La novela sin enredo
No es normal lo que pasa con Andr¨¦s Trapiello (Manzaneda de Tor¨ªo, Le¨®n, 1953), ni es tampoco de lo m¨¢s com¨²n haber publicado 12 tomos de un diario de tama?o creciente, adem¨¢s de numerosos libros de poemas, novelas fuera de esta serie o ensayos en m¨¢s de un caso innovadores e imaginativos (nuevos porque descubren otra manera de tratar asuntos viejos, como en Las armas y las letras). Pronto su literatura ser¨¢ de tama?o natural y sin la menor tentaci¨®n de ser port¨¢til (aunque casi todo lo suyo sea liviano y celosamente hostil a la pesadez de prosa o el engolamiento infeccioso), como si viniese de la estirpe cruzada de dos enormes se?ores de letras, P¨ªo Baroja y Josep Pla, y buscase construir sin hacer ruido una r¨¦plica literaria de su tiempo vivido como observador, como protagonista, como personaje, como narrador. Sigue siendo verdad que el personaje de sus diarios es una mirada original¨ªsima y sigue siendo verdad inc¨®lume que esto es una novela formidable en la que lo que menos importa es el tama?o. Es una de las grandes novelas de la democracia espa?ola aunque est¨¦ construida en muchos tomos, y aunque su formato interior sea el del diario y aunque los enlaces entre los tomos sean s¨®lo sutilezas para lectores enganchados.
SIETE MODERNO
Andr¨¦s Trapiello
Pre-Textos. Valencia, 2003
637 p¨¢ginas. 35 euros
Yo he ido perdiendo el reparo a llamar a ese diario por su subt¨ªtulo: es novela en marcha, sin duda, y es una abrumadora aventura que empez¨® hace m¨¢s de quince a?os (en realidad, hace casi veinte), sin que entonces nadie pudiese prever con seguridad a d¨®nde iban tant¨ªsimas p¨¢ginas. Tampoco hoy contestar¨¢ nadie con seguridad, ni el propio Trapiello, y sin embargo tiene sus lectores m¨¢s o menos fijos, en torno a los cuatro o cinco mil, sospecho que muy c¨®mplices, y tambi¨¦n seguramente adiestrados en h¨¢bitos de lectura que ha inventando Trapiello con su propio libro. Dicho de otra manera, y sin pedantear demasiado, si puede ser: al principio, estos libros eran pasto un poco rid¨ªculo de poetas, escritores, cr¨ªticos, profesores o editores, que husmeaban entre las X, las Y o las Z para ver qu¨¦ o qui¨¦n sal¨ªa con boleto para la fama. Ese ejercicio sigue siendo francamente divertido y a veces sus caricaturas son magistrales: entre el tomo anterior, El fanal hialino, y este de hoy, el narrador recrea encuentros con, o lecturas de, Luis Mateo D¨ªez, Julio Caro Baroja, Baltasar Porcel, Francisco Rico, Juan Manuel de Prada o el insustituible personaje hace a?os ya de esta serie, Pere Gimferrer. Pero es tan instructivo adivinar a esos escritores convertidos en personajes como adivinar a los que admira este hombre de fidelidades, y hablo ahora de otras personas hechas personajes queridos, como Rafael S¨¢nchez Ferlosio, como Carlos Pujol, como Manuel Borr¨¢s, como Ram¨®n Gaya, como Juan Manuel Bonet o Luis Antonio de Villena. Es una lectura sectaria, o del sector, y a veces tirando a infantil: por eso es divertid¨ªsima, aunque no haya impedido que alg¨²n malaconsejado escriba tan ricamente que Trapiello no tiene nada que decir y lo repite incansablemente.
Pero lo fabuloso es que esos
pedazos son parte de un todo m¨¢s delicado, narrativo, piezas de un sistema interior y org¨¢nico en el que no pueden fallar sin que cambie el ajustado equilibrio de una obra. Estos diarios son un microsistema literario en el que el lector puede entrar y salir como quiera, cierto, pero leer bien exige alguna cosa m¨¢s (y para empezar ese tiempo tan huidizo en gentes siempre tan ocupadas). Y me parece que esa lectura gozosa y sin prisa la est¨¢n haciendo algunos benditos entregados a esa toxina adictiva, y entre ellos me cuento desde hace a?os. La motivaci¨®n de estos lectores ya no son informativas sino literarias, est¨¦ticas, novelescas, pero de esa novela sin enredo que usa Trapiello, como la llam¨® ¨¦l mismo. Ha construido un mundo referencial de ficci¨®n literaria, fabricado con palabras y que va camino de mitificarse como obra del ingenio contempor¨¢neo. Y por eso Las Vi?as -que es su casa de Extremadura, donde siempre se han abierto y cerrado estos diarios- no designa exactamente Las Vi?as, ni la calle Conde de Xiquena en la que vive el autor, cuando se mete en el libro, tampoco es Conde de Xiquena (aunque a las dos calles se les haya ca¨ªdo la placa con el n¨²mero de la casa, el Siete moderno). La novela que sale es rara, inventada, distinta, y en la que ha ido tomando prestado de donde le ha convenido al proyecto en marcha y libre. El narrador fabula dentro de lo real, o dentro de lo que cabe en las apariencias de un diario, y adem¨¢s se deja tentar por otras formas novelescas que le caben en un formato tan caprichoso y tan abierto como es normal en la novela, y por eso acude a veces a recursos de la novela de clave, de la cr¨®nica mal¨¦vola, del aforista melanc¨®lico, del ensayista literario, del l¨ªrico fundamental o el memorialista estricto... Todo lo filtra una pieza madre: la voz que bascula entre la primera y la tercera persona, y se ha hecho due?a de la mirada que traduce ese tono genuinamente suyo, hecho de lealtad a las man¨ªas de un tono y una voz que el lector identifica menos con Trapiello que con un personaje construido con armas novelescas. Por decirlo as¨ª, Trapiello es s¨®lo hasta cierto punto responsable de lo que dice su personaje en esos libros, como sucede a los narradores de casi todas las novelas.
Es verdad que el tiempo ha
pasado por encima de este personaje, pero ha pasado asombrosamente bien. Casi dir¨ªa que lo ha hecho mejor escritor de lo que era cuando sali¨® el primer tomo, en 1990, y ha afinado hasta la aut¨¦ntica floritura (y la autoparodia) una humildad fingida y no inocente, ese desvalimiento tan literario para poder narrar encuentros desapacibles, conferencias inh¨®pistas en las que nadie le ha le¨ªdo, comidas f¨²nebres o puramente festivaleras, de circo quiero decir. Y una mutaci¨®n de los ¨²ltimos tomos ha sido el uso inteligente, estrictamente narrativo, de avatares rutinarios de una familia con ni?os que crecen y brujulean por la casa y por la conciencia del escritor. Y un padre que falta, porque muere al final de este tomo, y no s¨¦ si es una barbaridad escribirlo o no, pero el hijo le arranc¨® a esa muerte un art¨ªculo antol¨®gico publicado el 24 de diciembre de 1998 en EL PA?S, y unas p¨¢ginas memorables para este tomo del diario. Con la ternura como especie propia y bien medida, m¨¢s un humor zumb¨®n o piadoso, ir¨®nico y autoir¨®nico que est¨¢ por todos los sitios (y a menudo es irresistible), Trapiello ha dado vida literaria, casi biol¨®gica, a asuntos que cualquiera esperar¨ªa anodinos hasta decir basta: ha puesto a vivir las vidas que cuenta, incluida la suya y las de lo suyos, y ha cumplido con el objetivo final de todo buen novelista, que sus cosas escritas est¨¦n vivas. Puede ser prematuro o equivocado, pero no ser¨¢ falso escribir que los 12 libros agrupados en Sal¨®n de pasos perdidos tienen gen¨¦tica de novel¨®n cl¨¢sico, aunque sea un cl¨¢sico precoz y aunque su origen sea la b¨²squeda privada de otra novela.
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