Cuatro d¨ªas de marzo
Pocos d¨ªas antes de las elecciones del 25-M, el secretario general del PSOE pronosticaba confidencialmente -sobre la base de sondeos y no de meros deseos- la victoria socialista por cinco puntos de diferencia en el conjunto de las ocho mil circunscripciones municipales. La circunstancia de que PSOE (42,64%) y PP (37,64%) quedaran separados el pasado domingo por esos mismos cinco puntos m¨¢gicos invita a reflexionar sobre la curiosa coincidencia. Sin duda, ser¨ªa necio tratar de borrar del calendario, como factor decisivo en la formaci¨®n de la voluntad electoral que dio la victoria a los socialistas con 11 millones de votos y 164 esca?os, los terribles cuatro d¨ªas transcurridos entre el brutal atentado del 11-M y el cierre de las urnas el 14-M. A la vez, sin embargo, no menos est¨²pido resultar¨ªa atribuir de forma monocausal al crimen terrorista -pese a su indiscutible eficacia coadyuvante- el doble fen¨®meno interdependiente de avance socialista y de retroceso popular incubado a lo largo de esta legislatura.
La ventaja real del PSOE en los comicios municipales de la primavera pasada -apenas un punto- no s¨®lo fue mucho m¨¢s modesta de lo esperado por sus dirigentes sino que recibi¨® adem¨¢s interpretaciones muy diversas: tanto por lo que se refiere al papel desempe?ado en este tipo de convocatorias por las candidaturas independientes -bautizadas como tales o refugiadas bajo siglas partidistas-como en lo que respecta a su proyecci¨®n predictiva sobre las futuras legislativas. Si la arrolladora victoria obtenida por el PP en las municipales de 1995 se tradujo meses m¨¢s tarde en el raspado triunfo de las generales de 1996, el empate t¨¦cnico arrancado por el PSOE en los comicios locales de 1999 no fue sino el antecedente de su derrumbamiento en las generales de 2000. Sin embargo, hay razones para suponer que la derrota el 14-M del partido del Gobierno ha sido en buena parte consecuencia de corrientes de fondo, perceptibles ya el 25-M, formadas tras una legislatura signada por el sectarismo ideol¨®gico, la arrogancia personal, la intolerancia hacia la oposici¨®n y el oportunismo aventurero en el ¨¢mbito internacional de Aznar.
A este respecto, cabr¨ªa utilizar de forma laxamente anal¨®gica en la interpretaci¨®n del 14-M algunas categor¨ªas hermen¨¦uticas forjadas por el historiador Lawrence Stone para sus estudios sobre la revoluci¨®n inglesa del siglo XVII. Con el tel¨®n de fondo de unas precondiciones que operan a largo plazo y crean los horizontes de posibilidad de cualquier acontecimiento imaginable, los precipitantes trabajan a plazo medio para transformar lo posible en probable y los disparadores convierten a corto plazo tales probabilidades en hechos. En esa perspectiva, la matanza del 11-M habr¨ªa sido el catalizador electoral -el fulminante- de unas tendencias presentes en la sociedad espa?ola desde las v¨ªsperas de los comicios locales del 25-M.
La formidable devastaci¨®n producida en el partido del Gobierno por el terremoto del 14-M es demasiado vasta para ser atribuida exclusivamente a una monocausa como el atentado del 11-M; si esa hip¨®tesis fuese cierta, no habr¨ªa sido la oposici¨®n sino el Gobierno el receptor mayoritario del voto de una sociedad atemorizada necesitada en situaciones de crisis -para citar a Thomas Hobbes- del amparo del Leviathan, ¨²nica instancia capaz de garantizar la seguridad colectiva durante los tiempos de guerra "en que hay un constante peligro de perecer con muerte violenta y la vida del hombre es solitaria, pobre, desgraciada, brutal y corta". Pero las aver¨ªas sufridas por la maquinaria del PP son demasiado graves para ser explicadas de forma simplista: en comparaci¨®n con el a?o 2000, los populares han perdido 36 de sus 183 diputados y 700.000 de sus 10.320.000 sufragios, sin contar la parte al¨ªcuota de nuevos votantes -en torno a un mill¨®n- que hubiera debido corresponderle en el incremento de la participaci¨®n (desde los 23.400.000 del a?o 2000 a los 25.840.000 del a?o 2004). Incluso en las circunscripciones donde ha mantenido sus esca?os gracias a la ley d' Hondt, el PP ha perdido electores: el 10% en Huelva; el 8% en Castell¨®n y Soria; el 7% en Valladolid, Guadalajara y C¨®rdoba; el 6% en Las Palmas, ?vila y Badajoz; el 5% en Palencia, Segovia, Granada, Zamora, Cantabria y Toledo. Demasiada carga explicativa, en verdad, para los cuatro d¨ªas de marzo.
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