El amanecer del barrio con m¨¢s pena
Los vecinos del Pozo del T¨ªo Raimundo despiertan conmocionados sin acabar de creerse la tragedia que han vivido
A las doce en punto, el barrio del Pozo del T¨ªo Raimundo, en el distrito de Vallecas, se ech¨® de nuevo a la calle. Los vecinos, los mismos hombres y mujeres que un d¨ªa antes hab¨ªan salido de sus casas precipitadamente, gritando, muchos de ellos en pijama, para auxiliar a los heridos de la explosi¨®n que mat¨® a 67 viajeros, se congregaron en torno a la estaci¨®n de cercan¨ªas. Se arremolinaron cerca de 1.500 personas. Durante casi 15 minutos, en un silencio absoluto, bajo una llovizna amarga. Hasta los ni?os de un colegio, de poco m¨¢s de cinco a?os, que abultaban menos que la cuartilla que enarbolaban con la palabra "no", se estuvieron calladitos, sin decir ni una palabra, impresionados sin duda por el mutismo completo de sus mayores. Despu¨¦s llegaron los aplausos, los insultos a los terroristas y las maldiciones. "Ha ido a suceder en el barrio m¨¢s obrero, en el barrio con m¨¢s pena de todo Madrid", se?alaba Juan Castillo, un vecino, de 52 a?os.
Un rinc¨®n de la estaci¨®n se llen¨® de velas rojas, de flores frescas, de estampitas religiosas. El muro se pobl¨® de pancartas y de dibujos. Uno de estos dibujos, hecho por Daniel, de seis a?os, mostraba un tren de colores al que est¨¢ a punto de caerle encima una bomba negra.Dos mujeres se desmayaron de angustia y de cansancio entre sollozos. A su lado, Benita Prieto, de 50 a?os, vecina de toda la vida del Pozo -"desde que esto no era m¨¢s que campo y una vaqueriza"- miraba hacia el apeadero, y murmuraba: "Fue tremendo. Hab¨ªa que estar aqu¨ª para creerlo. Yo baj¨¦ al o¨ªr la explosi¨®n y vi un muchacho de unos 20 a?os, tirado en la acera, herido, que me dec¨ªa, 'me voy a ahogar, se?ora, me voy a ahogar'. Yo le abrac¨¦, me sent¨¦ con ¨¦l, le dije que respirara despacito. Mientras tanto, los otros vecinos m¨¢s j¨®venes ayudaban a otros heridos. Pero yo me qued¨¦ con este chaval. Que gracias a Dios se recuper¨®. O eso creo."
Cada cual contaba su historia, su peque?o cap¨ªtulo del drama. Una mujer de unos 50 a?os no hac¨ªa m¨¢s que repetir: "Una vecina m¨ªa, que se llama Isabel y tiene cerca de 30 a?os, estaba en el tren. Y sali¨® malherida en la pierna. Pero lo peor no es eso: lo peor es que ahora tiene pesadillas, y se ha pasado toda la noche en el hospital despert¨¢ndose, sobresaltada, chillando, porque dice que vuelve a ver la explosi¨®n".
Ayer, mientras el Pozo trataba de recuperar la normalidad, alguien coment¨® que en Atocha hab¨ªa un aviso de bomba. Y una chica ahog¨® su miedo en un grito. Un hombre mayor, que llevaba una radio en el bolsillo, se llev¨® r¨¢pidamente el auricular a la oreja y, tras escuchar durante unos segundos, tranquiliz¨® al corrillo que se arremolinaba a su alrededor: "No es nada, es una falsa alarma". Poco a poco la concentraci¨®n se disolvi¨®. El que m¨¢s o el que menos regres¨® a su casa o a su trabajo. Pero un grupo de unos 10 hombres se qued¨® mirando la estaci¨®n, como si reviviera en silencio la pesadilla. "F¨ªjate", explicaba Mat¨ªas L¨®pez, de 60 a?os, "que en este barrio hemos pedido muchas cosas desde los a?os 50: las calles, porque esto era un barrizal; casas decentes, porque viv¨ªamos en casuchas; colegios, carreteras... y ahora nos hemos juntado de nuevo para pedir una cosa m¨¢s simple, pero m¨¢s importante: que haya paz, o al menos, que nos dejen en paz".
Una hora despu¨¦s, en una cafeter¨ªa cercana, tres personas miraban la televisi¨®n. Comentaban las im¨¢genes de personas destrozadas de dolor en el hospital Gregorio Mara?¨®n o en la improvisada morgue del Ifema. Despu¨¦s, irrumpi¨® su propio barrio en la pantalla, se vieron a s¨ª mismos manifest¨¢ndose, y callaron de golpe.
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