Cuando Europa era un 'lager'
El lager o campo es la instituci¨®n con la que el siglo veinte enriqueci¨® la historia de la pol¨ªtica. Campos de trabajo forzado o concentraciones carcelarias los ha habido desde antiguo. Nuevo empero es inventarse un espacio con estructura empresarial en el que la materia prima es el cuerpo humano y cuya producci¨®n consiste en expulsar al sujeto de ese cuerpo de la condici¨®n humana. David Rousset, un superviviente comunista franc¨¦s, sinti¨® la necesidad de llamar la atenci¨®n sobre esa nueva figura pol¨ªtica con este libro, El universo concentracionario, escrito en agosto de 1945.
Desde la llegada al campo se escenificaba un trato del prisionero o deportado ayuno de cualquier consideraci¨®n humana. Se les cambiaba el nombre por un n¨²mero, se les hac¨ªa saber por las malas que "all¨ª no hay nada que preguntar", que no eran nada. Su biograf¨ªa anterior, sobresaliente en muchos casos, era ahora reducida a la mera biolog¨ªa. La tortura, el hambre y el trabajo consegu¨ªan que en un par de meses el cient¨ªfico que hab¨ªa sido arrancado del laboratorio o el pianista, de la sala de conciertos, redujeran su existencia a una preocupaci¨®n obsesiva por lo m¨¢s elemental: comer y defecar.
EL UNIVERSO CONCENTRACIONARIO
David Rousset
Traducci¨®n de Michel Mujica
Anthropos. Barcelona, 2004
110 p¨¢ginas. 8 euros
NUEVE MALETAS
B¨¦la Zsolt
Traducci¨®n de Judit Xantus
Taurus. Madrid, 2004
433 p¨¢ginas. 23 euros
La maquinaria del campo ten¨ªa una eficacia incuestionable. "Todo se pervert¨ªa en el campo. Por un poco de sopa, por un zoquete de pan, cu¨¢ntas delaciones", dice Rousset. Los hombres se avergonzaban de sus cuerpos, mientras entregaban el alma. Robert Antelme, otro fino analista del lager, expresaba el ¨¦xito de la estrategia concentracionaria en c¨®mo la v¨ªctima interiorizaba el punto de vista del verdugo: "No se puede", dec¨ªa la v¨ªctima, "recibir golpes y tener raz¨®n; estar sucio, comer desperdicios, y tener raz¨®n".
Lo importante del campo era su funci¨®n pol¨ªtica. "Era una forma de decir que ellos eran los se?ores", se?ala el autor. Si ellos eran los se?ores porque reduc¨ªan la pol¨ªtica a biopol¨ªtica, toda Europa deb¨ªa entenderse a s¨ª misma como un potencial campo de concentraci¨®n. El derecho, las conquistas sociales, las fronteras, las teor¨ªas pol¨ªticas, sobre todo ese pasado humanista pod¨ªa caer en cualquier momento bajo un estado de excepci¨®n que suspendiera lo conseguido en siglos de civilizaci¨®n.
No se pod¨ªa lograr ese proyecto sin implicar a todo el mundo, a lo mejor de cada casa. Para ello era necesario desvincular el objetivo final del sistema del trabajo de cada cual, de suerte que uno diera en su trabajo lo mejor de s¨ª sin importarle lo que al final se har¨ªa con todo ello. Que uno se sienta bien, a gusto con el trabajo bien hecho, aunque ese trabajo forme parte de una m¨¢quina criminal, esto es precisamente el sentido de la burocracia moderna que, como dice Rousset, naci¨® con el campo. Gracias a esa organizaci¨®n social del trabajo "fue posible que hombres sin ser bandidos o verdugos desvergonzados se integraran en ella".
La prueba de que toda Euro
pa era un campo la proporciona B¨¦la Zsolt, un periodista jud¨ªo h¨²ngaro, miembro de la resistencia comunista que fue condenado a trabajos forzados en Ucrania, encarcelado en el gueto h¨²ngaro de Nagyv¨¢rad, internado en un campo alem¨¢n de concentraci¨®n y liberado en extra?as circunstancias. Nueve maletas es el t¨ªtulo ir¨®nico de su destino pues el hecho de que s¨®lo un tren, el que iba de Par¨ªs a Budapest, quisiera cargar con todo el equipaje del matrimonio Zsolt, determina la suerte de esta pareja.
El relato de Zsolt no es el de un superviviente presionado por dar testimonio de lo nunca visto, sino el de un periodista acostumbrado a la reflexi¨®n pol¨ªtica que cuenta lo que le sucede en primera persona con una distancia cr¨ªtica que no es com¨²n en este tipo de literatura. Las nueve maletas a las que tan unida se siente su mujer deciden su mala suerte, aunque ¨¦l bien sabe que no hay escapatoria. Cualquiera, en cualquier sitio, le puede matar, sin que esto inquiete a ning¨²n juez ya que el ser jud¨ªo le coloca en la misma situaci¨®n de indefensi¨®n y condena que al homo sacer del que habla Agamben, al cual cualquiera pod¨ªa ejecutar sin que esa muerte tuviera valor alguno. Esa situaci¨®n queda bien descrita cuando habla de "Croszy el rojo", un compa?ero del gueto al que su propio guardi¨¢n invita a escapar. Se decide a hacerlo pero acaba volviendo. Ruega al guardi¨¢n que le acoja, que fuera no hay lugar seguro. El carcelero se encoge de hombros porque si se queda su destino es Auschwitz.
Zsolt tiene tiempo, mientras espera enfermo el tren que le llevar¨¢ a la muerte, de ahondar en las razones internas que ha permitido el triunfo pol¨ªtico del campo. Su sentido autocr¨ªtico no conoce l¨ªmites: "Nos matan por objetos", dice mientras ve el mont¨®n de maletas requisadas a los muertos. Apunta a esa burgues¨ªa, de la que ¨¦l forma parte, que ha cifrado no s¨®lo su bienestar, sino su escala de valores, en la posesi¨®n de cosas. Luego est¨¢n ellos, los jud¨ªos. Le duele que incluso en la antesala de la muerte los jud¨ªos ricos no quieran saber nada de los jud¨ªos pobres; no entiende el apoliticismo de su pueblo que se quitan de en medio para dedicarse a lo suyo. Cuando narra c¨®mo cargan un tren de mercanc¨ªas con habitantes del gueto, escribe: "Nadie lucha, todos obedecen y suben a los vagones".
?l no se enga?a con el nazismo. Su ¨¦xito hasta en la lejana Hungr¨ªa no se debe a la capacidad persuasiva del hitlerismo sino a que ¨¦ste ha destapado unos instintos de muerte latentes en nuestra civilizaci¨®n. Le duele a ¨¦l, que siempre se ha sentido un patriota h¨²ngaro, que sus carceleros y torturadores no sean alemanes sino h¨²ngaros y adem¨¢s pobres. Luchar por la justicia en el futuro, se dice al final, es luchar contra esta pobre gente. Si se ha llegado tan lejos es porque ha habido complicidad de todos por activa y por pasiva. Nada visualiza mejor la complicidad de Occidente con la barbarie que ese mercado parisiense, cerca de la iglesia de la Trinit¨¦, donde, todav¨ªa en 1925, se vend¨ªan objetos de cuero hechos con piel negra de congole?os: libros con la cubierta de la piel arrancada a los senos de las negras; monederos con la piel del sexo de las muchachas del Congo
La indiferencia de intelectuales, artistas, pol¨ªticos o iglesias cuando llega el crimen nazi fue posible porque encontr¨® una civilizaci¨®n sin defensas. Su sentido moral hab¨ªa sido amortizado en lugares tan frecuentados -y por qu¨¦ gentes- como el mercado parisiense.
El final feliz del relato inquieta m¨¢s que la historia contada. Un tren alem¨¢n les conduce desde el campo a la libertad, acompa?ados por las SS que no entienden c¨®mo se les puede dejar libres despu¨¦s de lo que han visto. Fue por lo visto el resultado de un canje por dinero. Que la libertad se consiga tras un acuerdo con los verdugos augura una poshistoria que dar¨¢ raz¨®n al desconsolado diagn¨®stico de Benjamin: "No hay un s¨®lo documento de cultura que no lo sea tambi¨¦n de barbarie".
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