y siempre pueden caer m¨¢s v¨ªctimas.
Hace unos a?os supimos, por confesi¨®n propia, que los miembros de un comando etarra que dispararon en la nuca a un concejal de Sevilla y a su mujer, que paseaba con ¨¦l por la calle pero que ni siquiera ten¨ªa ning¨²n cargo, celebraron aquella noche su haza?a con una gran cena, champagne incluido, e incluidas las risas. No hay por qu¨¦ pensar que hoy no lo celebren igual, los autores de esta matanza y quienes les dieron las ¨®rdenes. Qu¨¦ estupendo, y qu¨¦ risa, mirad c¨®mo llora la gente, c¨®mo cae despedazada, c¨®mo estallan sus cuerpos o quedan aprisionados en el amasijo de hierros, c¨®mo salen despedidos, volando, mirad c¨®mo arden vivos, y c¨®mo siguen muriendo luego en los hospitales, uno tras otro. Iban al instituto, a la oficina, a la f¨¢brica. Y miradlos ahora, qu¨¦ gran risa.
Puede que un d¨ªa ETA se disuelva. Es muy posible que entonces haya una amnist¨ªa que saque a la calle a todos sus presos, como la que ya hubo al comienzo de nuestra democracia, y a todos los que entonces hab¨ªa se les devolvi¨® 1a libertad, incluidos los que hab¨ªan cometido asesinatos. Si ese d¨ªa llega, ser¨¢ de alegr¨ªa, porque ETA habr¨¢ acabado, y estoy seguro de que los ciudadanos consentir¨¢n esa amnist¨ªa, la dar¨¢n por buena, aunque sea con asco. Pero no en nuestro fuero interno, no en nuestra memoria ni en nuestra conciencia. Ah¨ª, en el terreno no c¨ªvico ni pol¨ªtico; ah¨ª, en el terreno personal e ¨ªntimo, jam¨¢s la perdonaremos.
Este art¨ªculo se publica simult¨¢neamente en La Repubblica y Frankfurter Algemeine Zeitung.
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